Es el humorista actual por excelencia. Lejos de ser
una moda, se escapa de la pose, del lugar común y se muestra de una manera que
es subversiva en el medio en el que trabaja: ser
tal cual es. En esta entrevista, más que hacernos reír, que lo hace, nos hace
pensar. Habla del poder político del humor, como desmitificador del discurso
reinante y como alterador de lo establecido; de sus enemigos, de las cosas en
las que “se caga”, del proceso creativo colectivo, del fútbol, del rock y de la
política. Aquí, el humorista más desopilante demuestra que también puede el más
reflexivo si se lo escucha seriamente.
Por Luis Zarranz
Fotos: Sebastián León
Desgrabación: Mercedes Manildo (¡Gracias!)
Primer Acto: Domingo, 17 horas. Suena el celular. El que habla
del otro lado de la línea es Diego Capusotto que llama para terminar de cerrar
el horario de la entrevista.
Segundo Acto: Martes, 14 horas en el bar “El Progreso”, barrio de Barracas. Capusotto entra con la comodidad propia de quien
ingresa a un lugar que siente suyo. Su calzado nos lo revela: medias y
pantuflas.
Tercer Acto: El grabador se apaga pero él no da por finalizada
la conversación sino que se muestra interesado en continuarla.
La lógica
indicaría hacer la pregunta “¿Cómo se llama la obra?” pero la respuesta no
tiene nombre de ningún espectáculo ni está protagonizada por ninguno de sus personajes. En esta función, Capusotto hace de
sí mismo.
Los tres
recortes sirven de ejemplo y reflejan qué lejos está Diego Capusotto de cualquier
vedettismo. Convertido, sin lugar a dudas, en el capocómico actual, sus
programas y personajes multiplican fanáticos pero también cierto código de
pertenencia. Este espíritu ha determinado que, sobre todo desde “Peter
Capusotto y sus Videos”, él y su programa se hayan convertido en eso que suele definirse
como “de culto”, aunque uno ya sepa que deberá disculparse por el término debido
al rechazo que nuestro protagonista reafirma contra la religiosidad entendida
como actitud.
¿En qué se
registra el fenómeno Capusotto? En la conversión del sustantivo propio al adjetivo.
Aunque no se emplea cómo término, lo capusotteano,
distingue no sólo una forma de humor (absurdo, ácido, bizarro, desopilante,
paródico) sino una ética y una estética: hacer reír con pocos recursos y lejos
de esconderlos buscar que esa “debilidad” se transforme en fortaleza; exagerar ciertos
lugares comunes con notable agudeza, decir desde un posicionamiento ideológico que cuestiona lo establecido: una
identidad asumida que hace que cuando digamos el “humor de
Capusotto” sepamos de qué hablamos.
Sentado en
una de las mesas del centro de este bar nostálgico y tradicional, cuyo nombre
–“El Progreso”– desmiente su esencia y en donde el tiempo corre a paso lento, Diego
espera el café y las preguntas. Antes de que se enfríen, las ponemos sobre la
mesa
-Te has convertido en un humorista de culto. ¿Lo vivís así?
-No, lo que pasa es que dentro de un medio que apunta
al éxito comercial hacemos programas que no tienen grandes
pretensiones cuando empiezan y siempre estamos convencidos,
sea “Todo por $2”, “Delicatessen” con el Negro Fontova, o el programa que
hacemos ahora con Pedro Saborido. En realidad, como no tienen la pretensión de
estar acompañados por una gran propaganda que dicta que eso tiene que verse,
mucha gente lo resalta: ahí viene la empatía. Más allá de que te tiene que
gustar lo que estás viendo, se siente un poco más auténtico y tiene que ver con
una especie de producto artesanal: aunque el raviol se hace con la misma masa pareciera
que es la mejor casa de pastas, digamos que tiene esa cosa de más genuina".
-¿Con los personajes que interpretás pasa lo mismo?
-Claro, primero
nos tienen que gustar a nosotros. Después uno puede intuir que lo que se nos ocurre puede ser de agrado de mucha gente, pero eso
no se sabe nunca. Si no trabajas con una disciplina interna es imposible,
porque si no estás mirando todo el tiempo el afuera. Nosotros lo hacemos para el
afuera pero hay un paso anterior, una estructura que le pertenece a la gente
que lo hace.
