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domingo, 5 de febrero de 2012

Un viaje histórico a la tierra de Néstor


Las Madres en Santa Cruz

Viajaron a Río Gallegos para conocer más a un “prócer de la época” y para sellar un “juramento de fidelidad con Néstor Kirchner”. Aquí, la inolvidable marcha en la Plaza San Martín y todas las actividades que realizaron durante su visita a la capital provincial.

Por Luis Zarranz
En sus obras, en las calles, en el recuerdo de quienes lo conocieron, en los jóvenes, en la escuela a la que asistió, en su despacho de la Municipalidad de Río Gallegos, en los militantes, en los centros deportivos que construyó, en el café del Hotel Santa Cruz, en la marcha en la Plaza San Martín: las Madres se encontraron con Néstor Kirchner en cada uno de esos lugares y en esos rostros que lo mantienen vivo.
Ni bien el vuelo de Austral aterrizó en la capital santacruceña y las Madres comenzaron a colocarse el pañuelo blanco sobre sus cabezas, el aire comenzó a poblarse de esa sensación que acontece en los momentos históricos: un registro que se instala en la retina y que provoca que todo se impregne con la certeza de estar ante un momento bisagra.
En el aeropuerto, un grupo de jóvenes esperaban a las trece integrantes de la Asociación que habían decidido viajar para “conocer a un prócer de nuestra época” y sellar un “juramento de fidelidad con Néstor Kirchner”, el mismo que sellaron con sus hijos al decidir no abandonarlos nunca, no aceptar su muerte y no negociar su sangre.
Allí, el dirigente de La Cámpora y diputado provincial Matías Bezi les dio la bienvenida a la “tierra de Néstor”. “Es un gran honor poder contar con la presencia de ustedes. Son una gran parte de la historia de nuestro país”, expresó emocionado.

Día 1
Pocos minutos después de arribar, las Madres ya estaban participando de su primera actividad: una charla (más que eso, un encuentro entre compañeros) en la primera unidad básica que La Cámpora abrió en el país.
Las Madres entraron despacio, como una brisa suave, y fueron recibidas con un mar de aplausos, fuertes y contundentes como el viento patagónico. Militantes, vecinos y hasta turistas desbordaron el local de la agrupación para compartir la actividad.
La encargada de colar palabras por entre la emoción no fue otra que la presidenta de la Asociación, Hebe de Bonafini: “No solamente tenemos que ver dónde nació San Martín o Belgrano. Tenemos un héroe, un patriota, que hizo algo único que es de esta época”. Dijo eso, con lágrimas contagiosas que empezaron a multiplicarse en el rostro de las Madres y de los jóvenes. Hebe tiene la capacidad de, cuando llora, hacer llorar a los demás, incapaces de sostener un gesto firme ante su emoción.
“Pueden decir lo que quieran pero nosotros nos negamos a creer que a un revolucionario se lo puede encerrar en una tumba. Nuestros hijos no están muertos, Néstor no está muerto y no está encerrado en ninguna tumba. Por eso venimos acá”, sostuvo.

Día 2
Las Madres tuvieron un día intenso de actividades. Primero, con un recorrido por el primer estudio jurídico de Néstor, la casa de sus abuelos, la sede del Ateneo Juan Domingo Perón, donde comenzó su actividad política, y la gobernación. Luego, visitando la Escuela Provincial N°1, a la que asistió el ex presidente.
Acompañadas por la ex diputada nacional Rita Drisaldi, amiga y compañera de Néstor en sus estudios primarios, recorrieron el gimnasio y las aulas. Allí conocieron múltiples anécdotas que perfilaban a un joven rebelde y emprendedor.
Del colegio, la delegación de Madres, compuesta por integrantes de Buenos Aires, Mar del Plata y Tucumán, se dirigió al Hotel Santa Cruz, en cuyo bar “Lupín” solía mantener encuentros políticos. Además recorrieron algunas de las obras que se realizaron en sus gestiones como intendente y gobernador provincial.
Cuando planificaron el viaje, las Madres pensaron en recorrer por afuera los sitos por los que había transcurrido la vida de Kirchner. Jamás imaginaron que los recorrerían por dentro. El viaje ya era más de lo que habían pensado. Los jóvenes que las recibieron habían armado un itinerario interesantísimo, de alto contenido político.
Por la tarde, el intendente de Río Gallegos, Raúl Cantín, recibió a las Madres, junto a secretarios y concejales, en el histórico despacho que ocupó Kirchner al frente de la Municipalidad local durante su gestión entre 1987 y 1991. “Ésta es la casa de ustedes, desde acá Néstor partió y llevó  a nuestra querida Argentina al lugar donde está”, las recibió el Intendente. Además, les regaló un cuadro con una frase y foto inédita de un Néstor en edad escolar.
Tras visitar la Municipalidad, recorrieron otras obras emblemáticas de las gestiones de Néstor: el Conservatorio Provincial de Música, el Hospital Regional Río Gallegos, la rotonda Cardenal Samoré, y el imponente Polideportivo Boxing Club. Luego, pasaron por algunos de los barrios populares de la ciudad, epicentro de su actividad política. Allí, estuvieron en la segunda unidad básica que La Cámpora tiene en Río Gallegos. Por último, luego de pasar frente a la casa familiar donde vivió con Cristina y Máximo antes de que naciera Florencia, visitaron su monumento, en el barrio Del Carmen, donde fueron reconocidas por la agrupación “Los muchachos peronistas”.

Día 3
El punto máximo de un viaje histórico: las Madres no marchan, por primera vez en su historia, en la Plaza de Mayo. Protagonizan una marcha memorable en la Plaza San Martín de la capital provincial.
Trece Madres (Hebe De Bonafini, Hebe de Mascia, Mercedes de Meroño, Celia de Prosperi, Evel de Petrini, Ana de Kierznowicz, Visitación de Loyola, Josefa de Fiore, Rosa de Camarotti, María Rosa de Palazzo, Sara de Mrad, Irene de Molinaria, Ángela de Tasca) encabezaron la movilización acompañadas de cientos de jóvenes y personas de distintas edades, algunas llegadas especialmente desde Buenos Aires.
En el suelo, los jóvenes de La Cámpora habían decorado la Plaza con una pintada, hecha en medio de la lluvia, con el pañuelo blanco y la fecha: “19 de enero de 2012. Madres de Plaza de Mayo”, como una manera de resaltar ese día histórico.
En su discurso, la Presidenta de la Asociación se refirió a Néstor: “Nos dejó un país para que nosotros, con nuestra responsabilidad, lo cuidemos y lo hagamos crecer lenta, pero inexorablemente, hacia lo que querían nuestros hijos”.  En otro tramo, sostuvo: “Vos no estás muerto. Estás cada vez más vivo en cada uno de los pibes que están llevando esta política increíble nacional y popular. Vivís ahí, como viven nuestros hijos. A un revolucionario no hay tumba que lo encierre. Nos vamos a llevar un poquito de tu viento”. “Néstor nos devolvió la patria y Cristina la está defendiendo y nosotros tenemos que ser responsables de acompañarla”, remató entre aplausos y cánticos.
La Plaza era una fiesta. Como cada jueves, pero a 2.635 kilómetros de Plaza de Mayo.
Para celebrar su estadía, fueron invitadas a un asado multitudinario donde cada Madres recibió una tarjeta con la convocatoria que los jóvenes habían hecho por la ciudad para la marcha en la Plaza. Además, les obsequiaron un álbum con fotos inéditas de distintos momentos de la vida de Néstor, y una bandera de La Cámpora con un pañuelo blanco añadido, simbolizando la unidad en la acción que habían llevado a cabo en el viaje.

