martes, 15 de octubre de 2013

Susy con alas

Susy odia tanto los rótulos que su vida es un intento por saltar las fronteras que separan una clasificación de otra. Es itinerante: todo el tiempo está en movimiento. Aunque esté quieta, nunca está parada en el mismo lugar. Es movediza e intrigante, como un gato en celo. Maúlla y ronronea al mismo tiempo, para que nadie diga que hace una u otra cosa.
Es poeta. Es cantante. Es escritora. Es activista. Pero es más que la suma de sus partes: ese enigma es su potencia.
No es hombre ni mujer: no se siente parte de ninguno de esos dos géneros. Nació varón, pero luego se travistió para construir su identidad trans, “en permanente construcción”, como se apura en aclarar.
En su blog se presenta así: “¿Qué soy? ¿Importa? Soy arte”. En Facebook se presenta así: “Soy género colibrí”. Pero ante mí, se presenta así: “Tomamos una cerveza, ¿no?”.
Susy es su primera obra de arte: una apuesta poética y política; una revolución permanente. Uno de sus poemas se llama “Reivindico mi derecho a ser un monstruo”. Allí expone sus elecciones:

Mi derecho a explorarme,
a reinventarme.
A hacer de mi mutar mi noble ejercicio.

En esa exploración fue padre y también madre: cuando nació su hija, veintidós años atrás, era Daniel Bazán Lazarte, su papá; ahora es Susy Shock, el nombre que eligió cuando decidió parirse a sí misma. Un ma-pa con puntos cardinales diversos.
Toma la cerveza como su vida: desprejuiciadamente. Le preocupa tan excesivamente poco la mirada de los otros, que parece preocuparle demasiado. Antes de verbalizarlas, tantea el espectro de palabras a utilizar. Ella, escapista de las definiciones, busca la definición exacta. Cuando la encuentra dispara como una guerrillera contra lo constituido. Es pintora: como Dalí quiere derretir relojes para anunciar el fin de los tiempos del mundo binario, dividido en hombre o mujer.
A veces no las encuentra, a veces no existen las palabras para lo que quiere nombrar. Su relación sentimental, no en pareja sino en una tríada (tres en el lugar de dos), es un ejemplo: “No sé qué somos, pero sí lo que vamos dejando de ser”, dice.

Se escapa de lo establecido –como si eso fuese un laberinto– por arriba. Hay algo en su postura que anhela volar. 

(Ejercicio del "Máster en Crónica Periodística" de la Revista Orsai, a cargo de Josefina Licitra. Consigna: presentación de un personaje)

martes, 8 de octubre de 2013

120 segundos

Son las 23:58 y Matías mira su reloj: faltan dos minutos para el Año Nuevo. “La puta que lo parió”, dice. Pega un grito. Su voz es una alarma: la familia arriesga el rito familiar de comer seis uvas antes de las doce. Los cuatro se levantan de la mesa como resortes. Tienen ciento diez segundos. Miriam agarra los platos a toda velocidad, los apila y los tira así nomás en la mesada. En el apuro se caen tres cuchillos, pero a nadie le importa que queden en el piso hasta el año que viene. Los demás inventan lugar en la mesa: corren los vasos, la fuente de asado, la panera, los cubiertos, los restos de pollo, la bebida, la sal. Setenta segundos. “Te dije que miraras el reloj, pelotudo”, grita Roberto. Matías agarra las uvas de la heladera. El departamento tiene todo al alcance de la mano, menos mal. Reparten las uvas como si fuesen cartas. Roberto las traga como las recibe, Sofía las acumula en la mano izquierda. Treinta segundos. Se escuchan los primeros fuegos artificiales y Coco, el perro, pega un brinco. Golpea una pata de la mesa y la bandeja de uvas vuela a la mierda. “La reconcha de la lora”, putea Matías. Roberto: “Coco, la puta que te parió”. Miriam dice: “Ya son las doce”, Sofía se mete cuatro uvas de un saque. Quince segundos. Las uvas se desparraman, todos se agachan y gatean manoteándolas. Diez segundos. Coco también come uvas. Se come otra puteada. Cinco segundos. Matías traga la última. Gritan: “Seeiiis”. La tradición está a salvo. Feliz Año Nuevo.

(Ejercicio de redacción de velocidad del "Máster en Crónica Periodística" de la Revista Orsai, a cargo de Josefina Licitra)