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martes, 30 de abril de 2019

La vida entre jueves y jueves


Desde hace 42 años, las Madres de Plaza de Mayo marchan cada semana en la Plaza que terminó dándoles el nombre. ¿Cómo fue la primera vez de cada una? ¿Qué significa la Plaza en sus vidas? Sus historias, intercaladas con un jueves junto a ellas.

Por Luis Zarranz


Rosa, Evel, Mercedes, Hebe, Visitación, Claudia, Carmen no son nombres propios, sino las integrantes de un colectivo que las excede individualmente y las identifica en el mundo entero: son Madres de Plaza de Mayo.
Ellas, que socializaron lo más preciado que tienen –sus hijos– y que están hechas de batallas heroicas, transitaron, antes de convertirse en lo que son, un intenso camino que, en todos los casos, las llevó a la Plaza que les daría el nombre definitivo.
Estas son sus pequeñas inmensas historias.
***
Rosa de Camarotti tuvo un solo hijo, Osvaldo Daniel. En agosto de 1978, cuando fue a la Plaza por primera vez, pasó de madre a Madre: Rosa de Camarotti se transformó en una Madre de Plaza de Mayo.
Aquella primera vez –recuerda– se quedó en un borde, sobre la avenida Rivadavia. Miró marchar a las demás. Una de esas mujeres –no recuerda quién– le hizo señas para que se acercara y se sumara. Enseguida empezaron a conversar: quién le faltaba, cuándo se lo habían llevado, dónde, por qué. Su historia era similar a la de las demás, era una tragedia nacional.
Esas mujeres le dijeron que la próxima vez que fuera a la Plaza de Mayo llevara era el símbolo que ya distinguía a las Madres: el pañuelo blanco. Rosa buscó en su casa y sólo encontró uno rosa, tan chiquito que apenas podía anudar en el cuello. Lo puso en lavandina y lo blanqueó.
–Total, es por poquito tiempo. No vale la pena que me compre uno por dos meses– pensó.
Eso recuerda cuarenta años después, con un pañuelo blanco en la cabeza, al  volver de la Plaza, como casi todos los jueves desde entonces.
Tres meses antes de su debut en la marcha de las Madres, exactamente el 18 de mayo de 1978, Osvaldo Daniel había sido secuestrado por una patota del Ejército de la casa en la que vivía con Rosa y Osvaldo padre, en Lomas de Zamora (provincia de Buenos Aires).
Al principio, los militares les dijeron que estaría detenido hasta después del Mundial de Fútbol. Era lo que solían decirles a muchas familias –no solo en los cuarteles, sino también en varias dependencias del Estado y hasta en algunas iglesias con vínculos castrenses–, pero el Mundial terminó en julio y de Osvaldo no habían sabido más nada.
No se lo había tragado la tierra, sino la dictadura militar.
Los meses pasaron y Rosa tuvo que cambiar el pequeño pañuelo blanqueado por otro, y con el correr de los años, por otros más: desde entonces, pasaron más de 2100 jueves en los que Rosa de Camarotti asiste junto a sus compañeras todos los jueves a Plaza de Mayo.
***
Es jueves y el escenario es la Plaza que vio nacer y le da el nombre a la organización. A las dos y cincuenta y ocho de la tarde del 18 de abril de 2019 Rosa baja de una camioneta. Camina nueve pasos y entra al “puesto” –que en realidad es un gazebo– donde  a modo de kiosquito se venden libros, revistas, pulseritas, mates, cadenitas de la Asociación Madres de Plaza de Mayo.
En treinta y dos minutos, a las quince y treinta, la Plaza se vestirá de pañuelos blancos. Entonces Rosa saldrá del puesto con pasos breves pero firmes como el paso del tiempo, para marchar junto a sus compañeras alrededor de la Pirámide.
***
Evel de Petrini –Beba, para todo el mundo–, camina rengueando levemente desde una reciente operación de cadera. Los médicos le recomendaron que evitara caminar, pero hay cosas que no pueden evitarse: ir a la Plaza cada jueves, por ejemplo.