Día 4
Las Madres van a la casa de la madre de Néstor, María Juana Ostoic, con quien comparten el desayuno y diversas anécdotas referidas al ex presidente. Conversan en un clima fraternal.
Lentamente, el viaje llega a su fin. Río Gallegos no es la misma tras la visita de las Madres. Así lo comprueban los diarios, los canales locales (que cubren la estadía con respeto, profesionalismo e interés) y los ciudadanos que las acompañan en distintas partes de su itinerario.
De vuelta al avión para recorrer el camino del regreso hay un sonido más potente que las turbinas. Viene de lejos y es una estrofa de una canción, profundamente corporizada durante el viaje: “Néstor no se murió / Néstor no se murió / Néstor vive en el pueblo / la puta madre que lo parió”.
El avión despega. Y, ahí, se da una maravillosa paradoja: las Madres se llevan un poquito del espíritu de Néstor a Buenos Aires y dejan un poquito del de ellas en Río Gallegos.

(Publicada en la revista "Ni un paso atrás", febrero 2012)

lunes, 8 de marzo de 2010

Corcovado: un pueblo tan inverosímil como real


A un año de la brutal represión institucional que sufrió el pueblo de Corcovado, Chubut, este viaje al lugar de los hechos permite conocer el testimonio de la familia Bustos, la más afectada por el accionar policial. 

Corcovado es un pueblo inverosímil, como de fábula. Recostado sobre el pie de la Cordillera de los Andes, a pocos kilómetros de la frontera chilena, y justo en el medio, en orientación norte-sur, de la provincia de Chubut, parece, en ciertos aspectos, vivir una siesta prolongada aunque los hechos que constituyen este artículo demostrarán lo falaz que resulta tal apreciación.
Llegar desde Esquel en el colectivo semiurbano que une los 100 kilómetros que separan a ambas localidades es un recorrido pintoresco para quienes viajan como turistas pero enfermaría de nervios a más de uno que debe hacerlo en forma diaria, a no ser porque la paciencia de los pobladores de la zona esté constituida por proporciones gigantes de estoicismo.
Las tres horas que todo el mundo dice que tarda el micro en unir los cien kilómetros, y que en la terminal de Esquel reducen a dos, terminan siendo cuatro en medio de una ruta a la que denominar de “ripio” sería grandilocuente. El colectivo atraviesa quebradas, aldeas de no más de diez casas, lagos perdidos, arroyos que caen como pequeñas cascadas; escala montañas con el motor pidiendo auxilio, serpentea precipicios y regala una vista intensa del esplendor de la cordillera andina que obliga a los ojos a inmutarse y a uno sentirse la nada misma.
Allí, al final de ese trayecto, nace Corcovado: algo más de 500 viviendas, distribuidas en un pequeño valle en medio de la inmensidad de los Andes que resiste el viento, la nieve y algo peor que cualquier inclemencia climatológica: la represión policial.
Allí, Marcos Bustos nos recibe con una sonrisa en la que se cuelan sus dientes blancos, blanquísimos. Marcos se ríe y ésta es la primera demostración contundente de su enorme fortaleza. Marcos es una de las víctimas del accionar policial que el 8 de marzo del año pasado atacó Corcovado demostrando que la represión policial no distingue entre ciudades grandes, pueblos chicos ni aldeas remotas, y que es capaz de llegar hasta los lugares más recónditos que puedan imaginarse. Marcos está en silla de ruedas producto de una bala y de la brutal golpiza que recibió de los agentes del GEOP (Grupo Especial de Operaciones Policiales de la provincia de Chubut), eufemismo para nombrar al grupo de tareas que se encarga del trabajo sucio que lleva implícita la política de “mano dura” que el gobernador Mario Das Neves pretende encarnizar en la provincia como plataforma para su proyecto presidencial. Nada novedoso, si no fuera por la pretensión oficial de que parezca una idea innovadora.
Marcos nos muestra su sonrisa dolorida, genuina, espontánea, hospitalaria y nos invita a acompañarlo hasta su casa, donde nos espera el resto de su familia. Es tanta la energía y la potencia que derrocha este pibe de 17 años que mientras nos guía hacia su casa en los menos de 300 metros que la separan de la terminal y nos cuenta el tratamiento que está llevando a cabo para intentar recuperarse, se niega, una y otra vez, a que lo ayudemos a empujar la silla de ruedas que lo traslada por esa calle empinada. Los golpes policiales hicieron que sólo pueda mover la cara, el cuello y los brazos. El resto de su cuerpo se lo apropiaron esos malditos con uniforme que, pese a todo lo que se ensañaron con él, no pudieron con su esperanza, ni con su vitalidad. En eso, Marcos tiene tanto como para hacer transfusión.
La puerta de la casa de la familia Bustos no se abre, ya está abierta, y desde adentro de la casa salen a nuestro encuentro Marta y Omar. Nos reciben con una hospitalidad imponente. Ya adentro, en medio de cientos de lazos invisibles que nos empiezan a amarrar, a hacernos sentir fraternalmente,enlazados, Corcovado volverá un año atrás su reloj para detenerse en aquel 8 de marzo en que la vida del pueblo, en general, y de la familia Bustos, en particular, cambió definitivamente: “No vamos a olvidar nunca lo que pasó”, dirá Marta antes de quebrarse en un llanto repetido, intenso, profundo, de adentro hacia fuera y de adentro hacia más adentro. “Perdimos la paz de la casa. Esto no va a ser nunca más igual a como era antes, porque éramos una familia unida, de compartir todo el tiempo la cena, el almuerzo, los nietos, todo. Eso se me terminó. Se me terminó todo esto”, afirmará, luego, Omar con los ojos brillosos y con ríos de lágrimas internos recorriendo su cuerpo sin desembocar en el exterior.
Marta y Omar son los padres de la familia Bustos. De sus 10 hijos éste es el saldo del accionar policial: Cristian desaparecido; Wilson, asesinado; Marcos, inválido; Daniel, detenido injustamente, golpeado y torturado con saña.
El cuadro permite dimensionar el dolor pero también explica la lucha que, desde entonces, lleva adelante la familia, con enorme integridad y escasos recursos. “Lo que pasó acá fue terrorismo de Estado. Porque si vienen a buscar a un prófugo no es para que pasara lo que pasó, que la gente vivió el terror: chicos que fueron apuntados con armas, chicos que fueron sacados desnudos. Una chica que se estaba bañando, la sacaron desnuda, apuntándole con un arma hasta afuera donde estaban sus padres; a una nenita, mientras apretaban y esposaban al padre, la sentaron en la silla con un arma en la cabeza, y ella, pobrecita, se orinó encima. Y después por siete días tiraron tiros toda la noche, andaban encapuchados para que nadie sepa quiénes eran”, narra Marta con escozor.
Luego agrega: “Yo tengo a mi hijo inválido, perdí a uno de 19 años que no llevaba armas en sus manos y el que está detenido, cuando se entregó, se arrodillo, levantó las manos arriba y sobre eso recibió un tiro en una pierna. Fue torturado en la Comisaría 1ª de Esquel, lo desnudaron, la patearon, lo sacaron para afuera de un paredón, le dijeron que subiera al paredón que le iban a gatillar. Total, iban a decir que se había querido escapar y ha recibido torturas de todo tipo”. La descripción que ofrece Marta, de tan clara, nos deslinda de la responsabilidad de agregar cualquier calificativo.
Más palabras de Marta: “Marcos, el que está en sillas de ruedas, estuvo tres días sin poder saber dónde lo tenían: si estaba en el hospital, si estaba vivo o muerto. Nos enteramos a los dos días que estaba internado. No podíamos llegar hacia él. Fue torturado dentro del hospital, lo quemaron con sopa, le ponían el arma en la cabeza, tuvimos que sacar un permiso para poder llegar a donde estaba. Lo tenían esposado, ya no caminaba, estaba internado con custodia policial. Después de insistir nos sacaron la custodia pero igual entraban al hospital a la hora que querían y lo amenazaban, estuvo amenazado todo el tiempo”.
Las palabras de Marta se chocan unas con otras en el apuro de querer salir todas juntas. Con la entereza que solo una madre es capaz de sacar a relucir en tales circunstancias, pero con el dolor dolorido, se sincera: “También quiero decir que tengo mucho miedo. Todas las noches llega el oscurecer y me paso mirando la ventana, hay noches que paso sin dormir, todo esto lo recuerdo día a día. Hoy más que nunca estoy viviendo un momento muy difícil. Yo viví la década del setenta con mis padres y hoy lo viví junto con mis hijos, entonces quiero pedir mucha ayuda a todos. Me van a perdonar que me quiebre pero es muy difícil”, dice antes de que el llanto florezca y se ramifique ganando todo su cuerpo.
Marta llora. Le brotan lágrimas de dolor e impotencia.
De rabia.
De angustia.