A esta
altura, Capusotto ha bebido la mitad de su café chico. Habla más lento que el
registro (televisivo) que tenemos de él. Las manos completan cada uno de los
conceptos y éstos, lejos de tener la exclusiva finalidad de hacernos reír, nos
hacen pensar. Se advierte un pensamiento profundo. Sostiene que el humor es,
por definición, contrario a toda autoridad: “Por lo menos como yo lo entiendo
es una deformación de la realidad, de lo cotidiano, de lo establecido, siempre.
Es una fuga a mundos mejores”.
-¿De qué manera el humor hace política?
-Como
alguna vez dijo Norman Briski, yo hago política porque hacerlo es decir
lo que está pasando, desde un lugar obviamente personal. Uno no lo hace con la intención educativa o inmaculada para decir "se tienen que
dar cuenta de lo que está pasando": es más anárquico, y de hecho eso después provoca un debate, o hacerse cargo de lo que uno está
señalando. El humor es siempre más anárquico.
-¿En qué sentido?
-En el
sentido de que dispara de cualquier dogma, de cualquier institución y de alguna
manera es como una sensación de burlarse un poco de todo. A su vez eso tiene un
sentido existencialista, filosófico: antes de llegar a burlarse de todo uno se
pregunta a sí mismo qué es el universo, para qué estamos, para qué sirve esto: preguntas
que tienen que ver con el ser y con lo posible. Y a
partir de ahí, a veces, uno se toma un recreo, entonces se caga en la muerte,
se caga en los sentimientos, en el fondo se caga en eso.
El café hace
rato que llegó a su fin cuando la charla parece estar entrando en esa zona
imposible de definir pero perceptible con cualquiera de los sentidos. Es en
este preciso momento, donde se ansía la posibilidad de detener el tiempo para
que la conversación se prolongue, y más teniendo en cuenta que, encima, el
ambiente huele a comida casera. Nuestro deseo es imposible de cumplir pero
contamos con la medicación necesaria para combatir la frustración:
-¿Te parece que el humor funciona como un antídoto?
-Sí, creo
que sí. Me parece que es algo que tenés que llevar en el bolsito para salir a
pasear, o de cacería, porque en la vida no estás todo el tiempo
riéndote o tomando partido desde la ficción. Lo que hacemos con Pedro
es una necesidad que nos hace felices y nos da un sentido trascendente a
nuestra propia vida, es como necesario hacerlo y a su vez es una
consecuencia de todo lo que nos pasa en lo cotidiano, en los signos de la
realidad, y a la gente que ve el programa le debe pasar lo mismo: es una
especie de militancia personal.
Como el
lector aprecia, la referencia a Pedro Saborido, amigo y guionista de sus
personajes, es reiterada. Es que Saborido y Capusotto componen una dupla que
excede al andamiaje creativo y al nombre del programa: Peter, por Pedro; y Capusotto, por quién define: “A Pedro lo
nombro todo el tiempo porque el programa lo hacemos los dos y porque a su vez también
escapo de esta cosa de cierta categorización. No es falsa humildad ni mucho
menos. Como estoy al frente de la pantalla pareciera que todo lo hago yo,
entonces se pasa a una exacerbación donde el mismo tipo hace la masa, la prueba,
la sirve, la come”.
“Es un
programa de equipo, –agrega Diego– y las cosas suceden cuando es un trabajo
colectivo, cuando hay una idea en común que circula. La idea siempre es
importante, no es simplemente el tipo que te hace reír”. Luego se detiene en
ambos roles, no para marcar la diferencia, sino para acortarla: “Yo pongo la
cara pero hay una idea que circula: esos personajes la toman y hablan de
acuerdo a ella. Entonces de lo que vos te reís es algo que pensamos con Pedro. No
importa ni siquiera si fue una idea mía porque Pedro la escribió y después
yo la actué, entonces siempre hay algo que roza a los dos y es algo que tengo en cuenta porque me parece central la revalorización del otro. Como estamos en un medio neurótico relacionado al ego y a esas cosas, creo que
si uno necesita trascendencia en su vida, también la necesita junto a los pares
que están en lo mismo y con Pedro estamos en lo mismo”, concluye.
-Diego, ¿en qué cosas te cagás?