Si no fuera porque el Gobierno de la Ciudad decidió, en enero de 2018, realizar una serie de reformas en la Plaza, incluida la remoción de las baldosas que tenían pintados los pañuelos –pese a que la Legislatura había declarado “Sitio histórico” el espacio alrededor de la Pirámide, en reconocimiento a la marcha de las Madres–, Beba llevaría más de 2100 semanas pisando las mismas baldosas, jueves a jueves.
Fue una de las primeras Madres en unirse al movimiento. Uno de sus dos hijos, –Osvaldo, el mayor– había sido secuestrado y desaparecido de la casa familiar, en Santos Lugares, el 13 de marzo de 1977.
–La desaparición es el no saber. Es decirle “chau, hasta mañana” y no verlo nunca más. No saber qué pasó, dónde está, ni qué le hicieron. Es una cosa que te carcome la cabeza.
Los primeros días, Beba pasaba horas al lado del teléfono, a la espera de una noticia sobre el paradero de su hijo. Pero esa llamada no llegó nunca.
A los pocos meses, se enteró de que un grupo de madres desesperadas como ella iba todos los jueves a la Plaza para pedir novedades sobre sus hijos e hijas secuestrados. Decidió sumarse.
–Fue un sostén. Me gustó estar ahí con ellas.
Jamás pensó que aquel encuentro, a mediados de 1977, duraría más de cuarenta años. Tampoco que, desde entonces, cada jueves se convertiría para ella en el día más importante de la semana. En la Plaza –afirma– aprendieron todo, en especial el compañerismo. “Siento una emoción profunda estando ahí, como aquel primer día, que fue tan doloroso”. Con la voz cascada por una incipiente tos, recuerda: “Vine sola y me fui acompañada, colectivamente”.
***
A las tres de la tarde en punto pareciera que sonase el timbre de un colegio, o que se abrieran las puertas imaginarias que retenían a las diez, quince personas que llegan de golpe: desde la boca del subte, ubicada en la otra punta de la Plaza, sobre Yrigoyen; desde el Cabildo, desde la calle Reconquista, desde el Bajo, y de vaya a saberse dónde.
Pero no hay timbre y las puertas son imaginarias.
Hay un silencio que no es tal, es la suma del murmullo lejano de varias voces desordenadas; unos tacos apurados que se alejan, perdiéndose; una frenada de colectivo cuyo volumen, a la distancia, llega tenue.
***
–Mi hija se llamaba Alicia. Le puse ese nombre porque decirlo te obliga a sonreír. Mirá, probá: A-li-cia.
Alicia fue una de las víctimas del terrorismo de Estado. A partir de su desaparición, su mamá, Mercedes de Meroño, Porota, volvió a sufrir de cerca el dolor infinito: en 1930, cuando tenía seis años, su familia –su padre, su madre, su hermana mayor y ella misma– debió escapar del país ante las amenazas de muerte que, tras el primer Golpe militar de la historia argentina, recibía su papá, José María Colás, un albañil y militante anarcosindicalista. Se radicaron en Lodosa, un pueblo de Navarra, España.
También allí, vivirían un calvario: luego de comenzada la Guerra Civil Española su padre, un activista por la Segunda República, fue fusilado por grupos fascistas. A Porota, que entonces tenía 11 años, los asesinos de su padre le raparon la cabeza para identificarla como hija de un republicano.
–Lo fusilaron un jueves a las tres y media de la tarde.
El día y la hora tomarían otra dimensión cuando, varias décadas después, comenzó a marchar en Plaza de Mayo, los jueves, en ese mismo horario, con un pañuelo blanco en la cabeza.
Entre un hecho y otro, Porota regresó a Argentina, en 1939; se casó, tuvo una única hija, A-li-cia. El 5 de enero de 1978, a los 31 años, la secuestraron en su casa de la calle Benito Juárez 4285, Devoto, en la ciudad de Buenos Aires. Estaba divorciada y tenía tres hijos (Martín, Patricia y Leonardo).
–No sé lo que pensé entonces. Lo único que me acuerdo es que cuando se la llevaron las palabras que dije fueron: “¡Otra vez el fascismo, no!”. De eso sí me acuerdo.