¿Democracia?
Omar, su esposo, resume el reclamo de Corcovado en palabras que, para este país, parecen ciencia ficción: “Lo único que pedimos es Justicia”. Agrega: “Pedimos que se declare que lo que pasó acá fue terrorismo de Estado, porque no fue otra cosa”. Luego se explaya: “Creo que estamos viviendo en democracia, no tiene por qué un gobernador venir y cortarnos la radio del pueblo por dos días y difundir solamente los hechos según la versión de la Policía. Fue todo un desastre: gente pateada, que le rompieron las cosas. Esos videos lo vio la Fiscalía también. Eso es terrorismo de Estado. Porque si van a buscar a un prófugo, creo que es gente que debería saber cómo actuar, no venir a hacer un desastre a un pueblo, más a uno chico como somos nosotros, que se puede decir que somos familia”.
El sentido común que aplica Omar, lamentablemente, se esfuma cuando se trata de un caso en el que intervienen las llamadas fuerzas del orden. “Está todo filmado. Volvimos al tiempo en que llegaba la Policía y el Ejército y daban dos o tres golpes y tiraban la puerta para afuera. Lo que vivimos acá en la cordillera es Terrorismo de Estado”, remata con sencillez y contundencia.

-¿A un año de los hechos, cómo está la gente de Corcovado?
-Quedó con miedo. Corcovado fue tomado por el grupo GEOP y la Policía de la provincia. A nosotros nos vigilaba la Policía hasta hace muy poquito. A donde nos movíamos, nos vigilaban. A mí me pedían cuatro o cinco veces los papeles del auto cuando iba a Esquel. Cuando llevábamos a Marcos al hospital no nos podíamos descuidar porque teníamos cuatro policías riéndose de él en la cara.

-¿Cómo fue que lesionan a Marcos?
-Es una cosa que no está clara porque, según dicen, a Marcos le tocó la médula la bala pero Marcos dejó de sentir la pierna después de que lo agarraron y se entregó, subió a la camioneta caminando y recibió una patada de un policía en la espalda y de ahí dejó de sentir las piernas y hasta el día de hoy no se le ha hecho ni una resonancia para saber si la médula fue quebrada de una patada o por una bala.
El nudo que Omar tiene en la garganta no se percibe con los ojos sino por los oídos, a través de la voz entrecortada que fluye mientras relata su historia. Corcovado también estuvo anudado aquel 8 de marzo. Entusiasmados con la cacería, los efectivos decidieron quedarse, entonces, algunos días más en el pueblo: “Fueron siete días y siete noches de tiros en el pueblo. No se sabía si les tiraban a los perros, a la gente. ¿Quién iba a salir a la calle? Hubo una orden que no se podía andar hasta más de las diez de la noche sin documento en mano. Acá nos conocemos todos, es un pueblo muy chico, cómo vamos a tener que andar con documento en la mano, por qué nos van a cortar la radio, que sólo difundía las cosas de la Policía. Está el Juez de Paz de testigo: cuánta gente fue a la comisaría a hacer la denuncia y no se las tomaron. Las tuvo que tomar el Juez de Paz”, explica Omar.
Agrega: “Hubo otros vecinos que denunciaron los malos tratos. La mayoría de la gente que fue afectada no tenía nada que ver, ni nosotros mismos que estábamos en la casa viviendo una vida tranquila, y de la noche a la mañana se nos apareció el hijo y yo no lo puedo atender afuera. Él bajó para entregarse. ¿Por qué no hicieron las cosas como las tenían que hacer? Esperar media hora más a que llegara el abogado ¿Por qué tuvieron que hacer este desastre?

-¿En el pueblo se habla de lo que pasó o es un tema tabú?
-Recién ahora la gente está empezando a acercarse a nosotros, a preguntarnos qué novedades hemos tenido, cómo van las cosas. Antes no se hablaba, toda la gente estaba callada, nadie se acercaba a la casa.

-¿Omar, contanos cuál es la situación de Daniel?
-Daniel es un preso político porque no tendría porqué estar preso. Aparte no vivía con nosotros, él tiene su casa. Llegó en el momento justo. Otra cosa: por qué lo dejaron entrar, si había un allanamiento de esta magnitud. ¿Por qué lo dejaron entrar? ¿Por qué no lo pararon afuera? Ellos venían mandado y tenían apoyo y firmeza de atrás. Lo que querían hacer es lo que pasó y si no le damos un corte, si no hacemos nada, van a seguir.

El análisis final de Omar tiene una lucidez apabullante y es ese el motor que le permite a esta familia, y a todo Corcovado, resistir la impunidad que rodea el accionar político y policial desde el 8 de marzo a la fecha.
Corcovado es un pueblo inverosímil, como de fábula, sí, pero es protagonista de una historia que de tan repetida parece un deja vu de otras tantas, ocurridas a lo largo de los años. Ese dato, por sí mismo, demuestra que estos actos de violencia institucional no son errores ni excesos sino la violencia sistemática y planificada con la que se pretende ejercer el control social e instaurar un miedo colectivo. Miedo como al que hacen referencia Marta y Omar.
Lo malo del miedo es cuando paraliza y la familia Bustos hace un año que no para de marchar. 

