sábado, 5 de diciembre de 2009

La Bomba estalla todos los lunes

La Bomba de Tiempo
La Bomba de Tiempo es una banda de tambores que practica la improvisación mediante un sistema de señas. Mucho más que eso, la música que genera te invita a bailar, a moverte y esa improvisación te hace parte del show. Todos los lunes, Buenos Aires tiene una excusa perfecta para comenzar la semana de otra manera.

Por Luis Zarranz
Fotos: Sebastián Romero
Los lunes en la Ciudad Cultural Konex no son lunes, ni se siente el cansancio del fin de año. Algunos minutos después de las 20, todo empieza a cambiar.
Nadie te recomienda “La Bomba de Tiempo”. Te exigen que vayas. “Arrancas la semana de otra manera” te dicen uno, dos, diez.
Todos los lunes, que dejan de ser lunes, en la Ciudad Cultural Konex de Buenos Aires, que deja de ser Buenos Aires, la Bomba del Tiempo estalla. Y te obliga a estallar.
1.800 personas salen a escena. 17 son los percusionistas integrantes de la banda, todos vestidos de un rojo ardiente. El resto, somos público pero también somos parte de un todo que se respira en el aire.
Empiezan a sonar los tambores y no tenés manera, aún siendo un ajeno al género, de dejar las manos en los bolsillos y mirar la escena como si estuvieses fuera de ella.
Primer tema: me tengo que mover. Algo latiendo en los pies, incontrolable. A los demás, les pasa lo mismo. La gente no acompaña: disfruta. Una especie de placer colectivo nos inunda. Todos bailan frenéticamente como si fuera una de esas fiestas electrónicas de punchi punchi. Pero no, son tambores, de distintos tamaños y sonido, trompetas y otros instrumentos que suenan en una mezcla de ecos hipnóticos pero distendidos.
Ningún tema suena igual a otro, aunque pueda parecerlo a lo largo de las dos horas que dura el show, porque cada uno de ellos sigue una improvisación dirigida a través de 70 señas hechas con las manos, los dedos y el cuerpo. Con ellas, el director coordina el transcurso de la improvisación.
Los músicos toman las señas como marco pero cada uno aporta su invención. Y es esa libertad, quizá, la responsable de una música que te suelta, que te libera y que suena a pasión. Sí, la pasión suena en esos dedos que golpean el parche de un tambor piano. Suena en los aplausos que acompañan el ritmo. En la adrenalina de no saber cómo y qué sigue. En todo eso suena y también en el espíritu de cada uno de los percusionistas que, como muchos de los que están bailando y gritando alrededor mío, desbordan entusiasmo.
De golpe, el director, de espaldas al público y de frente a la banda, como buen maestro de orquesta, hace una seña inequívoca: estira las dos manos hacia delante, bien abiertas, y las baja, dos, tres veces, como indicando bajar el volumen. El público, espontáneamente, comienza a agacharse y bailamos en cuclillas (bueno, yo no tanto).
Otra seña, y la música sube y agarrate porque el grandote ese se me viene encima. “Hey, Hey, Hey”. Todos saltan. El grandote más que todos.
La música te envuelve. El director señala a cada uno de los percusionistas y todos hacen sonar, sin parar, su instrumento. Cada elemento inesperado es un disparador de nuevas ideas que los músicos y el director deben interpretar instantáneamente para que la pieza cobre sentido. Desde el baile y los gritos, hasta los errores de interpretación, son fuente de inspiración.
De repente el director se da vuelta y nos mira. Ahora nos dirige a nosotros, improvisa con nuestros aplausos. Nos marca un ritmo. Chac, Chac…, Chac, Chac, Chac. Chac, Chac…, Chac, Chac, Chac. Hace el gesto como para que sigamos. Los aplausos continúan. Chac, chac…, chac, chac, chac. Se da vuelta, una seña para la trompeta, otra para los tambores de la izquierda. Los aplausos se funden con la música. Comunión total. El show lo hacemos todos.
En cada nuevo tema no se sabe qué sonará a continuación. Los músicos se lanzan a tocar sin saber qué harán sus compañeros. A veces se ponen de acuerdo entre dos o tres músicos cuchicheando al oído antes de una entrada. Otras veces tocan algo cuyo sentido recién se completará con el aporte posterior de los otros músicos. De todo eso, el director va tomando elementos y pidiendo mediante las señas que los músicos se imiten o complementen de diversas maneras, o que cambien abruptamente de ritmo.
Uno no puede dimensionar que cien metros más allá el 124 esté, seguramente, tocando la bocina como si fuera un sonajero; que el subte, con demora o no, haga que sus pasajeros tengan más marca personal que Martín Palermo; que el cemento se continúe en más cemento…

No se puede dimensionar porque a esta altura de la noche uno, dejado llevar por el ambiente, la música y el ritmo, está a kilómetros de distancia de la realidad que será real en menos de una hora cuando compruebe, efectivamente, que el chofer del colectivo se cree que es Fangio y te sacuda más que este ritmo frenético.
La música sigue. La percusión te mueve las entrañas: te obliga. Los hombros, las caderas, la cabeza, las piernas, saltas. Vos también improvisás, como te salga, y te sale la alegría, la risa, esa que tal vez muchos lunes te falta porque ves la semana interminable, hasta que la Bomba estalla, deja de ser lunes y deja de ser Buenos Aires aunque la bocina del colectivo en estado desesperado te digan lo contrario.

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(Publicada en la revista "Sueños Compartidos", noviembre 2009)

“Los indígenas son los primeros desaparecidos”

Entrevista Marcelo Valko

Marcelo Valko es docente de la Universidad Popular y autor del libro “Los Indios Invisibles del Malón de la Paz”, publicado por la Editorial de las Madres. En esta nota explica en qué consistió y cómo terminó esa manifestación histórica de 174 aborígenes, que su investigación rescata con documentos y pruebas contundentes

Por Luis Zarranz
Resulta difícil de imaginar: 174 indígenas que atraviesan 2.000 kilómetros a pie durante ochenta y un días, desde Jujuy hasta Buenos Aires. ¿Cuál es el objetivo? Hacerse visibles y recuperar sus tierras usurpadas. Son recibidos, en Plaza de Mayo, por una multitud y por el Gobierno del reciente presidente, Juan D. Perón. Es sábado 3 de agosto de 1946. Dos de ellos suben al histórico balcón de la Casa Rosada: parece que ganaron.
Pasan los días y el objetivo queda lejos. Después de esa recepción apoteótica son  alojados en el Hotel de Inmigrantes (ellos, los orginarios, en el lugar donde se alojaba a los extranjeros recién llegados al país). Durante los primeros días se los exhibe en distintos medios y eventos y hasta se les hace disputar el partido de fútbol preliminar al Boca-River de ese año.
Veinte días después, son militarizados, confinados, secuestrados y arrojados contra la frontera con Bolivia, en Abra Pampa (Jujuy). Allí, el recibimiento de los “kapangas” es un lujo: “Ahora van a tener las tierras que querían, indios de mierda”.
Este relato, que parece un cuento de ciencia ficción, es tan real como la noche, aunque se trate de la síntesis más pequeña que pueda hacerse sobre tal suceso histórico. Lo cuenta, apasionadamente, Marcelo Valko, psicólogo, director de un proyecto sobre imaginario andino en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) y profesor titular de la cátedra “Imaginario Étnico, Memoria y Resistencia” en la carrera de Capitalismo y DD.HH. de la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo (UPMPM).
Ese resumen reduce en unas pocas líneas los tres años de investigación y las casi 400 páginas de “Los Indios invisibles del Malón de la Paz” (Ediciones Madres de Plaza de Mayo), el libro de su autoría que ya va por su segunda edición, prologado por Osvaldo Bayer, y que fue seleccionado por él mismo como Tomo I de la Colección que lleva su nombre. Antes, el manuscrito, con prólogo incluido, había sido rechazado e ignorado por seis editoriales.