-(Hace una
pausa, los ojos se clavan en el horizonte y cuando vuelven hacia nuestra
mirada, responde) En la exacerbación de algo que, más que un sentimiento es una
actitud, como diría José Ingenieros haciendo referencia a la religiosidad: la
toma como una actitud y no como un sentimiento. De ahí al fanatismo
estás a un paso; y me cago en esos discursos que mientras están siendo dichos
se derriten, de eso me cago. Y eso ponéselo a la autoridad que quieras, hay
autoridades que son genuinas y hay autoridades que no: yo me río de eso.
-¿Cuáles te parece que son genuinas?
-Las que
están acompañadas por una acción concreta, con la inmediatez. Por eso me parece
genuino el Padre Mugica y no Ratzinger, que me parece que es el eje del mal.
-¿Y cuáles son esos discursos derretidos, fuera de la verdad?
-No es la verdad dicha porque lo dicho
siempre es contradictorio en algún punto, como eje de cierta sensibilidad entre
lo que estás diciendo y lo que pasa. La verdad que existe es en el sentido de
estar haciendo y estar cumpliendo lo que se dice, en la actividad, en la
motorización.
-,¿Te ponés límites al hacer humor?
-No, los
límites tienen que ver con los gustos, con lo que no te causa tanta gracia. Me
lo pongo más con eso que en una cuestión social o política. Por ejemplo, hoy
estaba hablando con Pedro porque se nos había ocurrido hacer un grupo de rock que
canta todas canciones en contra de Maradona.
Ahí está la
mirada y el absurdo de Capusotto para provocar risas espontáneas frente a la ocurrencia
y ante los gestos que la acompañan: “Un grupo que diga: ‘No conozco a Marado,
no sé si era mejor que Pelé’. Contrario a esa cosa ‘Marado, Marado’ tan
frecuente. Jamás me importaría que algún pelotudo diga, ‘¿Cómo te vas a meter
con alguien inmaculado?’ En realidad, amo a Maradona, pero me parece que el
humor está justamente en degradar eso que está como un imaginario correcto y
devenirlo en una cosa así. Porque creo que el humor siempre te acerca a la
niñez, donde ahí realmente te cagás en todo pero después lo dejás. Ahí te empezás a acercar a ser como un niño: cuando te cagas en el
imaginario, pero no porque uno esté precisamente en contra, al contrario”, dice
el humorista que con su miranda profunda se (nos) descubre como un antropólogo
maestro del humor.
“Me causa
gracia lo de Maradona porque está inserto en esto de que podemos putear a todos
pero a Maradona no: es intocable. Entonces nos podemos fumar veinte fasos,
tomar siete hongos pero Maradona está bárbaro. Es un juego de chicos pero a
través de algo que uno observa y termina diciendo: ‘Bueno, me voy a cagar en
esto’. Hay algo de salvajismo en el tema del humor”
Lenta pero
inexorablemente el tiempo se nos escapa por entre los dedos y en pocos minutos la
entrevista será pura anécdota, todo comentario, sensación, recuerdo. Sin
embargo, Diego nos sigue invitando a compartir su mundo. El fotógrafo, que lo
retuvo innumerables veces en su lente, se anima a preguntar.
-A mi me gustaría saber qué tipo de lectura sentís que hizo algo en
vos
-A vos no te
contesto
Son dos
segundos de seriedad hasta que Capusotto larga la risa y, lógicamente, nosotros
también. Luego, larga la respuesta: “Por ejemplo ahora estoy leyendo un libro
que me hace muy feliz leer: ‘El hombre mediocre’, de José Ingenieros. Me parece
muy revitalizador de la vida, de esto de sostener realmente un ideal, una
trascendencia en tu vida, que no es el reconocimiento exitoso sino esta cosa de
saber que uno tiene ahí algo entero que no se quiebra, ¿no?, y que lo hace
fuerte también, en el sentido más leal de la palabra, no la fuerza física. Uno
encuentra pares con los autores de muchos libros, esta cosa de decir ‘yo pienso
igual que él’: saber que uno está instalado en algún tipo de tribu donde
hay una idea circulante, que es la que a vos te parece la correcta para vivir. Y
eso lo encuentro en la música, que me parece el arte más excelso, y en tipos
que escriben: Nietzsche, Kierkegaard, aunque a veces me supera. Está bien que
te supere, no necesariamente tenés que leer para entender".
-¿Te considerás rebelde?