(8 de marzo de 2010)

martes, 5 de junio de 2007

Tren "bala": un viaje que te deja herido

El ex Ferrocarril San Martín y la odisea de un viaje al más allá.

 Por Luis Zarranz
   La voz metálica del altoparlante, extremadamente grave y casi inentendible, informa a los señores pasajeros que el servicio de las 7:03, con destino a Retiro, ha sido cancelado.
   En castellano: una vez más viajaremos colgados, si es que logramos subir al próximo tren que, según dice la información de los Horarios, pasará en quince minutos por la estación Palomar del ex Ferrocarril San Martín.
   Hay pocas caras de sorpresa a mi alrededor. No es casual: nadie se sorprende frente a lo cotidiano, lo habitual. Algunas puteadas al aire, exiguos rostros de bronca, al menos manifiesta. Son varios, eso sí, los que demuestran su resignación y se apresuran a contener la bronca, vaya a saber uno por qué.
  Luego, algún día, la furia estallará toda junta, como hace unas semanas en Constitución: trenes incendiados por pasajeros poseídos.
   Recién ahí se hacen presentes los medios comerciales y los funcionarios del sector. Unos para mostrar la ira de la masa amorfa; otros para prometer que las cosas van a empezar a marchar bien. Antes, ambos, brillaban por su ausencia, como el tren de las 7:03.
   La pregunta más inocente, muchas veces la más lúcida, plantea: ¿cómo puede ser que los responsables del área sean concientes que hay millones de personas que todos los días viajan como prisioneros nazis y no hagan absolutamente nada para cambiar esa realidad?
  La respuesta, también la más desnaturalizante, sostiene que no les interesa, como tampoco les importan los pibes que el hambre mata a la velocidad de un tren bala.
***
   El tren con destino a Retiro arriba, finalmente, a plataforma a las 7:19. El servicio anterior pasó hace exactamente 29 minutos. Subir es tan difícil como  escuchar decir algo inteligente a Mauricio Macri. Algunos pasajeros, desde arriba del tren, gritan para avisar que necesitan espacio para poder bajar.
   La formación está absolutamente desbordada. La misma voz ronca del altoparlante anuncia que el servicio funciona con demoras: el próximo quizá venga peor. Intento subir, a los empujones, pidiendo un “permiso” que es inútil e imposible. Quedo en el segundo escalón del estribo, agarrado con fuerza a la baranda del medio. Detrás de mí, en el primero de los tres escalones para subir al tren, el que está unos centímetros apenas arriba del andén, hay seis personas. Cada uno sube como puede, conciente que esperar al próximo significa viajar en condiciones similares, pero mucho más retrasado.
   Estoy apretado del lado izquierdo y del derecho. Debo inclinarme levemente hacia la derecha para permitir que un muchacho se sostenga con la manija que pende a un costado, justo antes de la puerta.
    La postal del viaje es una foto repetida. Tiene la gravedad de ser un drama frecuente. No se trata de un caso aislado, de un día en que el servicio funciona mal. El ex San Martín, como la mayoría de los otros ramales, trata a los usuarios como ganado y los transporta como tal.
   Me pregunto cuál sería la reacción de cualquier hijo de vecino que todos los días al salir de su casa es, por ejemplo, empapado por un auto que levanta el verdín de una esquina cualquiera. Cómo actuaría ese sujeto si esa escena se repitiera todos los santos días. ¿No llegaría un día en que tomaría el toro por las astas?
   Quienes, todavía, no se indignan por cómo se viaja en el transporte público sostienen que el servicio es el más barato de América Latina, lo cual es una infamia absoluta, teniendo en cuenta los cientos de millones de subsidios que reciben los concesionarios. 
   El Estado les paga casi mil millones de pesos por año para transportar, en total, casi cuatro millones de pasajeros por día. Pero sólo un peso, de cada cinco que reciben, se destina a inversión. El Estado paga los sueldos, hace las inversiones y pone el material rodante. El concesionario sólo “gerencia”.
   Para el infarto: el Estado pierde más plata que la que perdía cuando los ferrocarriles eran manejados por él y las empresas son incapaces de administrar un negocio por el cual reciben un millón y medio de pesos por día. El resultado es lo privado pretendiendo lucrar con un servicio público.
***
  El tren deja la Estación Palomar rumbo a Caseros. El viento frío penetra los huesos y cala en cada resquicio del cuerpo. Mi gripe ya presume que hoy no será un día ideal para emprender la recuperación. Un posible Cromañon, en la República Cromañon, avanza echando humo.
   Mario, que está a mi lado y se sostiene solamente con su mano derecha, me grita –es la única forma que tengo de escucharlo– que va a llegar tarde a la obra en la que trabaja, en Chacarita. Me dice que salió una hora y media antes, para hacer un trayecto que si todo funcionara como corresponde, no debería llevarle más de 25 minutos. Sostiene: “Mi patrón ya sabe lo que pasa con el ferrocarril pero igual me quita el plus por presentismo”.
    En Caseros –donde se repite la misma escena que en Palomar y la misma que tendrá lugar en Santos Lugares y las siguientes estaciones– me comenta que está acostumbrado a viajar así, de ida y de vuelta. Le pregunto si no llega cansado a un trabajo donde debe poner el cuerpo. No logro escuchar lo que afirma porque la locomotora anuncia que va a arrancar y en el apuro pierdo mi lugar y quedo lejos de él.
   Oscar, mi nuevo compañero de estribo, atiende un puesto de comidas al paso, frente a la Costanera. Entra a las 9, así que no está tan preocupado por el tiempo. En cambio, le preocupa que le paguen tan poco. Se ríe cuando le pregunto si no le molesta viajar así.
   El tren se sacude en el cambio de vía y como ya conocemos el movimiento brusco que provoca, apretamos la mano unas milésimas de segundos antes del sacudón, capaz de arrojar a las vías a cualquier distraído.
   No hay ningún medio arriba del tren para contarle a las grandes audiencias cómo se viaja en el transporte que debería ser público pero que de tanto público es obsceno. Tampoco hay cámaras ni movileros de radio sobre las vías, para contar que cientos de personas han tenido que armarse sus casuchas sobre los rieles de las vías en desuso, entre la estación Villa del Parque y La Paternal. Viven a tres metros de donde pasa el tren, en la miseria más absoluta. Cientos de chiquitos, los he visto en otros viajes, sobreviven en esos ranchos de cartón, desde donde ellos, que están muertos, ven pasar la muerte a toda velocidad.
   Según un estudio realizado días atrás, gozan de más espacio las vacas que son transportadas hacia el matadero, que las personas que viajan en tren (¿también hacia el matadero?). Lo que pasó en Constitución y mucho antes en Haedo está motivado por la cotidianidad y la calidad del viaje. Es consecuencia, en efecto, de viajar como se viaja. Ni el Estado ni los concesionarios entienden el servicio como lo que debería ser: un bien público.
***
   En pleno apogeo privatizador, el ex presidente Carlos Menem sostuvo: “Ramal que para, cierra”, en clara posición amenazante frente a la tibia resistencia gremial. ¿Cuál sería la frase que deberíamos enunciar para que nuestros representantes sientan la presión social? “¿Ramal que funciona mal, arde?”.
   El tren llega a Retiro mucho más vacío, luego de que varios se bajaran en Palermo. Los pasajeros bajan apurados y corren hacia el subte donde viajaran ensardinados como hace instantes, aunque mucho más calentitos.
   Antes los espera el guarda con gesto adusto.
  “Boletos, por favor”.
   Un letrero con la imagen de la Virgen de Luján dice “Buen Viaje”.
   En el apuro, pocos alcanzan a verlo. 