-¿Cuándo y por qué surge la idea de escribir el libro?
-Al principio me acerqué por la incredulidad, porque es un tema bastante increíble. Los kollas estaban cansados de pleitear en los tribunales provinciales y en ese momento tan particular de Argentina, en 1946, deciden venir a Buenos Aires. Pero no serán tres o cuatro -que era lo que podía sostener la comunidad- sino que van a ser tantos, 174, que ellos mismos se van a autodenominar “malón”. Y como este es un país tan peligroso, por las dudas se van a agregar “de la paz”. Es sintomático que en 60 años nadie haya escrito nada del malón.

-El título del libro habla de “los indios invisibles”. ¿Cuánto sirvió para desinvilizarlos y en qué medida los pueblos originarios siguen siendo “invisibles”?
-Sirvió para introducir la palabra “invisible”, para que saliera la ley (ver aparte). Yo ahora vengo de un congreso interescuelas de Bariloche, y estuvo repleto de mesas en referencia a la “invisibilidad”. Para eso sirvió. Lamentablemente no salieron de la invisibilidad pero en la Facultad a mí me enseñaron que un buen diagnostico da un buen pronostico. Si tenés un diagnostico preciso, en este caso la invisibilidad de los originarios, hay más chances para mejorar esa situación. El libro se presentó desde Abra Pampa hasta en la mina de carbón de Río Turbio: en todos esos lugares fue desinvilizando.

Marcelo no necesita poner en palabras la emoción que recorre su cuerpo cuando habla del Malón y las repercusiones del libro: la piel se le eriza en varios momentos a lo largo de la charla. “Hay cosas que no las puedo creer y además siguen sucediendo todo el tiempo”, dice con emoción. “Por ejemplo, hay dos libros enterrados, uno en Abra Pampa y otro en la zona de Naranjos. Es una ceremonia que se llama corpachada: se le da de comer a la Pachamama para que se comunique a los ancestros y le cuente a la tierra. Y la tierra ayuda a contar la historia”.


-¿Qué dimensión adquiere que el libro haya sido editado por las Madres?
(Nuevamente la piel de gallina gana su brazo). -Un libro de invisibles editado por las Madres que tienen a sus hijos desaparecidos. Es increíble. El título estaba de antes que lo aceptaran las Madres. Es maravilloso. Las Madres saben que los indígenas son los primeros desaparecidos.

-¿De qué manera te implica participar en toda esta investigación?
-Es un viaje sin retorno, no volví a ser más el que era. No fue como ninguno de los trabajos que hice anteriormente. Me cambió, me hizo mejor persona.

(Publicada en la revista "Sueños Compartidos", diciembre 2009)

Una ley necesaria
Una de las cuestiones que permitió el peregrinar de Marcelo Valko para visibilizar a los maloneros fue que se sancione la ley que intenta reparar años de desmemoria e injusticia.
El proyecto, impulsado por él mismo, tuvo cuatro puntos básicos: devolución de tierras; que el tema del Malón de la Paz (no su libro) ingrese en la currícula escolar; reconocimiento a la gesta de los kollas y un subsidio a los sobrevivientes. Finalmente, en agosto, que casualmente es el mes de la Pachamama, el proyecto se hizo ley.

Monumento originario
La UPMPM es uno de los lugares donde se reciben llaves para la construcción del “Monumento a la Mujer Originaria”. Valko resume el proyecto: “Es una idea de Osvaldo Bayer, que dice que no puede ser que tengamos un monumento que afrenta a una población tan grande, como lo es el monumento a Julio Argentino Roca, (en Diagonal Sur y Perú, Ciudad Autónoma de Buenos Aires)”.
“Bayer dice que no lo tenemos que destruir a mazazos, como se merecería, sino que debemos trasladarlo a la estancia “La Larga”, que es de los parientes de Roca, y que en su lugar pongamos un monumento con dos mujeres que se estén mirando: la mujer originaria y la inmigrante”.
“Andrés Zerneri, que construyó el monumento al “Che” en Rosario, está trabajando para hacer éste, que se hará de la misma manera: juntando llaves, que es bronce y que es tan caro. No creemos que las autoridades se animen a sacar el monumento pero mientras juntamos las llaves, se va a ir generando conciencia”.
En el Bar de las Madres, Hipólito Yrigoyen 1584, hay un recipiente donde pueden dejarse llaves en desuso para la construcción del monumento.

jueves, 5 de noviembre de 2009

"Mi felicidad incluye que exista un mundo mejor"


Lohana Berkins es la Coordinadora General de la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti Transexual (A.L.I.T.T) y una reconocida activista por los derechos de esta comunidad. Nadie mejor que ella para hablar de la identidad, de los cuerpos y de la sexualidad. Entre otras cosas, en esta conversación destruye la mítica dualidad hombre-mujer para hablar de otras construcciones posibles.

Por Luis Zarranz
La Real Academia Española dice que la identidad es el “conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad, que lo caracterizan frente a los demás”. La definición, quizá por su pretensión abarcadora, no expresa demasiado. Lohana Berkins, sólo en un rato, dice mucho más y no exclusivamente con palabras: ella misma, como activista travesti, es una contundente definición sobre la construcción de la identidad.
El grabador enciende la luz roja, pero es incapaz de registrar todo lo que ella expresa. Lohana no habla sólo con la boca: lo hace con los ojos, con las manos, con la coherencia, con el cuerpo. Todo su cuerpo es un discurso.
Sí.
Si algo habla, a veces con susurros y otras a grito pelado, es su cuerpo, alejado de todo estereotipo travesti. ¿Qué es lo que dice?
SOY LIBRE.
SOY YO.
Y te interpela: ¿Y VOS?
Por eso, las preguntas se apuran por salir.

¿De qué manera se puede salir de la esclavitud que muchas veces encierra al cuerpo de cada una y uno?
–Me parece que el sistema patriarcal, abonado por ideas religiosas, fundamentalistas, obturó en esta sociedad el debate sobre las sexualidades y las corporalidades. Éste sostiene binariamente que existen varones y mujeres, y que tienen características muy determinadas: se espera que el hombre sea macho, fuerte, dominador y que la mujer resulte dulce, pasiva, tranquila, contenedora. Si nacés con pene, automáticamente sos varón y hombre. Eso se llama una linealidad sexo-genérica. No es que nosotras estemos en contra de estas pautas, pero no queremos que se conviertan en normas.