La voz de Porota se mezcla con la emoción, y unas dosis de bronca. Los primeros ocho meses sin Alicia le provocaron una depresión que la encerró en su casa. “Me quedé meses mirando la ventana, esperando que mi hija volviera. Y si salíamos con mi marido, dejábamos una nota con los datos de dónde estábamos: por si volvía”, dice mirando un punto fijo. “Tenía una preocupación: habían cambiado el sentido del tránsito de la calle de mi casa, en Devoto, y yo decía: ‘Cómo va a llegar Alicia si ahora es contramano’”.
Fue su marido, Francisco, que solía ir al centro de la Ciudad, el que le dijo que había visto a unas mujeres con pañuelo blanco en la Plaza de Mayo.
–Me compré un pañuelo de los que se usan para bailar, me lo puse en la cabeza. Llegué a la Plaza y me senté en un banco. Una Madre que nunca más vi ni supe quién era, me dijo “¿a vos quién te falta?”. Yo lloraba. Le dije “mi hija” y me dijo “acá no se viene a llorar, ¿eh? acá se viene a luchar, así que levántate y vamos”.
Y Porota fue.
–Esas palabras produjeron un cambio general en mí. Se lo agradezco de por vida porque en vez de ser una llorona, fui una luchadora para combatir al fascismo hasta el día que me muera.
***
La tarde avanza lenta. Hay una brisa suave como una caricia distraída y un puesto, que en realidad es un gazebo, cuya espalda da a la calle Rivadavia, que cada vez convoca más turistas, curiosos e interesados. A su alrededor ya hay entre veinte y treinta personas que charlan en grupos, hablan por celular,  preguntan el precio de tal libro o equis llavero y  esperan que el reloj marque las quince y treinta: el momento exacto en el que se producirá el parto colectivo, la celebración del ritual más emblemático de la historia del país: la marcha de las Madres de Plaza de Mayo.
Pero todavía falta.
***
Con los años, Hebe de Bonafini fue perdiendo el apellido para ser, simplemente, Hebe. Como Fidel, Evo o Cristina, basta pronunciar su nombre para que se sepa de quién se está hablando.
Antes de ser Hebe fue Kika. Así la llamaban sus conocidos antes de ser la presidenta de las Madres. Kika pasó a ser Hebe cuando desaparecieron sus dos hijos mayores –Jorge, el 8 de febrero de 1977 en La Plata; Raúl, el 6 de diciembre de ese mismo año, en Berazategui, luego de estar meses en la clandestinidad. Tenían 27 y 24 años–.
A partir de entonces, comenzó un proceso de trasformación personal y politización que convirtieron a Kika, una costurera y ama de casa platense, en Hebe, una de las referencias icónicas del pañuelo blanco.
En su oficina en la sede de la Asociación, una tarde de mediados de 2018, Hebe sostiene un pañuelito descartable en la mano con el que, cada tanto, se seca las lágrimas.
Recordar la emociona, recordar es re-vivir un momento determinado.
–La Plaza empezó siendo un lugar de encuentro con mis hijos: llegar era encontrarme con ellos, así que precisaba estar sola. Era como una cosa muy honda.
En esa profundidad, reconoce distintos momentos, como si hablara mirando una línea imaginaria de tiempo: “Después, la Plaza pasó a ser miles de hijos: una necesidad. Apurábamos la vida para que llegara el jueves. Hasta 1980 no teníamos oficina, entonces lo más importante era ahí: juntarnos, ver qué pasaba, qué decían las demás”.
Fueron pasando las semanas, los meses, los años: la vida transcurriendo intensamente entre jueves y jueves. Hebe resalta “el orrrgullo” –lo dice así, estirando la erre, remarcándolo– de haber sostenido la marcha tantos años. Jamás hubiera podido imaginarlo: “Parece mentira que tan poco rato, media hora o un poquito más, tenga tanta repercusión internacional. Pero media hora cada jueves, casi 2200 jueves, es un poquito bastante”.
***
El sol cae oblicuo y tiñe una franja de esta porción de la Plaza de color dorado.
Son las tres de la tarde y veintiséis minutos, y un hombre grueso y macizo de voz rasposa grita “Ahí viene la camioneta”. Es, también, una señal de largada: instantáneamente comienzan las canciones alusivas, los aplausos, el reconocimiento a las mujeres de pañuelo blanco.