(Publicada en el sitio "Jaque al Rey", 5 de junio de 2007)

domingo, 5 de noviembre de 2006

Clandestinos, nómades y exiliados


ÉXODOS, MIGRACIONES Y EXILIO EN ARGENTINA

Dejar la tierra propia, derecho a la fuga, camino de muchas idas y pocas vueltas, los emigrantes van en búsqueda de un destino que no siempre es mejor que el abandonado.

Por Luis Zarranz, Fedra Spinelli y Nicolás G. Recoaro.
Una historia cuenta que existió en tiempos antiguos un rey llamado Serendipo. Serendipo tenía una hija muy bella que era soltera. Entonces convocó a los más destacados pretendientes para ver con cual la casaría. Acudieron tres caballeros, todos de una fama intachable en lo que respectaba a su valentía. La indecisión de Serendipo hizo que éste optara por mandar a cada uno a hacer una prueba muy peligrosa. Pero sucedió que en el camino para realizar esa prueba, cada pretendiente encontró nuevos tesoros, nuevas mujeres, nuevos intereses. Y así el plan de Serendipo quedó desbaratado por el resultado de las aventuras que él mismo había propugnado. En base a esta leyenda el sociólogo norteamericano Robert Merton nombró “serendipity” al descubrimiento que se hace mientras se está buscando otra cosa.
Una sucesión de serendipities es lo que encuentran los miles de hombres y mujeres que deben dejar sus hogares para vivir la durísima experiencia de la migración. Salir a lo desconocido, más allá de lo cotidiano pero no necesariamente hacia lo espectacular, sino a otras cotidianidades: tener trabajo, salvar sus vidas, escapar de la guerra o de la hambruna.

Allá vamos
El diccionario, que ignora muchas cosas, define al vocablo “inmigración” como la llegada a un país de personas extranjeras con el propósito de establecerse en él como residentes permanentes. El diccionario no dice el dolor que eso causa, ni la pena y la melancolía que provoca. La inmigración es un fenómeno que se ha dado a lo largo de toda la historia de la humanidad, de ahí que pueda decirse que el ser humano es una especie migratoria. Sin embargo, hay determinados periodos en los que dichos movimientos se intensifican y adquieren gran importancia por razones económicas, políticas, demográficas, de índole religioso, social o las motivadas por catástrofes naturales. Actualmente unas 120 millones de personas viven fuera de su país de origen, de los cuales 20 millones son migrantes latinoamericanos.
Las frías estadísticas dicen, también que la Argentina tiene el 5% de su población extranjera, o sea cerca de 1.600.000 almas provenientes de 191 países distintos. Se sabe que una regla de la inmigración en el mundo es que la más numerosa corresponde siempre a la de países limítrofes. Por lo tanto, no es excepcional que en la Argentina, de cada 5 extranjeros 3 correspondan a países limítrofes. Lo que seguramente no se sabe es que desde 1869, y con relación a la población total del país, el porcentaje de inmigrantes del Cono Sur nunca superó el 3% a lo largo de 130 años. Por lo tanto es una falacia el argumento que esgrime que “los inmigrantes nos roban nuestro trabajo”.
Históricamente la inmigración limítrofe estuvo asociada con el trabajo agrícola: grupos de trabajadores paraguayos con las cosechas de algodón y yerba en Formosa, Chaco, Corrientes y Misiones; trabajadores bolivianos en el tabaco rubio en Salta y Jujuy, azúcar el Tucumán, y con horticultura en Mendoza y provincia de Buenos Aires. El grupo inmigratorio chileno en la Patagonia, vinculado a tareas de esquila, en el Valle de Río Negro, para recolección de peras y manzanas. El grupo inmigratorio uruguayo, en su mayoría en Capital Federal y Gran Buenos Aires, vinculándose en tareas de servicio.
La crisis de las economías regionales (crack algodonero en Chaco, crisis de sobreproducción de azúcar, cierre de ingenios en Tucumán, crisis tabacalera y disminución de la producción forestal, (todos ocurridos a partir de la segunda mitad de la década de 1950 y principios del ´60), generaron un desplazamiento del ámbito rural hacia el urbano que impactó en el Gran Buenos Aires y Capital Federal.

¿Sin qué?
La migración, como proceso, se explica a partir de diferenciales socio-económicos entre los países (o regiones) de origen y los de destino. Esto presupone que el destino elegido presenta crecimiento económico y capacidad de absorber la fuerza de trabajo migrante, estabilidad política o mejores condiciones sociales.
Los migrantes desafían fronteras, reglas migratorias, papeles, condiciones geográficas y se zambullen en el desafío de encontrar una vida mejor lejos de la tierra de uno. Esta experiencia desgarradora implica, generalmente, la distancia con seres queridos y el desdoblamiento del propio ser entre lo viejo y lo conocido por lo nuevo a conocer. No debe haber sensación más desdeñable como la que provoca que la tierra donde uno se crió y de donde se mira el mundo, lo eche a patadas y le diga “fuera de aquí”. Así como los exiliados políticos de los 70 tuvieron que aprehender a tomar conciencia que sus vidas corrían peligro por las amenazas del propio Estado, el mismo Estado es el que hoy en día se encuentra incapacitado para brindar oportunidades dignas a cientos de miles. Bolivianos que ofrecen sus manos en obras de construcción argentinas, argentinos que ofrecen sus manos para lavar copas en España. ¿Y el Estado? “Disculpe las molestias, estamos trabajando para usted”.
El mismo sistema que levanta la voz para denunciar a los “sin papeles” no dice ni media palabra sobre las condiciones de explotación en las que trabajan ni para  quienes. “Sin papeles” es el nombre que reciben los desesperados de hoy. Pocos llaman “sinvergüenzas” a los que legitiman un modelo que necesita esparcir a las personas pero concentrar el fruto de su trabajo.
“Bolitas” y “sudacas”, primero son víctimas de la expulsión y más tarde hijos de la discriminación. La noción de diferencia funciona como sinónimo de desigualdad llevando irremediablemente a la discriminación. Desde esta analogía, los diferentes –sean homosexuales, villeros, bolivianos, mujeres, gordos o viejos – lo son siempre en relación a “lo normal”. ¿Y quién define esa norma? Por desgracia, muchas veces son los medios comerciales de difusión quienes legitiman conductas socialmente aceptadas.