¿Qué pasa cuando muchas personas empiezan a decir “yo no quiero construirme bajo estos parámetros”?
–Sobre todo cuando las mujeres empiezan a renegar de estos roles que históricamente les habían impuesto y dicen “no quiero lavar los platos”, “quiero profesionalizarme”, “quiero jugar a la pelota”: ahí se arma un escándalo. Son las feministas las que empiezan a cuestionar el biologicismo, a no aceptarlo como destino. Comienza a desplegarse un concepto bastante interesante: la construcción de las identidades en lo social, como construcciones sociales. Hay elementos culturales que nos construyen como personas, que nos dan la identidad, y no solamente el biologicismo. Como algunas culturas en las que está admitido que un varón pueda tener más de una mujer: se trata de una pauta cultural. El feminismo empieza a desnaturalizar, porque el problema aparece cuando una práctica se naturaliza y se acepta: “Que vaya a lavar los platos porque es mujer”, por ejemplo..

¿Cómo se entronca la sexualidad con esta noción de construcción de la identidad y los cuerpos?
–Es central. A nosotras, si una cosa nos han diezmado la Iglesia y las dictaduras, es la sexualidad: de eso no se habla. No te enseñan a reconocer tu cuerpo, a quererlo, a respetarlo, y te van quitando la sexualidad.

Es paradójico, porque desde los medios siempre se está haciendo eje en lo sexual, pero no con este sentido que señalás. Incluso la mujer se exhibe como un objeto.
–Exactamente. El mensaje es que lo único que tiene la mujer para mostrar es el cuerpo. Sucede también con las conductoras de los noticieros: la mayoría son como modelos, pero no pasa lo mismo con los conductores, que no responden a ese perfil de exigencia que sí está presente en la conductora mujer. Y allí se ve muy clara la diferenciación que se hace de ambos. Otra cuestión de los medios es exhibir las cosas de manera estereotipada; por ejemplo, si muestran a un gay, lo exponen como histérico, ridículo, un ser pintoresco; las travestis aparecen a través de las páginas policiales, la morbosidad. En realidad, no se quiere hablar del fondo, de la funcionalidad del cuerpo, los deseos y los placeres. Si a los medios les interesa tanto mostrar a travestis y gays, por qué no ponen una conductora travesti. No lo harán nunca, porque se les acabaría el negocio.

La propuesta de Lohana –por qué no– podría ser recogida por cualquiera de las organizaciones o universidades que, a partir de la sanción de la nueva ley de Servicios de Comunicación, están en condiciones de tener su propio medio.
Mientras esta idea queda en el candelero, ella avanza, como un tren de alta velocidad que te lleva de estación en estación. La que sigue, aborda la construcción de la identidad travesti.

¿Cómo se construye lo trans, teniendo en cuenta esta dualidad hombre/mujer?
–Imagináte cuando abiertamente aparecemos personas que desafiamos esa lógica binaria; cuando decimos “no quiero ser ni varón ni mujer” y empezamos a pensar en términos de apropiación y construcción de nuestro propio cuerpo: la sociedad reacciona de manera escandalosa. A diferencia de los gays y lesbianas, que pueden elegir cuándo decirlo, el travestismo es una cosa de la visibilidad, salimos así, como kamikazes palestinos: bumm, arriba, divinas: nos mostramos. Entonces la sociedad reacciona de manera violenta porque se le cae la ficción de esta dualidad hombre-mujer: nos tildan de enfermas, psicóticas, descontroladas. La violencia empieza a ser muy directa.

¿Y qué es ser travesti?
–Nosotras creemos que es una identidad que está en constante construcción, no hay una definición exacta. No es como decir “mesa”. Nosotras, en términos políticos y organizativos, hemos tomado la voz hace pocos años, cuando empezamos a pensarnos a nosotras mismas. El travestismo es una prueba viviente de que alguien que nace con una genitalidad puede construirse o autoconstruirse en otra identidad, contraria a su genitalidad. Para mí siempre fue una cuestión liberadora, nunca me produjo un conflicto. Yo amo ser travesti; si volviera a nacer elegiría ser lo mismo: cien kilos de pura alegría y potencia travesti.

Lohana se ríe a viva voz. Su risa tiene el mismo vigor que su palabra. Sigue: “Desde la Iglesia se sostiene que nuestras identidades son ‘cuestiones culturales’ y que ‘hay que esperar’. Qué hay que esperar, yo no quiero esperar nada; además, sería como aceptar que soy una construcción por fuera de la sociedad. Yo soy salteña y a mí las empanadas me gustan con papas, no concibo la empanada sin papa. Entonces, por qué tendría que aceptar esa condición de algo por fuera de esa cultura. Que esta sociedad se haga cargo de lo que produce; entonces no acepto eso de las ‘cuestiones culturales’”. “Además, yo no nací en Travestilandia: nací en Salta y soy parte de la idiosincrasia salteña; no voy a permitir que por algo cultural me dejen afuera”, manifiesta contundentemente.

Venimos hablando de cuerpos, identidades y sexualidad y, en general, las tres cuestiones se potencian en la juventud. Sin embargo, aún se sigue negando la posibilidad de una educación sexual libre...
–Hay que hablar de educación sexual pero no de manera punitiva: celebrar nuestro cuerpo, entenderlo, pelear por el derecho a decidir sobre él; no hay que aceptar esas cuestiones totalitarias y esclavistas: el cuerpo también produce placer. Es preciso decidir sobre él y quitarse esta cosa del ser y deber ser. Lo único que tenemos en este mundo es el cuerpo, hay que empezar a verlo de manera mucho más celebrable.
Debemos permitirnos explorar nuestra sexualidad: si soy gay, soy gay; no vivir pensando en el qué dirán, o dejar al margen de una amistad a alguien porque manifieste su sexualidad. Hay que construir y avanzar sobre esos prejuicios y mitos. La revolución tiene que ser en la casas, en las plazas y en la cama también. Si no, a veces creemos que es más importante discutir sobre la economía y la distribución de la riqueza. Esos son temas importantes, pero la sexualidad también lo es. Para mí, no debe ocupar un lugar relegado. No hay que dejarse presionar por los entornos, la decisión es de uno.

¿Y qué cosas seguís eligiendo?
–Intento ser feliz, y no lo digo como un acto egoísta porque mi felicidad incluye que exista un mundo mejor, que las compañeras puedan acceder a la educación, a la salud, al trabajo. Por eso hemos creado otro proyecto, la cooperativa Nadia Echazú (ver recuadro), que está amadrinado por las Madres, para rescatar a las compañeras de la prostitución y que puedan tener un trabajo digno. La felicidad me parece primordial, porque me da alegría para hacer las cosas.
Elijo seguir siendo travesti y luchar por ser dueña de mi propio cuerpo. De haber tenido cuando era niña la mentalidad que tengo ahora, no me hubiese sometido, por ejemplo, a la prostitución. No tengo una cuestión moral sobre eso, pero de haber podido elegir, no lo hubiese hecho.

