lunes, 5 de abril de 2010

Siga el baile, siga el baile


Babel Orkesta

Este particular grupo integrado por cinco músicos y tres actores ofrece un show musical con características circenses y teatrales, donde una parte esencial del espectáculo es la fiesta que se produce entre la gente, que pasa de espectadora a protagonista. Ritmos y géneros de diferentes latitudes hacen de la Babel Orkesta una banda en la que la música permite el encuentro, el baile y la celebración.

En unos pocos minutos, la chica que conversa con su pareja al lado mío, a la que juro que no conozco ni de vista, estará tomada a mi cintura en un frenético trencito humano que atraviesa el patio de la Ciudad Cultural Konex al compás de la música que despliega la Babel Orkesta y que hace imposible que no participes de esta fiesta.
Como un cumpleaños de quince o un casamiento pero con gente a la que no frecuentás, y a la que no te liga ni siquiera el conocer a la quinceañera o a los novios, la propuesta de esta banda es que el show también lo hagas vos. Tanto, que sin darte cuenta los pies y la cadera se te mueven instintivamente y terminás, como ahora, tomado de la mano haciendo un círculo alrededor de la Orkesta y con el cuerpo desenfrenado. A tal punto, que la pareja de la chica que ya perdí entre la multitud, cambia su cara yogurt descremado y se ríe como si hubiera escuchado el mejor chiste en boca de un fino narrador.

Según la Biblia, cuyo legado afecta a muchos más de los que la leyeron y a bastante más de los que la creyeron, la torre de babel fue una pretendida construcción del hombre para alcanzar el cielo y llegar a Dios. Como éste se pone jodido con esos inventos humanos, hizo que los constructores comenzasen a hablar diferentes lenguas para que reine la confusión y no tuvieran éxito en la idea. Así, el mito se basa en la incomunicación humana, en la imposibilidad de la traducción y del entendimiento entre diferentes culturas.
Como un conjuro contra esta enseñanza bíblica del desencuentro, la Babel Orkesta decidió tomar prestado el nombre, cosa que ningún mandamiento prohíbe, y revertir la historia: frente a la condena al desentendimiento, la música que tocan es compartida en todo el mundo y la alegría que contagia va saltando de unos a otros, en una alquimia circense e itinerante. “No se podían comunicar con la palabra, pero sí con la música. Nos hicimos cargo de la orquesta de la torre de babel y no subimos arriba del mito, sin querer ser pretenciosos, pero desde un lugar humilde e irreverente”, me dirá Zeta Yeyati, unos de los músicos de la banda, cuando termine el show y aún esté maquillado. (Sí, es tan potente la puesta en escena que hasta los músicos se maquillan).
El espectáculo basiliense tiene amplia mixtura musical y teatral. Eso que aquí mencionan como “música del mundo” (klezmer, paso doble, vals, gypsy, tarantela, tango, swing) se conjuga con el baile colectivo de jóvenes, adultos, adolescentes, mayores, y hasta uno con el pie enyesado, que, obligados por esa mezcla de ritmos universales, salen también a escena y comparten un mismo espacio con los cinco músicos y tres actores que integran la Orkesta.
Los que ahora nos movemos improvisando y haciendo el ridículo en un contexto donde lo que no vale es no serlo, seríamos “espectadores” en cualquier show convencional: aquí somos una parte más del engranaje que este espectáculo ya echó a andar.
Lo que está pasando: un acordeón se mezcla con un sonido experimental de percusión. Es un sonido raro. Antiguo y moderno. Local y universal. Como si fuera Kusturica pero más cachengue. Mientra la música suena, los tres actores recrean escenas de otros tiempos que, a la vez, resultan actuales. Y sacan a la gente a bailar, a los que se suman los espontáneos, los valientes, los fiesteros o los ridículos, según la óptica con que se los mire. Al rato, tenés dos opciones: o seguís buscando calificativos y mirás la cosa desde afuera; o te sumas a esta especie de fiesta popular donde todo converge en una miscelánea armónica.
Así, Babel funciona como un antídoto contra esa concepción tan rock star según la cual el artista está a años luz de distancia de su público. Aquí, la propuesta es radicalmente opuesta: la Orkesta necesita tanto de la gente que está bailando como lo que bailan necesitan que la melodía siga permitiendo esta comunión musical que cobija a jóvenes, viejos, hijos, turistas, porteños y curiosos a hacer trencitos, círculos que se abren y se cierran, dúos de bailes, entre otros números artísticos que no tienen más lógica que seguir el ritmo de la música y pasar una buena noche a cielo abierto.
Después de una hora y media intensa, la banda se retira tal como había llegado, a puro ritmo, hasta perderse en las infinitas escaleras naranjas que son parte de la estructura del Konex. De los que participamos del show, pocos se van como vinieron: los veo alejarse con idéntico sentido de pertenencia que el de una caravana de hinchas de fútbol, aunque sin eso que algunos barrabravas de la palabra aún llaman “folclore”.
Con la intensidad todavía visible en sus cuerpos –y mientras van y vienen dentro del camarín en los preparativos para ir a tocar a una fiesta de casamiento– los Babel Orkesta Pablo Maitia (guitarra y banjo) y Zeta Yeyati (saxo soprano y flautas), paran la música y tocan otras cuestiones.