-Con
respecto a algunas cosas, sí, claro. Digo con respecto a algunas cosas porque
en realidad uno está formando parte de los signos de la realidad, pero me
considero un tipo bastante curioso. Y a partir de ahí hago lo que hago y eso
está vinculado a la sensibilidad sobre lo que ves, lo que profundizás, con quién
te juntás y sobre esta necesidad de demoler verdades que no son, eso me parece
interesante. Demoler un discurso que vos tenés la certeza que no es, te
solidariza con el otro. A mi me irrita muchas cosas de lo real. De hecho supongo que José
Ingenieros, no me voy a comparar con él desde ya, escribió
eso porque estaba irritado. Lo que pasa es que el tipo tenía qué decir. Ahora si
sos un irritado y puteás porque sí, sos un neurótico.
-¿Desde la irritación se puede hacer humor?
-Desde ya,
siempre, porque el tema de burlarse sobre lo que te duele es como sacarte un
peso de encima y a su vez tiene esa cosa de desmoronar una idea, de ponerse del
lado de enfrente. El humor, con sutileza e inteligencia, te coloca
ideológicamente de la vereda de enfrente. Hay algo de duende, sería
bueno que fuera uno muy sabihondo, que sepa de lo que se burla y dónde
está la mentira para burlarse y desmoronarla. Esa es la proyección que yo tengo
como personaje ideal: un duende maléfico, no en el sentido de hacer
maldades, sino de la intención y de conocer la esencia de las cosas. Por eso
nunca voy a llegar a eso, porque uno nunca las va a saber.
La
proyección para mí del personaje ideal es desmoronar la mentira de los que
supuestamente creen que saben y no saben nada. Además porque creo que los verdaderos enemigos ideológicos se ponen
nerviosos cuando te burlás. Es como la degradación total de algo que tienen
armado, como cosa conductiva y directiva de conductas. Por eso digo que es
interesante demoler eso, algo más vinculante a lo social.
-¿Y quiénes son tus enemigos, Diego?
-Las
instituciones, tal como están construidas, son siempre ponentes. Entonces
ahí pongo a la institución militar, la educativa o la religiosa. Por supuesto
que la institución educativa me parece mucho más interesante. Las otras están
construidas para estar ligadas al poder y a la cuestión dirigista: tienen como
una génesis de pertenecer al Estado de control. Todo eso me
genera sospecha y me empiezo a agazapar. Ahí empiezo a buscar
los pares, a prestar atención, porque esto va a ser determinante en tu vida y en
tu conducta.
Como se
aprecia, Capusotto aporta una mirada filosófica, casi socrática en aquello de
desmoronar el pseudo saber. También da noción de ser anárquico. Le
trasladamos la inquietud: “Puede ser porque tengo una lucha entre lo que está
establecido (estoy ubicado en este mundo, donde uno sigue ciertos signos para
no quedar tan desolado y se acomoda a la convención) pero por otro lado siempre
que puedo trato de desmitificar el orden establecido y los dogmas. Eso tiene
que ver con una sensibilidad sobre lo que te rodea y en mi caso tiene que ver
también con la descomposición del discurso oficial, para derrumbarlo con una
cierta base sólida ideológica que te permita estar en los lugares elegidos y no
estar ahí en la ambigüedad y en el discurso dicho sólo porque tenemos el
lenguaje y necesitamos hablar”.
Nos quedamos
con eso: con esa descomposición del discurso oficial, con la ligazón entre
discurso y acción para proponerle, a instancia del fotógrafo, leer la tapa del
diario “La Nación ”
y fotografiar la cara que le sugiere cada noticia. Ahí no hay palabras pero su
rostro habla por doquier y, como durante toda la tarde, también nos dejará
pensando.
Futbol, rock y política
-Queremos llegar al fondo de tu ser y preguntarte si
Racing se salva del descenso
-¡Ya!
Sí. Está la mística preparada para que así sea.