¿Lohana, qué aprendiste en todos estos años?
–Entendí que las y los oprimidos somos muchísimos; yo había caído en una victimización y creía que era la que más sufría. Cuando empecé a ver que había otras realidades, cuando conocí a Hijos, a las Madres, a los movimientos de mujeres, dije “somos miles las que cuestionamos el sistema”. Entendí que estaba dentro de un sistema que me oprimía y eso ya fue liberador: comprender que en todos los espacios había miles de personas que cuestionábamos lo mismo, y que había que hacer un cambio.

La importancia de lo colectivo…
–Claro, eso me energizó. Nos sirvió para organizarnos, entender que no se puede salir sola, que hay que ser parte de una organización, porque si no son como cuestiones de uno solo: para cambiar el sistema hay que formar parte de un colectivo y entrás como en un engranaje de gente que está haciendo lo mismo. Entonces, eso me cambió totalmente la perspectiva, me puso en otro lugar y desde allí pude ayudar a las compañeras que hicieron también ese mismo proceso: como ir allanando camino. Es que a veces se trata de eso, de abrir espacios. Somos como la punta del iceberg, vamos abriendo espacios para que otras vengan y a otras chicas les parece natural.

Ya que hablamos de identidad, ¿quién es Lohana?
–Esto: una bellísima gordita, feliz, de origen boliviano, salteña, plena, una persona orgullosa de ser travesti, de ser feminista; alguien que pudo revertir su propia historia y que lucha para que otras compañeras puedan hacer lo mismo. Una persona bastante afectiva, lo que hasta a mí misma me sorprende; soy una tía que ama mucho a sus sobrinos; soy bastante leal; tengo un código inquebrantable de haber sido puta: cuando digo “estoy”, estoy, no me importa si estás en las buenas, en las malas, con errores o defectos. Intento ser coherente entre lo que digo públicamente y lo que hago en mi vida.
Llevo una vida como todo el mundo: tomo el colectivo, me gusta leer mucho, y volver a Salta es una de mis pasiones. Soy bien familiera y tengo buen sentido del humor: creo que eso es fundamental porque te quita esa cosa de dramatismo. Me río mucho de mí misma, también.

Lohana se calla pero sigue diciendo muchas cosas. El desafío es aprender a verlas y escucharlas.

(Publicada en la revista "Sueños Compartidos", noviembre de 2009)

lunes, 5 de octubre de 2009

Demoliendo muros

El Grupo Amplio Salvatablas-Presos del Teatro se reúne todos los martes y jueves de 16 a 20:30 en la Universidad Popular para compartir un espacio de expresión con personas privadas de su libertad. Lo que sigue es una crónica de uno de estos encuentros, liberadores del cuerpo y del espíritu.

Por Luis Zarranz
¿“Querés un mate?”. Ésas fueron las primeras palabras que escuché al participar de un encuentro de Salvatablas. Las siguientes: “Vení, sentáte. Acá hay un lugar”. A la media hora, era uno más. Desde entonces, tengo al grupo metido en la cabeza y en todo el cuerpo, como cuando ves una película que te conmueve y, después de varios días, las imágenes y la sensación que te produjeron siguen clavadas en tu retina.
La cosa funciona así: personas privadas de su libertad, que están bajo régimen de salidas transitorias, asisten todos los martes y jueves a la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo para compartir un espacio en el cual, además de generar lazos, ponen en práctica herramientas del psicodrama y del teatro espontáneo. Eso es lo explícito. Lo que nadie te dice es que Salvatablas tiene como un hilo que te vincula.
Frente a mil puertas que se cerraron (literalmente, al tratarse de presos), Salvatablas es una herramienta que tumba las rejas que cada uno lleva adentro (generalmente, más los que estamos “afuera”) que nos impiden acercarnos al otro y nos mantienen presos de nuestros temores y miserias. Ésa es la cárcel que también derrumba Salvatablas: la del individualismo.
Como destaca Luciana Antognini, una de las coordinadoras del grupo, “todos los martes y jueves a partir de las 16 la cosa se va armando”. Primero, con una hora en la vereda de la Universidad sintiendo el viento, el sol y la brisa en el cuerpo. “No estar encerrados. Estar ahí sin que nadie dé alguna indicación salvo estar en ese horario, en la vereda de Madres y rendir ese espacio-tiempo de distintos modos: relajando, conversando, largando su rollo, juntándose con su familia”, explica Sebastián Carrera, el director del grupo.
Después, a las 17, todos y todas suben a una de las aulas de la Universidad para compartir la merienda y un momento en ronda, a través de los “parroquiales” (avisos sobre próximas actividades, la situación de alguien en particular, etcétera), “publicaciones” (lectura de artículos que se desean compartir con el grupo) y las “crónicas” (textos que escriben los propios integrantes de Salvatablas los días que no hay encuentro, o que redactaron otros compañeros de la unidad que, por algún motivo, no pueden estar presentes).
“¿Saben qué? Métanse la plata en el culo. Me voy a recibir. ¿Qué me venís a hablar vos de la indigencia?”. Así arranca una de las publicaciones que lee Mario Mendez, extraída de un libro basado en la experiencia de FM Bajo Flores y que relata cómo se le plantó una estudiante del barrio a una de las visitadoras sociales que debía calificarla para otorgarle, o no, una beca. 
Después, se lee una crónica de Gabriela, compañera de Luis, integrante del grupo: “Pasó mucho tiempo sin que les reportara novedades. El bebé ya cumplió tres meses y pesa siete kilos. Mis otros dos hijos pasaron a vivir con una familia sustituta y la jueza de menores los puso en adoptabilidad hace tres meses. Continúo reclamando el reintegro de mis dos hijos ininterrumpidamente hasta que Eugenio y Aarón estén con su hermanito León, juntos en casa. Sólo así me volverá el alma al cuerpo. La clave es insistir”.
Como se aprecia, los textos interpelan. Tienen una lógica envidiable: hablan sin eufemismos y, quizá por eso, generan intensos debates, intercambios, reflexiones.