-¿Cómo dirían que funciona la lógica que propone “Babel Orkesta”?
-Zeta: Vemos que a la gente le hace bien, que somos un vehículo necesario, porque necesitan darse la mano y a veces no se logra por estar en pose. Entonces es como que quedás descolocado cuando ves bailando a todo el mundo, incluso a los pibitos. Apuntamos a crear una atmósfera distinta, a crear algo.

-¿Cuál es el génesis de la banda?
-Zeta: La orquesta surge de una necesidad de tener una banda ambulante. Su gestación fue similar a la de esos grupos de gitanos que van sumando músicos y sueños a su paso, así que se dio todo como muy naturalmente. Yo hacía ya más de 25 años que tocaba en La Mississippi  y quería armar siempre una cosa más de Nueva Orleáns, que toque un estilo de banda portátil, con instrumentos acústicos.

¿En qué instancia de crecimiento creen que está la Orkesta?
-Zeta: Estamos creciendo mucho. El objetivo es tratar de tener una identidad, que la gente que lo escuche diga “esto es Babel”, incorporar la palabra también. Hay mucho para hacer pero vamos de a poco. Es una banda que aún no tiene tres años.
-Pablo: Somos ambiciosos con la música pero humildes con cómo la tocamos. No hay improvisación porque no nos interesa mostrar el virtuosismo ni momentos de individualismo: la idea es compartir la música, en eso hay una austeridad musical: tocamos para que estemos todos acá. Ese es el ideario.


La Babel Orkesta levanta campamento y parte con su compañía itinerante hacia su próximo destino festivo. Se van, literalmente, con la música a otra parte, a todas partes.

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(Publicada en la revista "MU", abril de 2010)

Intrépida timidez

Entrevista a Marcelo Rodriguez, “Gillespi”

Personaje multifacético, no le teme a atravesar las fronteras que separan una tarea de otra. Aunque se reconoce tímido y melancólico es osado y capaz de exponerse en diversos ámbitos, sin temor al ridículo. Como si fuera un nene curioso, tiene un don para disfrutar cada cosa que le toca hacer. Con ustedes, un hombre versátil que busca escapar de cualquier etiqueta.

Por Luis Zarranz
Fotos: Gentileza PHSz
El edificio donde funciona la Rock and Pop tiene de todo, menos rebeldía. Más que el lugar desde donde emite la radio que pretende recoger el espíritu indócil del rock, si es que eso sigue siendo parte del género, parece uno de esos docks de Puerto Madero: mucho ladrillo a la vista, todo muy cool, muy “casual day”. Cada cosa -los muebles, las sillas, el dispenser de agua- está milimétricamente colocada pero con la deliberada intención de que parezca accidental. Casi una puesta en escena de uno de esos festivales rockeros que promueven las multinacionales.
De la escalera tipo caracol que conecta al estudio de radio del primer piso baja, tras finalizar su programa, Marcelo Rodríguez. ¿Quién? “Gillespi”, tal como se lo conoce luego de haber adoptado ese apodo en homenaje al famoso trompetista estadounidense Dizzy Gillespie. 
Hombre de múltiples facetas, músico, trompetista, humorista, productor musical de cine y tv, conductor de radio y televisión, autor del libro Blow (dedicado a la trompeta), blogger y varios, muchos, etcéteras.
Antes que todas estas cualidades, el tipo tiene un chip, al que respeta más que cualquier cosa, para conectarse con el placer. (Qué envidia). Una especie de olfato supremo con el que va ligando su mundo, con el exterior. Así, parece tener una pócima mágica para disfrutar, con la despreocupación de un nene de jardín de infantes, los compromisos más densos.
Baja la escalera como un caballo recién salido del corral, saluda y enseguida altera los planes: “¿Estás con auto? Subite al mío que vamos a comer algo y hacemos la nota ahí”, dice ante la mueca que trasluce la ausencia de vehículo propio.
Diez minutos hasta “Don Chicho”, un restaurante en la frontera de Villa Urquiza y Colegiales con fama de servir buenas y abundantes pastas a precios accesibles. Mientras elige qué comer no hace humor, ni radio, ni música, ni ningún personaje: es él, el mismo que dice ser siempre: “Yo simplemente me coloco en diferentes lugares pero siempre soy el mismo, la fuerza motora es una”.

