Las Madres con el
Papa Juan Pablo II
Por Luis Zarranz
En julio de 1980
–exactamente 38 años atrás– las Madres de Plaza de Mayo lograron concretar la
primera audiencia privada con el papa Juan Pablo II, luego de varios intentos y
de algunos esporádicos encuentros en la audiencia general en el Vaticano.
La entrevista no se
produjo en Roma, sino en Porto Alegre (Brasil), país que Su Santidad visitaba
por primera vez y que era todo un acontecimiento, tratándose del Estado con
mayor número de católicos del mundo.
El Papa estuvo doce
días en tierras brasileñas en los que recorrió trece ciudades (Brasilia, San
Pablo, Belo Horizonte, Recife, Porto Alegre, entre otras). Cuando las Madres
tomaron conocimiento de que visitaría Brasil comenzaron a debatir la
conveniencia de viajar para lograr, de una vez por todas, un encuentro que
amplificara su reclamo.
Lo debatieron y al
no llegar a un acuerdo, la comisión directiva de la Asociación terminó
decidiendo que era imposible lograr la audiencia debido a que las gestiones
previas no habían dado el resultado esperado. No obstante, un grupo de Madres (mayormente
de Filial La Plata), que no compartían la decisión de la Comisión, empezó a
manejar la opción de ir igual, gestionándose el viaje, cosa que finalmente
hicieron.
El viajar es un placer…
Decidieron viajar a
Porto Alegre por una cuestión matemática: al ser una ciudad con menos
habitantes, tendrían mayores posibilidades de lograr su propósito que en San
Pablo. La iniciativa era viajar, en micro, y, al arribar, realizar todas las
gestiones posibles para materializar el encuentro.
Finalmente, once
Madres –seis de La Plata, entre ellas Hebe de Bonafini; dos de Mendoza, dos de
Concordia y una de Buenos Aires– se subieron a un micro que salió de la iglesia
San Ponciano de La Plata. Compartieron las 36 horas de viaje con sacerdotes y
religiosas de esa congregación, que iban a ser parte de un encuentro pastoral
con el Papa.
El viaje en micro
tuvo varias perlitas. En algunos pasajes, el grupo de feligreses iba rezando padresnuestros y avemarías. En un momento, Hebe les pidió que las dejaran continuar
a ellas. Pidió silencio y el grupo de Madres comenzó a rezar por los
desaparecidos, con versiones libres del Padre Nuestro y el Ave María que habían
inventado y que incluía referencias a los desaparecidos. Los religiosos no
podían creer lo que escuchaban.
En el micro
viajaba, también, un gigantesco cartel que las Madres habían elaborado para
desplegar en las calles de Porto Alegre por las que haría su recorrido el Papamóvil.
Tenía 36 metros de largo. Lo habían hecho en el sótano de la casa de una de las
Madres, Marta Alconada de Aramburú, y por las propias dimensiones –del cartel y
del sótano– no lo habían podido desplegar por completo: mucho después, supieron
cuánto media. La consigna era tan extensa que iban agregando pedazos de telas
para completarla.
“Manifestación política”
El 3 de julio, a la
una del mediodía, arribaron a destino. Una hora más tarde –apenas una hora
después, luego de haber viajado ¡un día y medio!– un grupo fue a la Curia. Fueron
recibidas por el arzobispo, cardenal Vicente Scherer, a quien le dejaron una
carta para que fuese entregada a Juan Pablo II y le manifestaron su intención
de concretar una audiencia privada.
A las tres de la
tarde, realizaron una acción de amplio impacto político: desplegaron el extensísimo
cartel frente a la Catedral. La consigna fue leída por miles de brasileños:
“POR LOS
DESAPARECIDOS EN ARGENTINA–MADRES DE PLAZA DE MAYO”.
El Cardenal, que
les había garantizado que entregaría la misiva al Papa, luego se mostró
contrariado frente a la acción de las Madres porque la consideró una
“manifestación política”. Inquietas como siempre, propiciaron otras reuniones y
en una de ellas, otro religioso, Antonio Cecchin, les dijo que se ocuparía de gestionar
el encuentro.
