miércoles, 5 de octubre de 2011

Solá y Acompañada

La Chicana

Dolores Solá es la frutilla de La Chicana, el grupo que festejó sus primeros quince años de música con un disco doble y una serie de shows donde ella brilló con su voz y su estilo.

Por Luis Zarranz
La voz de Dolores Solá baja desde el escenario y flota entre la gente que la escucha con admiración. Ahí se queda, suspendida, en una especie de burbuja que tarda en deshacerse, hasta que hace plop y se desvanece. En ese instante, otro tono, otra nota, una melodía vuelve a fluir y se produce nuevamente el embrujo: la hipnosis colectiva, los rostros en trance y los oídos queriendo retener ese timbre de voz.
Aunque ya lanzó su carrera solista, la Solá se presenta ahora con su histórica formación, La Chicana, que decidió festejar los quince años de trayectoria con un disco doble, al que le pusieron un nombre combativo: Revolución o Picnic.
La banda hace tango trans: transgresivo, transgénico, transpirado, trasnochado.
En el disco A rinden tributo a sus más queridos maestros, con versiones de temas que van desde Troilo, Charly, Manzi, hasta Bertolt Brecht. En el B están las composiciones del omnipresente director Acho Estol: tangos, valses y milongas, pero también composiciones de cuño folklórico; chamarritas, cumbias, zambas.
En todos se luce la voz de Dolores, que a veces duele y otras alivia. Ay, Dolores: tiene una copa de vino en la mano, presenta cada tema en una ensayada improvisación, nunca parece soltarse del todo, pero cuando canta e interpreta las letras, querés que la burbuja no se deshaga jamás. Su voz es poética, potente, profunda, precisa, profunda: un enigma.
El show en el Club Atlético Fernández Fierro (CAFF) es corto (demasiado) y mestizo: lo caracterizan una mixtura de géneros, ritmos y estilos, que se mezclan con el humo de las luces y con las luces del humor.
La Chicana se formó en 1995 con una convicción: “Que la esencia del tango se encuentra en el espíritu de rebelión y espontaneidad de las primeras décadas del siglo, lo cual lo aproxima en concepto más al rock que a las formas orquestales o jazzeras, académicas en suma, que lo popularizaron en el mundo desde la década del '40”.
Su propósito es “demostrar que el tango puede florecer como música popular y joven en las calles mientras continúa deslumbrando desde los grandes escenarios de todo el mundo”.

Con esas herramientas sobre el estuche sumaron sensibilidad, técnica, pasión y pasión (sí, dos veces). Sostienen que les gusta “la crudeza metálica, pero de sofisticada musicalidad, de las guitarras de Gardel”. Con tales elementos tocaron en Europa, Brasil, Canadá, China y hasta Senegal. Y ahora están partiendo la semana en un antes y un después que corta la noche como un navajazo violento y calculado.

Lola Solá anuncia, sobre el escenario, que firmó un contrato con una bodega y que, sólo por eso, tiene que beber mientras canta. El vino le mejora la voz y le desmejora el equilibro. Qué importa, nada importa: todo es poco para su delicadeza de barrio sin careta ni disfraz. Y, de todas formas, el público celebra su autenticidad.
Termina el show. La gente aplaude pidiendo más. La Chicana se va, vuelve; se va, vuelve (sí, dos veces también). Dolores dice gracias y hasta la próxima. Se retira. Se va con la música a otra parte.


(Publicada en la revista ¡Ni un paso atrás!, octubre 2011)

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