Ir al frente
Luego bajamos al sótano para comenzar con las dinámicas de teatro espontáneo y psicodrama, tras algunos ejercicios de respiración que logran distender y relajarnos.
Luciana explica el ejercicio: “Estar concentrados es una de las cosas que les voy a pedir. La primera parte es para hacer a solas: cada uno con lo que yo les voy a dar. Léanlo sabiendo que después vamos a usar ese texto para algo”. Ese “algo” es pasar, a continuación, a una silla ubicada frente a las demás para contar de qué se trata lo que le tocó leer a cada uno. 
Surge un condimento extra: una energía liberadora. Fernando cuenta que algunos afortunados ganaron la Quiniela, que tenía pozo vacante: “Veinte personas obtuvieron alrededor de 2.462 pesos y otras 1.350 ganaron alrededor de doce pesos cada una”, dice con memoria matemática.
Javier relata cómo se hace una pizza y aprovecha para contar los detalles del cumpleaños de su mamá, al que pudo asistir. Luis pasa y sólo agradece a Salvatablas. Federico expresa: “El sábado que viene una princesita cumple años” y narra, emotivamente, cómo será el cumpleaños de su hija en su casa, en el que, felizmente, podrá estar.
Todos y todas realizan la actividad que no sólo es útil para expresar lo que cada uno leyó, sino como punto de partida para expresar sentimientos, deseos, aspiraciones.
Cumplida la ronda, Sebastián pregunta: “¿Alguien más quiere pasar para agregar algo que haya surgido a partir de lo que dijo un compañero? La silla está ahí, adelante, un rato más”. Uno, dos, cinco van al frente y amplían lo que, creen, no quedó claro; buscan un final más preciso; comparten otro sentimiento que antes no pudo salir…
Finalmente, ya cerca del horario de cierre –que suele ser estricto para poder llegar a la Unidad a tiempo– se hace una puesta en común. Leonardo, de veinte años, asiste por primera vez por iniciativa de su tía, que eligió a Salvatablas para hacer un trabajo y se enganchó con el grupo. Se está enterando de que tiene nuevos amigos que lo invitan a que siga viniendo y recibe un abrazo colectivo de esos que dejan marcas imborrables.
Las mismas que nos llevamos los que visitamos al elenco Presos del Teatro y nos damos cuenta del tiempo que solemos pasar presos de nosotros mismos. Pero los martes y jueves existe un lugar en donde todo tipo de encierro pierde por goleada.

ENTREVISTA 
“En busca de un fin ético”
Sebastián Carrera es el director del Grupo de Teatro Amplio Salvatablas-Presos del Teatro. Junto a Mario Mendez, Luciana Antognini y María José Trucco impulsan esta experiencia fascinante de la que, aquí, explica detalles.

¿Cuándo y cómo surge Salvatablas?
-Siempre me interesó el tema de la privación de la libertad, a partir de la conmoción que me generaban los organismos de derechos humanos y el reclamo de “Aparición con vida”, y quedé pegado a la cosa del encierro. Estudié sociología, psicodrama y teatro comunitario. Así que en un momento metí todo eso en la batidora y salió, hace cuatro años, esto de trabajar con presos. Lo primero fue armar un proyecto, y se lo mostré a un juez de Ejecución, Sergio Delgado. Por otro lado, lo traje a Madres, que era el mejor lugar para esta idea. Y las dos puntas abrazaron la propuesta.

¿Cuál es el requisito para que una persona privada de su libertad pueda participar?
-Tiene que estar bajo el régimen de “salidas transitorias”. Lo tiene aquél que ya está con más de la mitad de la condena cumplida y que obtiene calificaciones altas en conducta y concepto, puestas por el Servicio Penitenciario Federal. La última palabra la tiene el juez, que autoriza o no. El hecho de estar en ese régimen los habilita a tener otras salidas, por ejemplo por estudio, que es este caso. La persona interesada, solicita la autorización por escrito a su juez de Ejecución Penal.

¿Qué dispositivos se ponen en juego en Salvatablas?
-Muchos. En principio, reducción de daños. Creo que, en la situación en la que estamos, el penal es dañino para los presos, para los penitenciarios y para las familias de ambos: no conozco a nadie al que le convenga el actual estado de las cárceles, con lo cual lo primero que nos proponemos es que esté el menor tiempo posible encerrado. Nos valemos de la charla fluida que surge, del recibimiento que le da el grupo al nuevo, de las herramientas del psicodrama y del teatro espontáneo para el logro de este fin, que es ético, no estético. El grupo es mixto y abierto, para que puedan venir familiares, estudiantes, amigos. Entonces los martes y jueves, aparte de ser “día de estudio” es “de visita” porque vienen con sus hijos, con sus con sus parejas, con sus parientes.

La mayor parte de la gente que asiste al grupo me dijo que Salvatablas le cambia la cabeza. ¿Por qué creés que sienten eso?
-Porque están acostumbrados a que no los reciban. Es muy significativa la hospitalidad de Madres. Como está todo dado vuelta, ellos tienen la cabeza preparada en términos de conveniencia. Entonces, tienen que darla vuelta para entender. Con esto estoy generalizado, pero les cuesta concebir que alguien haga algo sin interés económico. La pertenencia a Madres es buenísima, porque da otro sentido a la libertad, a la lucha, al encierro, al porqué están presos.

¿Qué significa Salvatablas para vos?
-(Piensa largo, se entretiene con la barga, gesto característico en él). Tardo porque te diría “todo”.

Mario y Luciana, que escuchan esta última pregunta, también se animan a responder. Dice Mario: “A mí me interesa que nos encontremos, crear puentes, porque lo que hace la lógica es romperlos y que no haya vínculos. Es más: los garrotes en la celda existen, es cierto, pero yo no sé si son los que aseguran la lógica del encierro, sino lo que produce en la subjetividad de cada uno de los que están ahí”
Luciana agrega: “Rescato el acontecimiento: vamos llegando, nos reunimos, subimos, se va armando y en algún momento del encuentro ocurre algo que es una celebración. Por eso estoy acá y en este trabajo confío, creo y celebro que ocurra en Madres. No pasaría en otro lado: nosotros nos sentimos dentro de ese gran cuerpo que son las Madres”.

ENTREVISTA
“En Salvatablas me sentí como en casa”
Omar Alberto Bacha es uno de los que tuvo su primer acercamiento al mundo Madres a través de Salvatablas, grupo que integró durante un año y siete meses a partir del 2007. Hoy, trabaja en la Fundación Madres de Plaza de Mayo como uno de los encargados de seguridad.
“En Salvatablas encontré comprensión, me sentí como en casa. Me abrió muchas puertas”, dice con ojos brillosos.

¿Qué te generó?
-Es algo que te abre la cabeza. No puedo creer cómo se les ocurrió formar un grupo de teatro con gente que está detenida y que lo hagan más que nada por la convicción de lo que el teatro genera. Además, cuando empecé a venir me originó como una especie de militancia para las Madres. Yo no tenía ni idea de que marchaban desde el 77 en Plaza de Mayo ni que eran madres de desaparecidos, y eso tiene que ver con la desinformación que tenemos en la unidad. Lo de las Madres me generó mucha emoción y eso se lo expliqué a mi familia también. Cuando salía los jueves del penal para Salvatablas, salía corriendo a Plaza de Mayo para ir a dar, al menos, dos vueltitas con ellas y después venir a la Universidad

¿Por qué está bueno participar del grupo?
-Para conocerse a uno mismo y a un grupo de gente maravillosa, que pelea por el que está privado de su libertad. De todo lo que sé vinculado con mi libertad, mucho se lo debo a Salvatablas, que me abrazó desde el primer día. Ojalá que toda la gente que está detenida pueda participar en este grupo.

