lunes, 5 de abril de 2010

Intrépida timidez

Entrevista a Marcelo Rodriguez, “Gillespi”

Personaje multifacético, no le teme a atravesar las fronteras que separan una tarea de otra. Aunque se reconoce tímido y melancólico es osado y capaz de exponerse en diversos ámbitos, sin temor al ridículo. Como si fuera un nene curioso, tiene un don para disfrutar cada cosa que le toca hacer. Con ustedes, un hombre versátil que busca escapar de cualquier etiqueta.

Por Luis Zarranz
Fotos: Gentileza PHSz
El edificio donde funciona la Rock and Pop tiene de todo, menos rebeldía. Más que el lugar desde donde emite la radio que pretende recoger el espíritu indócil del rock, si es que eso sigue siendo parte del género, parece uno de esos docks de Puerto Madero: mucho ladrillo a la vista, todo muy cool, muy “casual day”. Cada cosa -los muebles, las sillas, el dispenser de agua- está milimétricamente colocada pero con la deliberada intención de que parezca accidental. Casi una puesta en escena de uno de esos festivales rockeros que promueven las multinacionales.
De la escalera tipo caracol que conecta al estudio de radio del primer piso baja, tras finalizar su programa, Marcelo Rodríguez. ¿Quién? “Gillespi”, tal como se lo conoce luego de haber adoptado ese apodo en homenaje al famoso trompetista estadounidense Dizzy Gillespie. 
Hombre de múltiples facetas, músico, trompetista, humorista, productor musical de cine y tv, conductor de radio y televisión, autor del libro Blow (dedicado a la trompeta), blogger y varios, muchos, etcéteras.
Antes que todas estas cualidades, el tipo tiene un chip, al que respeta más que cualquier cosa, para conectarse con el placer. (Qué envidia). Una especie de olfato supremo con el que va ligando su mundo, con el exterior. Así, parece tener una pócima mágica para disfrutar, con la despreocupación de un nene de jardín de infantes, los compromisos más densos.
Baja la escalera como un caballo recién salido del corral, saluda y enseguida altera los planes: “¿Estás con auto? Subite al mío que vamos a comer algo y hacemos la nota ahí”, dice ante la mueca que trasluce la ausencia de vehículo propio.
Diez minutos hasta “Don Chicho”, un restaurante en la frontera de Villa Urquiza y Colegiales con fama de servir buenas y abundantes pastas a precios accesibles. Mientras elige qué comer no hace humor, ni radio, ni música, ni ningún personaje: es él, el mismo que dice ser siempre: “Yo simplemente me coloco en diferentes lugares pero siempre soy el mismo, la fuerza motora es una”.

-¿Y cuál es esa fuerza motora?
-Es la ganas de decir cosas, ya sea musicalmente, con la palabra, escribiendo. Es esa fuerza la que me mueve. No es que soy un tipo distinto cuando estoy en la radio que cuando toco música: soy exactamente el mismo. Hay días en que soy más músico, al otro me pongo a escribir para el blog, un día más tarde tengo ganas de hacer radio, y después vuelvo a ser músico.


 -¿Vivís las cosas como un juego?
-Sí, juego total. Ese es el germen, la base, y va acompañado de cierta astucia para que ese juego me deje dinero. Juego y después negocio cómo vivir del juego porque sin esa pata tenés que ir a laburar a una fábrica. Porque podés ser un trompetista bárbaro pero si no tenés la habilidad para subsistir en un mundo dominado por el dinero se transforma en un hobbie muy caro. Entonces hago un poco de las dos cosas: hay una parte mía empresarial, si querés.

-¿Cómo fue que aquel pibe de barrio de Monte Grande, zona sur del Conurbano, comenzó a interesarse por el jazz, que, por lo general, no está tan identificado con el barrio?
-Como siempre llega la buena música: con un padrino. En mi caso fue mi primo Enrique, un poco mayor que yo, que tocaba la guitarra y el violín. Me hizo escuchar selecciones de música, me enseñó y le debo bastante a él porque descubrí mi vocación en esas tardes que pasábamos en su habitación, en Monte Grande, tocando. Todavía no tocaba la trompeta, era guitarrista y tocábamos versiones de jazz, con dos guitarras, o él con el violín y yo con la viola. La trompeta vino un poco después.

-¿Cómo fue ese encuentro?
-Vino a medida que empecé a escuchar más jazz y descubrí a Miles Davis, que me cambió la dimensión de todo, porque para mi la trompeta era un instrumento un poco despreciado. Eran los años ochenta y no había muchos trompetistas, en la Argentina lo único que había eran las bandas militares. No sabía que la trompeta podía tener esta dimensión. Lo tenía como un instrumento de fanfarria, de circo, y no que podía transmitir otros tipos de sensaciones. Miles ubicó la trompeta en un lugar de protagonismo y sobre todo, no grasa. La trompeta es así, es terrible: no hay un punto intermedio.

-Hay como una especie de sentido común según el cual la época de oro del jazz fue en el 50 y fue irrepetible. ¿Eso es una mochila para la gente del género?
-Es real que la época de oro ya pasó. Ellos estaban creando y nosotros, recreando. Es como que tenés la certeza de que difícilmente puedas superar lo que se hizo en esa época, pero uno toca música porque le gusta, no para descubrir algo. El que toca blues ya sabe que existió B.B. King pero le gusta tocar blues, no se va a pegar un tiro en el paladar porque ya existieron los mejores bluseros, pero está bueno recrearlo, tocarlo.

“Gillespi” gesticula cada una de las palabras que le salen de la boca mientras saborea el vino que sirve de antesala a las pastas que llegarán en cualquier momento. Se autodefine como "un tipo melancólico", aunque no lo parezca.

-¿La nostalgia te permite crear?
-Sí, por supuesto. La nostalgia y la melancolía te permiten crear mucho más que la alegría y que la euforia. Las mejores obras han salido de espíritus atormentados. A mi me gusta mucho más la canción de amor del tipo que lo dejaron, que la del tipo que está con la mina. Me gusta mucho más Calamaro triste que contento; desde el dolor han salido grandes obras.

-Hablás de melancolía pero hacés reír…
-Sí, pero hago reír desde el cinismo y desde la visión sarcástica de la realidad, no soy payaso sino que toco la miseria de los que me están viendo. Los mejores humoristas, además, han sido gente muy melancólica. Incluso, los principales libretistas que tuve en los proyectos de radio y televisión eran pibes tristes, tímidos. El tímido tiene problemas de comunicación pero muchas veces es un terrible hijo de puta que mira desde afuera, desde su timidez, todo lo que pasa alrededor y es un lúcido testigo de los defectos de la miseria humana.

-Pero hacés reír y no sos tímido: ¿cómo hacés?
-Era tímido pero los medios me entrenaron. Cuando empecé en televisión no quería aparecer en cámara. Aparecí después de siete años de estar laburando con fobia. Hasta que Yankelevich me dijo “flaco, vas a aparecer en cámara porque me cago de risa con vos; firmá este papel”. Eran unas cuantas lucas en ese momento. Me sacó la fobia y paulatinamente me he ido entrenando para ser sociable. De hecho, vuelvo a ser tímido de acá a un rato.

(Publicada en la revistas "Sueños Compartidos", abril 2010, y "Al Margen, Junio 2010)

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