***
“En la Plaza siento que no soy yo: soy los 30.000; siento que los veo ahí y que me hacen vivir. Eso es la Plaza para mí: todas las compañeras, las Madres y los hijos. Soy otra. Me transformo completamente. No me preguntes cómo es porque ya no soy yo”.
Visitación de Loyola es histriónica, no hay vez que hable y sus manos no acompañen sus palabras, haciendo gestos y piruetas en el aire. La sonrisa ancha es la marca registrada de su rostro, incluso cuando es jueves a las tres y media y deja de ser ella para ser 30.000: para sentirlos a todos en el cuerpo.
Un barco, que cruzó un océano que –recuerda– parecía no terminar nunca más, la trajo desde España, donde nació, a Buenos Aires, adonde trasladó su sonrisa, con solo 24 años.
El 21 de diciembre de 1976, la expresión y el almanaque se detuvieron cuando su hijo, Roberto Mario, fue secuestrado en Loma Hermosa, un barrio obrero de casas bajas a la vera del Río Reconquista, en el oeste del Conurbano.
Otra Madre de la zona, que ya participaba de las marchas de cada jueves, la invitó a sumarse al movimiento una tarde imprecisa de 1977, cuando se puso el pañuelo por primera vez.
41 años después, si en la Plaza surge una consigna, Visitación será la Madre más efusiva, contagiando al resto. “Defender la alegría –dice– es, también, luchar por nuestros hijos. La Plaza, aunque esté enferma, me cura: porque nos dio 30.000 hijos”.
***
Adentro de la combi que se mete en la Plaza hay seis Madres –Beba, Porota, Hebe, Visitación, Claudia y Carmen–, que bajan con cierta dificultad, a las quince y veintiocho de la tarde. Las recibe el clásico “Madres de la Plaza, el Pueblo las abraza” que gritan a viva voz quienes desde hace un rato las están esperando.
La camioneta estaciona al lado del gazebo. Ellas enfilan hacia la Pirámide. Despliegan el cartel que sostienen sus manos frágiles y arrugadas: “41 años pariendo memoria y futuro”.
Con Rosa, son siete Madres, tan firmes como sus encorvados cuerpos se lo permiten: siete pañuelos blancos que representan 30.000. No más de cien personas cantan detrás de ellas: son también 30.000.
A las quince y veintinueve  esperan, sosteniendo el cartel, que el reloj avance. Es un minuto largo, como si el tiempo se detuviera o corriera más lento que lo habitual.
***
Claudia de San Martín supo desde chiquita lo que significaba un campo de concentración: sus padres se conocieron en un barco, escapando de las mazmorras: él de Ucrania, ella de Bielorrusia. Apenas jóvenes, se asentaron en Brasil y, posteriormente llegaron a Oberá, Misiones. Claudia pisó las calles de tierra roja hasta los quince años, cuando fue a vivir a lo de un tío en Berisso, en la provincia de Buenos Aires. Luego, se casó, tuvo tres hijos varones y una vida relativamente calma. Hasta que el 27 de mayo de 1977 una patota irrumpió en su casa de Camino General Belgrano, en Berazategui, y se llevó para siempre a Carlos José, el segundo de ellos, y el único que militaba.
Tenía dieciocho años.
Unos meses después, Claudia, con el legado de sus padres a cuestas y la necesidad de hacer algo, fue a la Plaza por primera vez. No recuerda –dice–datos exactos de aquella vez, pero sí que, buscando a su hijo, sentía que volvía a nacer. Como sus compañeras, desde entonces la Plaza se convirtió, cada jueves, en un imán: “Es una descarga para mí. Ir a la Plaza es una necesidad”.
Lo afirma rápido, acelerada, como vomitándolo. Su boca es una frontera demasiado lábil para la urgencia de sus palabras. “Cada jueves me preparo desde temprano. Voy a la Casa de las Madres, almorzamos juntas, vamos a la Plaza. Amo la Plaza. La quiero. La necesito. No me encuentro cómoda en ninguna parte como ahí, aunque no hable con nadie. Es mi lugar”.