(Publicada en la revista "Sueños Compartidos", octubre 2009)  

viernes, 5 de junio de 2009

“El humor es siempre anárquico”

Entrevista a Diego Capusotto

Es el humorista actual por excelencia. Lejos de ser una moda, se escapa de la pose, del lugar común y se muestra de una manera que es subversiva en el medio en el que trabaja: ser tal cual es. En esta entrevista, más que hacernos reír, que lo hace, nos hace pensar. Habla del poder político del humor, como desmitificador del discurso reinante y como alterador de lo establecido; de sus enemigos, de las cosas en las que “se caga”, del proceso creativo colectivo, del fútbol, del rock y de la política. Aquí, el humorista más desopilante demuestra que también puede el más reflexivo si se lo escucha seriamente.

Por Luis Zarranz
Fotos: Sebastián León
Desgrabación: Mercedes Manildo (¡Gracias!)

Primer Acto: Domingo, 17 horas. Suena el celular. El que habla del otro lado de la línea es Diego Capusotto que llama para terminar de cerrar el horario de la entrevista.
Segundo Acto: Martes, 14 horas en el bar “El Progreso”, barrio de Barracas. Capusotto entra con la comodidad propia de quien ingresa a un lugar que siente suyo. Su calzado nos lo revela: medias y pantuflas.
Tercer Acto: El grabador se apaga pero él no da por finalizada la conversación sino que se muestra interesado en continuarla.
La lógica indicaría hacer la pregunta “¿Cómo se llama la obra?” pero la respuesta no tiene nombre de ningún espectáculo ni está protagonizada por ninguno de sus  personajes. En esta función, Capusotto hace de sí mismo.
Los tres recortes sirven de ejemplo y reflejan qué lejos está Diego Capusotto de cualquier vedettismo. Convertido, sin lugar a dudas, en el capocómico actual, sus programas y personajes multiplican fanáticos pero también cierto código de pertenencia. Este espíritu ha determinado que, sobre todo desde “Peter Capusotto y sus Videos”, él y su programa se hayan convertido en eso que suele definirse como “de culto”, aunque uno ya sepa que deberá disculparse por el término debido al rechazo que nuestro protagonista reafirma contra la religiosidad entendida como actitud.
¿En qué se registra el fenómeno Capusotto? En la conversión del sustantivo propio al adjetivo. Aunque no se emplea cómo término, lo capusotteano, distingue no sólo una forma de humor (absurdo, ácido, bizarro, desopilante, paródico) sino una ética y una estética: hacer reír con pocos recursos y lejos de esconderlos buscar que esa “debilidad” se transforme en fortaleza; exagerar ciertos lugares comunes con notable agudeza, decir desde un  posicionamiento ideológico que cuestiona lo establecido: una identidad asumida que hace que cuando digamos el “humor de Capusotto” sepamos de qué hablamos.
Sentado en una de las mesas del centro de este bar nostálgico y tradicional, cuyo nombre –“El Progreso” desmiente su esencia y en donde el tiempo corre a paso lento, Diego espera el café y las preguntas. Antes de que se enfríen, las ponemos sobre la mesa

-Te has convertido en un humorista de culto. ¿Lo vivís así?
-No, lo que pasa es que dentro de un medio que apunta al éxito comercial hacemos programas que no tienen grandes pretensiones cuando empiezan y siempre estamos convencidos, sea “Todo por $2”, “Delicatessen” con el Negro Fontova, o el programa que hacemos ahora con Pedro Saborido. En realidad, como no tienen la pretensión de estar acompañados por una gran propaganda que dicta que eso tiene que verse, mucha gente lo resalta: ahí viene la empatía. Más allá de que te tiene que gustar lo que estás viendo, se siente un poco más auténtico y tiene que ver con una especie de producto artesanal: aunque el raviol se hace con la misma masa pareciera que es la mejor casa de pastas, digamos que tiene esa cosa de más genuina".

-¿Con los personajes que interpretás pasa lo mismo?
-Claro, primero nos tienen que gustar a nosotros. Después uno puede intuir que lo que se nos ocurre puede ser de agrado de mucha gente, pero eso no se sabe nunca. Si no trabajas con una disciplina interna es imposible, porque si no estás mirando todo el tiempo el afuera. Nosotros lo hacemos para el afuera pero hay un paso anterior, una estructura que le pertenece a la gente que lo hace.

A esta altura, Capusotto ha bebido la mitad de su café chico. Habla más lento que el registro (televisivo) que tenemos de él. Las manos completan cada uno de los conceptos y éstos, lejos de tener la exclusiva finalidad de hacernos reír, nos hacen pensar. Se advierte un pensamiento profundo. Sostiene que el humor es, por definición, contrario a toda autoridad: “Por lo menos como yo lo entiendo es una deformación de la realidad, de lo cotidiano, de lo establecido, siempre. Es una fuga a mundos mejores”.

-¿De qué manera el humor hace política?
-Como alguna vez dijo Norman Briski, yo hago política porque hacerlo es decir lo que está pasando, desde un lugar obviamente personal. Uno no lo hace con la intención educativa o inmaculada para decir "se tienen que dar cuenta de lo que está pasando": es más anárquico, y de hecho eso después provoca un debate, o hacerse cargo de lo que uno está señalando. El humor es siempre más anárquico.

-¿En qué sentido?
-En el sentido de que dispara de cualquier dogma, de cualquier institución y de alguna manera es como una sensación de burlarse un poco de todo. A su vez eso tiene un sentido existencialista, filosófico: antes de llegar a burlarse de todo uno se pregunta a sí mismo qué es el universo, para qué estamos, para qué sirve esto: preguntas que tienen que ver con el ser y con lo posible. Y a partir de ahí, a veces, uno se toma un recreo, entonces se caga en la muerte, se caga en los sentimientos, en el fondo se caga en eso.

El café hace rato que llegó a su fin cuando la charla parece estar entrando en esa zona imposible de definir pero perceptible con cualquiera de los sentidos. Es en este preciso momento, donde se ansía la posibilidad de detener el tiempo para que la conversación se prolongue, y más teniendo en cuenta que, encima, el ambiente huele a comida casera. Nuestro deseo es imposible de cumplir pero contamos con la medicación necesaria para combatir la frustración:

-¿Te parece que el humor funciona como un antídoto?
-Sí, creo que sí. Me parece que es algo que tenés que llevar en el bolsito para salir a pasear, o de cacería, porque en la vida no estás todo el tiempo riéndote o tomando partido desde la ficción. Lo que hacemos con Pedro es una necesidad que nos hace felices y nos da un sentido trascendente a nuestra propia vida, es como necesario hacerlo y a su vez es una consecuencia de todo lo que nos pasa en lo cotidiano, en los signos de la realidad, y a la gente que ve el programa le debe pasar lo mismo: es una especie de militancia personal.