Árbol Migratorio
Argentina ha sido experta en recibir multitudes de inmigrantes que huían de  sus países de orígenes. Después de todo, debe su composición actual a las oleadas de inmigrantes que venían a “Hacer la América”. Como dolorosa paradoja los nietos de esa generación, cruzan el charco en busca de las bondades del Primer Mundo.
Desde hace más de 140 años, cuando la generación del 80 comenzó a impulsar la inmigración –siempre la europea- para poblar nuestro país, Argentina fue albergue de distintas lenguas. El estereotipo idealizado por la élite de aquellos años imaginaba a blancos, sajones y cristianos que migrarían en masa a las tierras de la joven Argentina. Sin embargo, miles de italianos, gallegos y judíos cruzaron el océano para laburar esta tierra. Se calcula que entre 1881 y 1910 ingresaron más de un millón y medio de inmigrantes a la Argentina, logrando poblar más del 35% de todo el territorio nacional. Eran épocas en que el crisol de razas, con la supuesta adaptación plena de los inmigrantes a nuestra sociedad, no mostraba fisuras a la vista.
Paralelamente, esa importancia de la inmigración y su aporte al crecimiento del país fue resignificándose bajo el riesgo de la invasión de las ideologías libertarias y socialistas que trajeron muchos obreros inmigrantes. La condición nómade, anarquista y progresista de muchos migrantes, acusados de una identidad nacional ambivalente, los volvió en el contexto argentino, peligrosos a los ojos del Estado, que buscó impedir su desplazamiento e intentó promover su sedentarismo y fijación en la construcción de una ciudadanía netamente argentina.
El flujo migratorio de fines del siglo XIX y principios del XX provocó un problema cultural, lingüístico y fundamentalmente político, porque los inmigrantes tenían la mala costumbre de armar sindicatos, hacerse socialistas o anarquistas y de hacer valer sus derechos. Es decir, la inmigración produjo un fuerte cimbronazo sobre el tejido social y el Estado liberal comprendió que para mantener su poder debía ejercer un rol disciplinador y represivo sobre los inmigrantes. Ley de residencia, expulsiones masivas y asesinatos fueron la respuesta que dieron los gobiernos de aquel entonces.
A pesar de las proclamas sobre la igualdad, la ley y la constitución, los espacios de poder y los círculos sociales, mantuvieron esa posición excluyente y explotadora sobre los inmigrantes. Con el pasar de los años, la inmigración desde los países limítrofes asumió un papel destacado en esta suerte de genealogía migratoria que intentamos tejer. Paraguayos, bolivianos, chilenos, peruanos y uruguayos fueron los protagonistas del nuevo flujo migratorio que vivió la Argentina desde la década del cincuenta. Bonanza económica, crisis financiera y persecuciones políticas hicieron que el flujo migratorio hermanara a una gran porción de Latinoamérica. Alguna vez el escritor Aníbal Ford dijo que las culturas latinoamericanas se asemejan mucho a las estructuras del viaje porque su propia impronta existencial nos provee de metáforas, caminos isomórficos, que se acercan a lo que hoy son nuestras culturas, constantemente en migra, en traslado y mutación.
Los setenta trajeron la persecución política y miles de desaparecidos por el accionar represivo que ejercitaba el Proceso y sus vecinos asesinos. Exilios obligados que contribuyeron a la formación de diásporas americanas, con posibilidad remota de retorno a sus tierras y familias.

1 a 1 (y perdimos por goleada)
Durante los noventa, buena parte de ese maravilloso flujo que provenía de los países vecinos fue demonizado. Los inmigrantes de los países limítrofes fueron acusados de ser los responsables de los problemas más acuciantes del país: el crecimiento del desempleo, la inseguridad y de la crisis de los hospitales públicos. Eran los años del menemato, donde el discurso político y de los medios estigmatizaba a los inmigrantes y los asociaba a los problemas económicos y sociales que comenzaba a tener las políticas neoliberales impulsadas desde los primeros años de la década del noventa. Como olvidar la supuesta “extranjerización de la delincuencia” que expresaba el entonces Ministro del Interior, Carlos Corach, o de la “invasión silenciosa” de la que advertían algunos medios de comunicación. Posturas fascistas y discriminatorias, que aún hoy, tienen representantes en algunos estratos de la sociedad argentina. Muchos argentinos pueden mantener su estilo de vida gracias a una gran variedad de empleos que realizan esos inmigrantes.
Durante fines de la década del noventa se da el camino inverso al emprendido por los inmigrantes de hace más de un siglo. Miles de argentinos y latinoamericanos emprendieron el retorno hacia el viajo continente, diáspora y éxodo forzado por la crisis, fuga de cerebros y exilio involuntario de toda una generación.
Los talleres textiles que esclavizan a gran número de inmigrantes, la mirada hacia otro lado del Estado nacional, y la pseudo regularización de muchos inmigrantes clandestinos son algunas de las realidades que viven buena parte de esos miles de hombres, mujeres y niños que han venido a estas tierras a ganarse el pan.
“Quieren pan no le dan, piden queso, le dan hueso y le cortan el pescuezo”


Recuadro :
Marca Registrada

Miguel Schclarek nació y vivió hasta los doce años en San Julián, en la ventosa Santa Cruz, epicentro de la Patagonia. En este pequeño poblado, frente al mar, fue tejiendo aventuras de barcos y viajes exóticos.
Susana Gabbanelli hizo su vida en Mar del Plata. Desde la “Ciudad Feliz” ella también vio salir y llegar a cientos de barcos y miles de turistas. Quizás nunca pensaron, cuando eran unos gurrumines, que ellos del mismo modo deberían atravesar ese océano que se prolonga hasta el horizonte. Susana y Miguel son ex exiliados. Ambos tuvieron que abandonar el país y partir hacia tierras lejanas debido a la persecución y a las amenazas que el Estado les propició en la década del 70. Los dos son miembros de COEPRA, La Comisión de Ex Exiliados Políticos de la República Argentina, que busca la sanción de una Ley de Reparación, (actualmente tiene dictamen de Senadores) y que nuclea y enlaza a muchos de los que tuvieron que emigrar por razones políticas.
Aquí se zambullen en otro viaje, en un viaje al interior de cada uno en busca de recuerdos, anécdotas e historias.

-¿Cómo es ese momento donde se toma la decisión de irse?
-Susana: Yo estuve presa. Me detuvieron en el 75, en Mar del Plata. Estuve presa un mes y medio y cuando me dejaron en prisión domiciliaria, me escapé. Me fui a Buenos Aires con mi marido y mi hijo mayor. Ahí fue muy difícil, yo tenía 26 años pero fue muy difícil conseguir trabajo, cambiábamos de casa a cada rato. Igualmente nos quedamos un año en Buenos Aires. El tema era que periódicamente ponían mi foto en el diario y la situación era insostenible y nos tuvimos que ir. Nos fuimos a Brasil porque un familiar mío fue a las embajadas a ver si nos daban asilo y le dijeron que no, que teníamos que ir a un país limítrofe y ahí sí nos iba a dar asilo. Nos fuimos en micro con mis dos hijos: Camilo, de 4 meses y Nahuel, de un año y medio.