Ese mismo día
volvieron a desplegar el cartel sobre una avenida por la que iba a pasar el
Papa y su comitiva. La Policía las obligó a sacarlo, pero ellas decidieron
doblar la apuesta: tocaron, aleatoriamente, diversos timbres de un edificio hasta
que alguien activó el portero eléctrico. Entraron y subieron a la terraza, en
donde desplegaron, otra vez, el cartel con la consigna. Lo sostuvieron entre todas,
como podían. Al verlo, la Policía les ordenó, nuevamente, que lo quitasen.
Empezó, entonces, una serie de forcejeos. Luego de varios intentos, los
efectivos policiales se apoderaron del cartel. Quisieron, además, detener a las
Madres por haber irrumpido en un edificio de esa manera.
Pero la historia no
terminó allí: el diputado Aldo Pinto –tenía inmunidad parlamentaria–, las
invitó a asistir a su departamento, ubicado en un 5º piso de esa misma avenida.
Allí, las Madres hicieron otra bandera, más pequeña y más desesperada: “LAS
MADRES DE PLAZA DE MAYO PIDEN SOCORRO AL PAPA”. La colgaron del balcón cuando
el Papamóvil pasó por allí: lo vivieron como un triunfo político.
A las seis de la
tarde, el Papa llegó a la Catedral de Porto Alegre. Las Madres aguardaron,
desde entonces, una respuesta. Recién a las once y media de la noche tuvieron
una contestación: “El Papa las recibirá, en audiencia especial”, les dijo
Cecchin.
Las Madres y el Papa
Finalmente, el
sábado 5 de julio de 1980, pudieron concretar su encuentro con el Papa, en el
estadio Gigantinho de Porto Alegre. Las Madres habían acordado que, para
aprovechar el poco tiempo del que dispondrían durante la audiencia, cada una
hiciera referencia a un tema particular. Sin embargo, cuando se produjo la
reunión, la desesperación pudo más y transmitieron su pedido con ansiedad y sin
el orden preestablecido.
El Papa las escuchó
y les respondió tomando a cada una de las manos. Les dijo: “Tengan fe,
paciencia y esperanza. Yo siempre me preocupé, me preocupo y me preocuparé” por
el problema de los desaparecidos en Argentina. Las Madres le entregaron,
además, una carta para que interceda ante el gobierno de Videla para obtener
información de “los miles de hombres y mujeres, además de niños, que han sido
detenidos o secuestrados durante cuatro años”. Tenían plena conciencia de que
su voz podría generar un cimbronazo en la dictadura que se autoproclamaba
“occidental y cristiana”.
Al salir del encuentro,
Hebe de Bonafini sostuvo que había sido “un rayo de sol, una luz de libertad”. Tenían
esperanza en su intervención. Aunque la audiencia había sido de sólo ocho
minutos, el hecho de que hubiera sido su única actividad estrictamente no
religiosa durante las dos semanas en Brasil significaba un triunfo político transcendente.
Habían podido
concretarla por los valores que resumen su lucha: tozudez, creatividad,
perseverancia, coraje y lucidez política. Atrás habían quedado tres visitas al
Vaticano y un viaje a Puebla, México, en los que la posibilidad de un encuentro
privado se había esfumado, una y otra vez.
El misterio de la fe
La breve reunión con
la máxima autoridad de la iglesia católica y uno de los mayores líderes
mundiales provocó expectativa en las mujeres del pañuelo blanco, además de
brindarles una mayor visibilización global a la que, por prepotencia militante,
ya estaban teniendo.
Sin embargo, con el
paso del tiempo, las palabras del Papa fueron perdiendo fuerza, ya que no
fueron acompañadas por ningún hecho concreto. Durante la audiencia, además,
Juan Pablo II había pronunciado a algunas de las Madres una frase que, con el
paso de los años, se volvería macabra: “Ustedes volverán a ver a sus hijos”.
¿A partir de qué
información el Papa había sostenido tal cosa, que sonaba muy similar a los
engaños que la jerarquía eclesiástica argentina les hacía a las Madres cada vez
que recorrían iglesias, obispados, o conventos?
La respuesta sigue
siendo un misterio.
(Publicada en la revista Contraeditorial, Nº 21, 13 de julio de 2019)