Como el lector aprecia, la referencia a Pedro Saborido, amigo y guionista de sus personajes, es reiterada. Es que Saborido y Capusotto componen una dupla que excede al andamiaje creativo y al nombre del programa: Peter, por Pedro; y Capusotto, por quién define: “A Pedro lo nombro todo el tiempo porque el programa lo hacemos los dos y porque a su vez también escapo de esta cosa de cierta categorización. No es falsa humildad ni mucho menos. Como estoy al frente de la pantalla pareciera que todo lo hago yo, entonces se pasa a una exacerbación donde el mismo tipo hace la masa, la prueba, la sirve, la come”.
“Es un programa de equipo, agrega Diego y las cosas suceden cuando es un trabajo colectivo, cuando hay una idea en común que circula. La idea siempre es importante, no es simplemente el tipo que te hace reír”. Luego se detiene en ambos roles, no para marcar la diferencia, sino para acortarla: “Yo pongo la cara pero hay una idea que circula: esos personajes la toman y hablan de acuerdo a ella. Entonces de lo que vos te reís es algo que pensamos con Pedro. No importa ni siquiera si fue una idea mía porque Pedro la escribió y después yo la actué, entonces siempre hay algo que roza a los dos y es algo que tengo en cuenta porque me parece central la revalorización del otro. Como estamos en un medio neurótico relacionado al ego y a esas cosas, creo que si uno necesita trascendencia en su vida, también la necesita junto a los pares que están en lo mismo y con Pedro estamos en lo mismo”, concluye.

-Diego, ¿en qué cosas te cagás?  
-(Hace una pausa, los ojos se clavan en el horizonte y cuando vuelven hacia nuestra mirada, responde) En la exacerbación de algo que, más que un sentimiento es una actitud, como diría José Ingenieros haciendo referencia a la religiosidad: la toma como una actitud y no como un sentimiento. De ahí al fanatismo estás a un paso; y me cago en esos discursos que mientras están siendo dichos se derriten, de eso me cago. Y eso ponéselo a la autoridad que quieras, hay autoridades que son genuinas y hay autoridades que no: yo me río de eso.

-¿Cuáles te parece que son genuinas?
-Las que están acompañadas por una acción concreta, con la inmediatez. Por eso me parece genuino el Padre Mugica y no Ratzinger, que me parece que es el eje del mal.

-¿Y cuáles son esos discursos derretidos, fuera de la verdad?
-No es la verdad dicha porque lo dicho siempre es contradictorio en algún punto, como eje de cierta sensibilidad entre lo que estás diciendo y lo que pasa. La verdad que existe es en el sentido de estar haciendo y estar cumpliendo lo que se dice, en la actividad, en la motorización.

-,¿Te ponés límites al hacer humor?
-No, los límites tienen que ver con los gustos, con lo que no te causa tanta gracia. Me lo pongo más con eso que en una cuestión social o política. Por ejemplo, hoy estaba hablando con Pedro porque se nos había ocurrido hacer un grupo de rock que canta todas canciones en contra de Maradona.

Ahí está la mirada y el absurdo de Capusotto para provocar risas espontáneas frente a la ocurrencia y ante los gestos que la acompañan: “Un grupo que diga: ‘No conozco a Marado, no sé si era mejor que Pelé’. Contrario a esa cosa ‘Marado, Marado’ tan frecuente. Jamás me importaría que algún pelotudo diga, ‘¿Cómo te vas a meter con alguien inmaculado?’ En realidad, amo a Maradona, pero me parece que el humor está justamente en degradar eso que está como un imaginario correcto y devenirlo en una cosa así. Porque creo que el humor siempre te acerca a la niñez, donde ahí realmente te cagás en todo pero  después lo dejás. Ahí te empezás a acercar a ser como un niño: cuando te cagas en el imaginario, pero no porque uno esté precisamente en contra, al contrario”, dice el humorista que con su miranda profunda se (nos) descubre como un antropólogo maestro del humor.
“Me causa gracia lo de Maradona porque está inserto en esto de que podemos putear a todos pero a Maradona no: es intocable. Entonces nos podemos fumar veinte fasos, tomar siete hongos pero Maradona está bárbaro. Es un juego de chicos pero a través de algo que uno observa y termina diciendo: ‘Bueno, me voy a cagar en esto’. Hay algo de salvajismo en el tema del humor”

Lenta pero inexorablemente el tiempo se nos escapa por entre los dedos y en pocos minutos la entrevista será pura anécdota, todo comentario, sensación, recuerdo. Sin embargo, Diego nos sigue invitando a compartir su mundo. El fotógrafo, que lo retuvo innumerables veces en su lente, se anima a preguntar.

-A mi me gustaría saber qué tipo de lectura sentís que hizo algo en vos
-A vos no te contesto

Son dos segundos de seriedad hasta que Capusotto larga la risa y, lógicamente, nosotros también. Luego, larga la respuesta: “Por ejemplo ahora estoy leyendo un libro que me hace muy feliz leer: ‘El hombre mediocre’, de José Ingenieros. Me parece muy revitalizador de la vida, de esto de sostener realmente un ideal, una trascendencia en tu vida, que no es el reconocimiento exitoso sino esta cosa de saber que uno tiene ahí algo entero que no se quiebra, ¿no?, y que lo hace fuerte también, en el sentido más leal de la palabra, no la fuerza física. Uno encuentra pares con los autores de muchos libros, esta cosa de decir ‘yo pienso igual que él’: saber que uno está instalado en algún tipo de tribu donde hay una idea circulante, que es la que a vos te parece la correcta para vivir. Y eso lo encuentro en la música, que me parece el arte más excelso, y en tipos que escriben: Nietzsche, Kierkegaard, aunque a veces me supera. Está bien que te supere, no necesariamente tenés que leer para entender". 

-¿Te considerás rebelde?
-Con respecto a algunas cosas, sí, claro. Digo con respecto a algunas cosas porque en realidad uno está formando parte de los signos de la realidad, pero me considero un tipo bastante curioso. Y a partir de ahí hago lo que hago y eso está vinculado a la sensibilidad sobre lo que ves, lo que profundizás, con quién te juntás y sobre esta necesidad de demoler verdades que no son, eso me parece interesante. Demoler un discurso que vos tenés la certeza que no es, te solidariza con el otro. A mi me irrita muchas cosas de lo real. De hecho supongo que José Ingenieros, no me voy a comparar con él desde ya, escribió eso porque estaba irritado. Lo que pasa es que el tipo tenía qué decir. Ahora si sos un irritado y puteás porque sí, sos un neurótico.

-¿Desde la irritación se puede hacer humor?
-Desde ya, siempre, porque el tema de burlarse sobre lo que te duele es como sacarte un peso de encima y a su vez tiene esa cosa de desmoronar una idea, de ponerse del lado de enfrente. El humor, con sutileza e inteligencia, te coloca ideológicamente de la vereda de enfrente. Hay algo de duende, sería bueno que fuera uno muy sabihondo, que sepa de lo que se burla y dónde está la mentira para burlarse y desmoronarla. Esa es la proyección que yo tengo como personaje ideal: un duende maléfico, no en el sentido de hacer maldades, sino de la intención y de conocer la esencia de las cosas. Por eso nunca voy a llegar a eso, porque uno nunca las va a saber.
La proyección para mí del personaje ideal es desmoronar la mentira de los que supuestamente creen que saben y no saben nada. Además porque creo que los verdaderos enemigos ideológicos se ponen nerviosos cuando te burlás. Es como la degradación total de algo que tienen armado, como cosa conductiva y directiva de conductas. Por eso digo que es interesante demoler eso, algo más vinculante a lo social.  