-Estás confiado…
-Por
supuesto, así somos los racinguistas
-Tenés una ligazón muy barrial: Barracas, el fútbol,
esta cosa del rock a roll…
-Sí,
esas son las cosas que te tocan, pero a su vez también es un poco la
desmitificación de esas cosas. Por ejemplo, a mí me toca el fútbol pero no de
acuerdo a la oficialidad que dice cómo es el fútbol, cómo tiene que ser: yo lo
entiendo de otra manera. Me toca desde el amor que tengo por el juego, por lo
que produce. Es totalmente alocado: imaginate que pertenecer a un club donde
los que están jugando son otros, pero a la vez
vos también sentís que estas jugando…
-Y hasta lo decimos en plural: “Ganamos”…
-Es
una cosa muy rara pero también tiene una cosa colectiva que es interesante. Si
hay una imagen del mundo mejor, donde todo el mundo se abrace, eso es un poco
el fútbol, que, a su vez, representa al mundo real porque hay un contrario que
está haciendo fuerzas para que pierdas. Hay una autoridad, el referí, y está la cargada del contrario: hay
oponentes del otro lado que están en la misma situación tuya pero que vos los
entendés como enemigos, también es raro.
-¿Y con el rock qué relación tenés?
-Es primero una relación de gusto por la música y por el
sonido. Hoy escucho un poco de todo porque no pertenezco ya a la tribu del
rock, me interesa más el sonido que la tribu…
-¿Y qué te significó pertenecer a la tribu del rock?
-Un
lenguaje que era donde tenías que estar colocado. Es lo que hablábamos
anteriormente del lenguaje frente a lo establecido y la idea de moldear
conductas. Era como estar del lado de enfrente, y el sonido también
tenía que ver con eso. También fue para nosotros un refugio, sobre
todo para mi generación: el refugio de la dictadura para nosotros no fue la
militancia sino el rock. Hubiese sido la militancia si capaz hubiésemos tenido
familias militantes. En
mi casa se hablaba mucho de política, mi hermano de hecho era un tipo muy
curioso y muy lector, que navegaba dentro del rock y de ir a Ezeiza a recibir a
Perón. Incluso en mi casa, una vez vinieron a buscarlo por una denuncia y a los
tres días apareció, o sea no viví lo letal de la dictadura pero casi. Es raro,
porque cuando pasó eso yo tenía 15 o 16 años y tengo el recuerdo de las tres
personas que vinieron, de uno de ellos pateando la cama donde yo estaba
durmiendo. Es una charla que tengo pendiente con mi hermano: lo que sucedió
en esos tres días.
-Un recuerdo preciso y una deuda, como marcas de la
dictadura…
-Sí,
entre otras cosas. Nosotros veníamos de escuchar de nuestros mayores que un
Golpe de Estado era normal, porque la propia sociedad lo aceptó, de hecho.
Entonces eso a nosotros nos parecía que era habitual, teniendo 15 años, pero por
otra parte sentíamos el patrullero en nuestras vidas: la intuición de saber que
algo feo pasaba, pero no saberlo en concreto. Los diarios no decían nada, sólo "Enfrentamiento con la subversión". ’Inclusive en
los diarios salió que (Norma) Arrostito había sido muerta en un enfrentamiento, cuando en realidad estaba en la ESMA ,
chupada hace un año; es decir, el plan de información era que todos los días
había un enfrentamiento y en realidad era Terrorismo de Estado.
-Ernestina Pais dijo en una entrevista que te
votaría como legislador, ¿aceptarías?
-Lo
de Ernestina fue un poco en broma porque tiene que ver por lo que mucha gente
simpatiza con el programa nuestro, esta cosa de tratar de no entrar en el
circuito comercial y del éxito: mantener un lugar de cierta comodidad en
la que del programa no se negocia nada. Nuestra elección es por fuera del “éxito”
y de ganar el doble de plata. No estoy diciendo que ganemos dos
mangos, pero sí que podríamos ganar el doble. Preferimos la autenticidad de
la gestión, el impulso creativo. Sin
embargo, no estaría en ninguna estructura política porque tengo la
contradicción de ser un tipo muy curioso en la construcción, pero por otro lado
también saber que la construcción política tiene un componente muy fuerte de
dogma y yo escapo de eso. Entonces, sé que en el Poder hay que negociar con
los más malos y no estoy capacitado para eso. Sé que hay que hacerlo y podría
hacerlo si quiero, pero también me agarra stalinismo, ¿viste?. Entonces no lo
podría hacer, y me parece que el Poder no es la charla del bar de cómo se
debería hacer, sino que es, muchas veces, negociar con los malos y sobre
todo con lo que está enquistado socialmente como construcción política.
(Publicada en la revista "Al Margen", Bariloche, Río Negro, junio-julio de 2009)
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