-¿Cómo fue el momento del cruce, sabiendo que si te pescaban te podían chupar?
-Decidimos pasar por Foz de Iguazú, o sea por las Cataratas porque en ese momento era Pascuas. Entonces hicimos un cálculo para llegar hasta Posadas, de ahí a Puerto Iguazú y cruzar en la última lancha, cosa que estén podridos de controlar. Y así lo hicimos. Llegamos justito. La embarcación estaba llena de brasileros y cuando íbamos más o menos por la mitad del recorrido con mi marido nos abrazamos porque dijimos: “Zafamos”. ¿Pero qué pasó? Los brasileros empezaron a hacer una batucada, contentos porque habíamos zafado y nosotros decíamos: “Ay por Dios, ahora pegamos la vuelta por todo este barullo”. Ellos nos abrazaban, saltaban y nosotros queríamos que se callen y no hacer demasiado escándalo hasta llegar.
Cuando llegamos al lado brasilero nos ayudaron para pasar por la Aduana y no quedamos registrados.

-¿Conseguir el asilo fue como les habían dicho?
-No. Fuimos a una embajada de un país amigo y nos atendieron en la vereda. Así que estuvimos un año en Brasil, indocumentados. Mi marido cargaba bolsas en un mercado de San Pablo. Hasta que al año vemos en el diario una nota que contaba la ayuda que la Iglesia Católica estaba dando a los exiliados de los países limítrofes. Nosotros dijimos: “O es cierto o es una trampa”. Fue mi marido y era cierto. Ahí conseguimos el status de refugiados dado por Naciones Unidas.

-¿Qué tipo de protección les da la categoría de “refugiados”?
-Pasábamos a ser legales. Teníamos lo que se llama “asilo territorial”: no podes trabajar ni tener contactos con brasileros, supuestamente. No te olvides que en Brasil también había una dictadura. Mi marido dejó de trabajar, en ese momento estaba como encargo en una estación de servicio. Después de ahí salimos rumbo a Holanda

-¿Por qué Holanda?
-Porque el ACNUR hizo un pedido especial de asilo político y eso duró unos cuantos meses en tratarse. Cuando llegó la respuesta, que fue negativa, le dieron al ACNUR 48 horas para sacarnos de Brasil. En ese momento había visas abiertas en Suecia y Holanda y decidimos Holanda.

-¿En tu caso Miguel, cómo fue tu historia?
-Miguel: Mi caso fue un poco diferente porque nosotros nos vamos en el año 74. La triple A mató a un cuñado mío, que fue una de las primeras victimas de la AAA y a los treinta días de matarlo a él, me amenazaron de muerte a mí y a mi compañera. Nosotros éramos arquitectos jóvenes, teníamos 30 años, trabajábamos en Concordia, habíamos militado en la Universidad y estábamos militando. Por suerte, teníamos mucho trabajo.
No teníamos muy en claro la real necesidad de irnos. Primero nos fuimos de la ciudad. Dijimos que íbamos para un lado y nos fuimos a otro. Tuvimos que auto-convencernos porque uno nunca creía que estaba en peligro. A pesar de que habían matado a mi cuñado uno no pensaba que la bestialidad de estos tipos iba a llegar a tal extremo. Y aparte había un tema de conciencia política. Uno no quería irse, éste era su lugar de militancia. Pero no quedaba otra. Entonces una vez tomada la decisión, había que decidir a donde ir. Pensamos en España porque teníamos a mi cuñado que vivía allá, (el otro hermano de mi ex esposa), que nos iba a recibir.
Nosotros llegamos el 22 de diciembre del 74, mi cuñado nos consiguió trabajo, mi esposa estaba embarazada y esa era otra cosa que nos preocupaba. Mientras estábamos en Madrid los últimos meses del franquismo fueron muy, muy jodidos porque había mucha represión. Nos habíamos anotado para hacer un curso en la Universidad de Madrid y justo hubo una huelga, y al salir de la clase la Policía nos pidió los documentos y nos maltrataron bastante. Dijimos: “Salimos de la sartén y nos metimos en el fuego”. No nos podíamos quedar en España y en marzo, o sea tres meses después empezamos a buscar adonde podíamos ir. Nos salió una beca para hacer un curso en Polonia. Estuvimos en Polonia seis meses. Mi hijo ya tenía ya un año, lo habíamos tenido en España. De Polonia cruzamos a Suecia.
Ahí nos encontramos con unos chilenos, hicimos amigos y nos dijeron que teníamos derecho a pedir asilo. Para nosotros era una cosa impensada. Uno lo pensaba para los presidentes, no para uno. Pedimos asilo, finalmente, y mientras se considera la situación el estado sueco te coloca en un estado de “buscador de asilo” y te da un dinero, una vivienda: una actitud muy solidaria.

-¿Cuanto estuviste en Europa?
-En Suecia estuve 10 años. Me separe, me volví a juntar. Tuve dos hijos más. Volví a Argentina en la peor de Alfonsín, pero no pude quedarme acá y tuve que volver. No tenía dinero, era todo muy incierto. Me quería ir de Suecia y me fui España donde me quedé 10 años más. Me volví a separar porque mi segunda ex mujer se quiso quedar en Suecia. Y vine definitivamente en el 96.

-Susana, ¿vos cuanto tiempo estuviste en Holanda?
-Yo estuve afuera 8 años y medio. Volví en el 86

-¿Cómo es la relación, en el exilio, con la gente que quedo acá?
-M: Durante el tiempo que estuve en Polonia mi familia escribía pero con muchísimo miedo, espaciadamente. En Polonia no teníamos idea de lo que estaba pasando acá. No había diarios argentinos, casi no llegaba información. Empezamos a tener más idea cuando fuimos a Suecia, donde había un diario argentino, “La Opinión”. Ahí nos enteramos de lo que verdaderamente estaba pasando.
-S: Nuestra correspondencia era con los familiares directos, muy espaciadas; simplemente para contar como estaban los chicos. Había un control sobre nuestras familias.

-¿Cómo se reorganiza la vida allá?
-M: No se como fue el caso de Susana, pero nosotros cuando nos podíamos comprar un mueble nos comprábamos sillas plegadizas, todo desarmable, para poder llevar. (Susana se ríe y asiente con la cabeza). Todo provisorio.
-S: La idea de volver ronda siempre.

-¿Cómo es vivir con la idea permanente de “vamos a volver”?
-M: Salvo excepciones muy contadas, la gente que decidió quedarse allá lo decidió cuando ya se podía volver y no antes. Antes era imposible. (La categoría “antes” refiere a “antes” o “después” de la dictadura). Después de diez años ya se han generado vínculos, relaciones, separaciones, casamientos, hijos. Entonces la decisión que uno pueda tomar afecta a terceros. Yo me voy, pero qué pasa con la compañera con la que estoy; los chicos ya tienen sus amigos. Es una decisión muy, muy fuerte.