-¿Y cuál es esa fuerza motora?
-Es la ganas de decir cosas, ya sea musicalmente, con la palabra, escribiendo. Es esa fuerza la que me mueve. No es que soy un tipo distinto cuando estoy en la radio que cuando toco música: soy exactamente el mismo. Hay días en que soy más músico, al otro me pongo a escribir para el blog, un día más tarde tengo ganas de hacer radio, y después vuelvo a ser músico.


 -¿Vivís las cosas como un juego?
-Sí, juego total. Ese es el germen, la base, y va acompañado de cierta astucia para que ese juego me deje dinero. Juego y después negocio cómo vivir del juego porque sin esa pata tenés que ir a laburar a una fábrica. Porque podés ser un trompetista bárbaro pero si no tenés la habilidad para subsistir en un mundo dominado por el dinero se transforma en un hobbie muy caro. Entonces hago un poco de las dos cosas: hay una parte mía empresarial, si querés.

-¿Cómo fue que aquel pibe de barrio de Monte Grande, zona sur del Conurbano, comenzó a interesarse por el jazz, que, por lo general, no está tan identificado con el barrio?
-Como siempre llega la buena música: con un padrino. En mi caso fue mi primo Enrique, un poco mayor que yo, que tocaba la guitarra y el violín. Me hizo escuchar selecciones de música, me enseñó y le debo bastante a él porque descubrí mi vocación en esas tardes que pasábamos en su habitación, en Monte Grande, tocando. Todavía no tocaba la trompeta, era guitarrista y tocábamos versiones de jazz, con dos guitarras, o él con el violín y yo con la viola. La trompeta vino un poco después.

-¿Cómo fue ese encuentro?
-Vino a medida que empecé a escuchar más jazz y descubrí a Miles Davis, que me cambió la dimensión de todo, porque para mi la trompeta era un instrumento un poco despreciado. Eran los años ochenta y no había muchos trompetistas, en la Argentina lo único que había eran las bandas militares. No sabía que la trompeta podía tener esta dimensión. Lo tenía como un instrumento de fanfarria, de circo, y no que podía transmitir otros tipos de sensaciones. Miles ubicó la trompeta en un lugar de protagonismo y sobre todo, no grasa. La trompeta es así, es terrible: no hay un punto intermedio.

-Hay como una especie de sentido común según el cual la época de oro del jazz fue en el 50 y fue irrepetible. ¿Eso es una mochila para la gente del género?
-Es real que la época de oro ya pasó. Ellos estaban creando y nosotros, recreando. Es como que tenés la certeza de que difícilmente puedas superar lo que se hizo en esa época, pero uno toca música porque le gusta, no para descubrir algo. El que toca blues ya sabe que existió B.B. King pero le gusta tocar blues, no se va a pegar un tiro en el paladar porque ya existieron los mejores bluseros, pero está bueno recrearlo, tocarlo.

“Gillespi” gesticula cada una de las palabras que le salen de la boca mientras saborea el vino que sirve de antesala a las pastas que llegarán en cualquier momento. Se autodefine como "un tipo melancólico", aunque no lo parezca.

-¿La nostalgia te permite crear?
-Sí, por supuesto. La nostalgia y la melancolía te permiten crear mucho más que la alegría y que la euforia. Las mejores obras han salido de espíritus atormentados. A mi me gusta mucho más la canción de amor del tipo que lo dejaron, que la del tipo que está con la mina. Me gusta mucho más Calamaro triste que contento; desde el dolor han salido grandes obras.

-Hablás de melancolía pero hacés reír…
-Sí, pero hago reír desde el cinismo y desde la visión sarcástica de la realidad, no soy payaso sino que toco la miseria de los que me están viendo. Los mejores humoristas, además, han sido gente muy melancólica. Incluso, los principales libretistas que tuve en los proyectos de radio y televisión eran pibes tristes, tímidos. El tímido tiene problemas de comunicación pero muchas veces es un terrible hijo de puta que mira desde afuera, desde su timidez, todo lo que pasa alrededor y es un lúcido testigo de los defectos de la miseria humana.

-Pero hacés reír y no sos tímido: ¿cómo hacés?
-Era tímido pero los medios me entrenaron. Cuando empecé en televisión no quería aparecer en cámara. Aparecí después de siete años de estar laburando con fobia. Hasta que Yankelevich me dijo “flaco, vas a aparecer en cámara porque me cago de risa con vos; firmá este papel”. Eran unas cuantas lucas en ese momento. Me sacó la fobia y paulatinamente me he ido entrenando para ser sociable. De hecho, vuelvo a ser tímido de acá a un rato.

(Publicada en la revistas "Sueños Compartidos", abril 2010, y "Al Margen, Junio 2010)