-¿Y quiénes son tus enemigos, Diego?
-Las instituciones, tal como están construidas, son siempre ponentes. Entonces ahí pongo a la institución militar, la educativa o la religiosa. Por supuesto que la institución educativa me parece mucho más interesante. Las otras están construidas para estar ligadas al poder y a la cuestión dirigista: tienen como una génesis de pertenecer al Estado de control. Todo eso me genera sospecha y me empiezo a agazapar. Ahí empiezo a buscar los pares, a prestar atención, porque esto va a ser determinante en tu vida y en tu conducta.

Como se aprecia, Capusotto aporta una mirada filosófica, casi socrática en aquello de desmoronar el pseudo saber. También da noción de ser anárquico. Le trasladamos la inquietud: “Puede ser porque tengo una lucha entre lo que está establecido (estoy ubicado en este mundo, donde uno sigue ciertos signos para no quedar tan desolado y se acomoda a la convención) pero por otro lado siempre que puedo trato de desmitificar el orden establecido y los dogmas. Eso tiene que ver con una sensibilidad sobre lo que te rodea y en mi caso tiene que ver también con la descomposición del discurso oficial, para derrumbarlo con una cierta base sólida ideológica que te permita estar en los lugares elegidos y no estar ahí en la ambigüedad y en el discurso dicho sólo porque tenemos el lenguaje y necesitamos hablar”.

Nos quedamos con eso: con esa descomposición del discurso oficial, con la ligazón entre discurso y acción para proponerle, a instancia del fotógrafo, leer la tapa del diario “La Nación” y fotografiar la cara que le sugiere cada noticia. Ahí no hay palabras pero su rostro habla por doquier y, como durante toda la tarde, también nos dejará pensando.


Futbol, rock y política
-Queremos llegar al fondo de tu ser y preguntarte si Racing se salva del descenso
-¡Ya! Sí. Está la mística preparada para que así sea.

-Estás confiado…
-Por supuesto, así somos los racinguistas

-Tenés una ligazón muy barrial: Barracas, el fútbol, esta cosa del rock a roll…
-Sí, esas son las cosas que te tocan, pero a su vez también es un poco la desmitificación de esas cosas. Por ejemplo, a mí me toca el fútbol pero no de acuerdo a la oficialidad que dice cómo es el fútbol, cómo tiene que ser: yo lo entiendo de otra manera. Me toca desde el amor que tengo por el juego, por lo que produce. Es totalmente alocado: imaginate que pertenecer a un club donde los que están jugando son otros, pero a la vez  vos también sentís que estas jugando…

-Y hasta lo decimos en plural: “Ganamos”…
-Es una cosa muy rara pero también tiene una cosa colectiva que es interesante. Si hay una imagen del mundo mejor, donde todo el mundo se abrace, eso es un poco el fútbol, que, a su vez, representa al mundo real porque hay un contrario que está haciendo fuerzas para que pierdas. Hay una autoridad, el referí, y está la cargada del contrario: hay oponentes del otro lado que están en la misma situación tuya pero que vos los entendés como enemigos, también es raro.

-¿Y con el rock qué relación tenés?
-Es primero una relación de gusto por la música y por el sonido. Hoy escucho un poco de todo porque no pertenezco ya a la tribu del rock, me interesa más el sonido que la tribu…

-¿Y qué te significó pertenecer a la tribu del rock?
-Un lenguaje que era donde tenías que estar colocado. Es lo que hablábamos anteriormente del lenguaje frente a lo establecido y la idea de moldear conductas. Era como  estar del lado de enfrente, y el sonido también tenía que ver con eso. También fue para nosotros un refugio, sobre todo para mi generación: el refugio de la dictadura para nosotros no fue la militancia sino el rock. Hubiese sido la militancia si capaz hubiésemos tenido familias militantes. En mi casa se hablaba mucho de política, mi hermano de hecho era un tipo muy curioso y muy lector, que navegaba dentro del rock y de ir a Ezeiza a recibir a Perón. Incluso en mi casa, una vez vinieron a buscarlo por una denuncia y a los tres días apareció, o sea no viví lo letal de la dictadura pero casi. Es raro, porque cuando pasó eso yo tenía 15 o 16 años y tengo el recuerdo de las tres personas que vinieron, de uno de ellos pateando la cama donde yo estaba durmiendo. Es una charla que tengo pendiente con mi hermano: lo que sucedió en esos tres días.

-Un recuerdo preciso y una deuda, como marcas de la dictadura…
-Sí, entre otras cosas. Nosotros veníamos de escuchar de nuestros mayores que un Golpe de Estado era normal, porque la propia sociedad lo aceptó, de hecho. Entonces eso a nosotros nos parecía que era habitual, teniendo 15 años, pero por otra parte sentíamos el patrullero en nuestras vidas: la intuición de saber que algo feo pasaba, pero no saberlo en concreto. Los diarios no decían nada, sólo "Enfrentamiento con la subversión". ’Inclusive en los diarios salió que (Norma) Arrostito había sido muerta en un enfrentamiento, cuando en realidad estaba en la ESMA, chupada hace un año; es decir, el plan de información era que todos los días había un enfrentamiento y en realidad era Terrorismo de Estado.

-Ernestina Pais dijo en una entrevista que te votaría como legislador, ¿aceptarías?
-Lo de Ernestina fue un poco en broma porque tiene que ver por lo que mucha gente simpatiza con el programa nuestro, esta cosa de tratar de no entrar en el circuito comercial y del éxito: mantener un lugar de cierta comodidad en la que del programa no se negocia nada. Nuestra elección es por fuera del “éxito” y de ganar el doble de plata. No estoy diciendo que ganemos dos mangos, pero sí que podríamos ganar el doble. Preferimos la autenticidad de la gestión, el impulso creativo. Sin embargo, no estaría en ninguna estructura política porque tengo la contradicción de ser un tipo muy curioso en la construcción, pero por otro lado también saber que la construcción política tiene un componente muy fuerte de dogma y yo escapo de eso. Entonces, sé que en el Poder hay que negociar con los más malos y no estoy capacitado para eso. Sé que hay que hacerlo y podría hacerlo si quiero, pero también me agarra stalinismo, ¿viste?. Entonces no lo podría hacer, y me parece que el Poder no es la charla del bar de cómo se debería hacer, sino que es, muchas veces, negociar con los malos y sobre todo con lo que está enquistado socialmente como construcción política.

(Publicada en la revista "Al Margen", Bariloche, Río Negro, junio-julio de 2009)