-¿Qué cosas llevaban de acá, en cuanto a costumbres y usos, que allá no encajaban?
-S: Tomar mate.
-M: Sííí. En un lugar, yo encontraba yerba y abajo un cartel decíal “El secreto de la eterna juventud del gaucho argentino”.

-Siempre fueron buenos vendedores los suecos.
-M: Sí, así parece. Sacando el mate, el tema de los abrazos, las reuniones, lo hacíamos con los amigos chilenos, uruguayos. Los suecos no son muy abiertos, son más reservados. Con el tiempo, te invitan a las casas pero viven en un nivel de encierro y concentrados en cada uno.

-¿Pudieron continuar una actividad militante, como la que tenían acá? ¿Cómo se resuelve esa tensión de adaptarse a lo nuevo y querer cambiar el mundo en el que se vive?
-S: La distancia me amplió la claridad política hacia lo que pasaba en Argentina. Tuve una militancia de denuncia por lo que pasaba acá. Eso te hacia tener mucho contacto con la gente interesada, con asociaciones como Greenpeace, Amnesty. Había un grupo de gente muy lindo.
-M: Al principio era muy difícil hablar del tema de Argentina porque ellos estaban concentrados en lo que pasaba en Chile. En casi toda Europa pasaba lo mismo: se privilegiaba lo de Chile por sobre lo de Argentina. Ocurre que en Chile el Golpe fue contra un gobierno socialista. En Europa había partidos socialistas muy fuertes, casi toda era gobernada por la socialdemocracia. En cambio, yo venía de un país donde esos partidos son muy minoritarios y no entendían lo que era el peronismo.

-¿Cómo fue el momento en que, por fin, se decide pegar la vuelta?
-S: En nuestro caso fue bastante peculiar porque después de las elecciones nos queríamos venir urgente pero como habíamos estado presos y mi marido seguía procesado, no nos cerraban la causa y seguía con pedido de captura. Hasta julio del 86 que nos cerraron todas las causas, no podíamos volver y estuvimos del 83 al 86 con todas las cosas embaladas, esperando que se levantara el pedido de captura

-¿Con qué país te fuiste y con qué país te encontraste?
-S: (Silencio). Nosotros llegamos, por empezar, y nos quedamos en Capital, no volvimos a Mar del Plata por lo que es ya como un segundo exilio. Llegamos en pleno Plan Austral, con lo cual no entendíamos nada. Había un nuevo billete pero seguía circulando el billete antiguo. Fue más difícil la reinserción, la vuelta acá que cuando llegamos a Holanda.
-M: Sí. Es mucho más difícil la reinserción acá que la inserción allá. Porque allá tenías, con el asilo, una protección que te daba el Estado y acá nada. Sos más grande, estás más cansado, Imaginate que yo estuve 21 años afuera. Me fui con treinta y volví con 51 y a esa edad estaba en una situación parecida a cuando me recibí, a los 28: sin trabajo, para empezar todo de nuevo pero con otro país y con 51 años. Era un país sin trabajo.
-S: Aparte tenes la imagen de la Argentina con la que te fuiste.
-M: Y no nos olvidemos que la dictadura hizo un trabajo que no terminó con ella. Hizo un trabajo muy fuerte con la conciencia de cada individuo. Hubo una campaña de desinformación.. Yo volví en el 96 y era muy difícil hablar todavía del exilio con otra gente. Era el “exilio dorado”: “Lo pasaste bien”.
-S: La pregunta que nos hartaba era “¿por qué te volviste?”. Como si uno se hubiera ido porque quiso. Nosotros nos fuimos porque no teníamos ninguna otra opción para sobrevivir. A nivel social cuando volves te encontrás con un país distinto, cambiado. Aparte cuando uno se va tenía las redes sociales armadas y cuando volves es empezar todo otra vez.

-¿Qué significa para ustedes la patria?
-Las raíces, dicen a dúo
-M: Yo estaba en Suecia y me sentía como un actor dentro de un teatro con un decorado que no te pertenece. En cambio, cuando estaba acá era, es, como que el país es la extensión de tu cuerpo. Cuando te vas empezás a valorar todo, a extrañar todo.

-¿Que significó el exilio en sus vidas?
-M: Te da una visión más amplia del mundo. Ves la política con una visión más global. Te permite ver hasta donde da uno, su aguante, hasta donde estas dispuesto a hacer, te conoces más a vos mismo. Es una situación extrema. Es una situación que te marca para siempre, imborrable. Es dolor, tristeza, melancolía, “estoy vivo”, “estoy lejos”.
-S: El tema era adonde nos íbamos. Hasta la frontera sabíamos pero después era la nada. Pensá que todos nosotros salimos, mas o menos con lo puesto, sin plata, sin conexiones. No conocías a nadie. No te comunicabas en tu propio idioma. Pasabas de una cultura a la otra. Eso te marca.



DATOS Y ESTADÍSTICAS SOBRE REFUGIADOS

Nazli Zaki, de la Oficina de prensa para América del Sur del ACNUR, Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados fue la encargada de brindarle a “Al Margen” la información requerida en relación a los refugiados en Argentina.


§  Según la Convención de 1951 sobre el Estatuto de los refugiados, un refugiado o una refugiada es toda persona que debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentra fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal país. Otros instrumentos internacionales también incluyen a personas que huyen de su país, amenazados por la violencia generalizada, agresión extranjera, ó conflictos internos.

§  Argentina ratificó la Convención de 1951 sobre el Estatuto de los refugiados en 1961. Hoy esta Convención está ratificada por 143 países.


§  El Comité de Elegibilidad para los Refugiados (CEPARE), es el organismo público encargado de resolver las solicitudes de la condición de refugiado (determinar si los solicitantes presentan fundados temores de persecución por su raza, religión, nacionalidad, grupo social u opinión política), y consecuentemente reconocer la condición de refugiado.  Desde su creación en 1985, el CEPARE  ha reconocido como refugiadas y refugiados a más de  2.600 personas. En total el número de refugiados en Argentina supera las 3.000 personas. La población refugiada se caracteriza por su gran diversidad ya que las personas refugiadas provienen de alrededor de 60 países de África, América, Asia y Europa.

§  Este año, hasta mayo de 2006, el CEPARE recibió 163 solicitudes por el reconocimiento de la condición de refugiado por parte de personas provenientes de 24 países, entre ellos Senegal, Colombia, India, Rusia y China.

§  No existen campos de refugiados en Argentina, los refugiados viven entre las poblaciones urbanas y rurales, en todo el país.

§  ACNUR tiene dos funciones principales en Argentina: asesorar al gobierno en cuanto a la aplicación de la Convención de 1951 sobre el Estatuto de los Refugiados, y trabajar junto con la sociedad civil y con los refugiados para facilitar su proceso de integración en la sociedad.

§  El derecho al asilo es un derecho básico, incluido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (art. 14), entre otros instrumentos de derechos humanos.

§  Los refugiados gozan del derecho a no ser devueltos a su país de origen y a obtener una documentación que les permita trabajar y tener acceso a los servicios básicos y elementales.

§  Los refugiados tienen el derecho de acceder a los servicios públicos en materia de salud, educación, etc.


(Publicada en la revista "Al Margen", noviembre 2006)