Sigue: “La Plaza es todo. Te llenás de lágrimas, de alegría, te compensa. El otro día pasó una mujer que dijo ‘vayan a trabajar’. ¿A vos te parece? No lo puedo creer. Si le hubiera pasado a ella, ¿qué hubiese hecho? No sabe el dolor de cada una ni el valor de la Plaza: también luchamos por ella.
***
Son las quince y treinta. Deberían sonar campanas. El mundo se detiene.
En realidad, no; pero debería.
Empiezan a marchar. Lo hacen alrededor de la Pirámide, en sentido contrario a las agujas del reloj, como si quisieran volver el tiempo atrás y, a la vez, realizar un conjuro contra su inexorable paso.
El ritual de cada jueves está en marcha, literalmente. El que parieron con tanto dolor y tanta necesidad y el que, seguramente, las sobrevivirá.
Es que no es una Plaza, no es una marcha, no son las Madres: es más que todo eso.
***
María Consuelo de Arias se convirtió en Madre de Plaza de Mayo a mediados de 1977, cuando desaparecieron a su hijo, Ángel, el 17 de mayo de 1977. Fue luego de un violento operativo militar en el departamento en el que vivía, en Quilmes, con su compañera Beatriz, secuestrada junto a él.
Desde entonces Consuelo se sumó a la marcha semanal, acompañada por su hija, Carmen, hermana de Ángel. Madre e hija asumieron ese compromiso como algo propio: no necesitaban arreglar nada para saber que cada jueves a las 15:30 se encontrarían en la Plaza.
Cuando María falleció, Carmen continuó acompañado al pañuelo blanco. En 2007, las integrantes de la Asociación decidieron, en reconocimiento a su constancia, ungir a Carmen, la hermana de Jorge, como una de ellas: se transformó en una Madre de Plaza de Mayo.
“Vengo desde el 77 con mi mamá y cada jueves veo distinta a la Plaza. Cada vez me conmueve una cosa diferente: el recuerdo de las y los 30.000, el cariño con las Madres: todo”, dice en una de las oficinas de la Asociación.
–Los jueves son días distintos. Aunque uno tenga una cantidad de problemas, inclusive de salud, todo se allana como para poder asistir –narra, minutos después de volver de la Plaza.
A Carmen la inquieta el legado de las Madres y el futuro. Cree que nadie tiene la fuerza y el empuje que sí tienen ellas. Sin embargo, confía en los jóvenes: “Ellos van a continuar esta historia”.
***
Son las quince y treinta y ocho. En unos minutos, se completará la segunda vuelta alrededor de la Pirámide. Pareciera que los que están marchando, en realidad, son los 30.000 desaparecidos.
Con los demás, se unen en un solo grito. Se escuchan fuerte y nítidamente.
Gritan:
“No
nos
han
vencido”. 

viernes, 5 de septiembre de 2014

Ser o no ser (cabulero)


Por Luis Zarranz
Vaya a saber en qué momento de la vida, un hincha de futbol –usted, yo, su vecino– adopta determinadas cábalas frente a un partido de futbol del equipo del que es hincha.
Siempre es difícil recordar cuándo empiezan estas cosas, pero un día te encontrás poniéndote la misma ropa, sentándote siempre en el mismo lugar y repitiendo los mismos pequeños actos que te convierten en preso de tus propias mañas: los ritos que los fanáticos como yo repetimos con el convencimiento de que lo contrario implicará perder el partido.
Sé que las cábalas no tienen ningún sustento racional, pero fanatismo y racionalismo son dos palabras que rara vez quedan bien cuando se las une. Pero por si preguntan, sí, sé que antes de patear al arco ningún jugador sabe si estoy vestido como siempre, si dos horas antes mandé la frase “esta tarde tenemos que ganar” a un grupo de whatsapp, o si en la tribuna me senté a la izquierda de dos amigos: no hay manera de que ni él, ni el rival, sepa si cumplí cada uno de los ritos que me autoimpongo.
Lo sé.
Pero los hago igual.
Peor aún: me dirán que qué pasa si cumplo mis cábalas y, tal vez, el de al lado, en un acto de distracción, no las haga. No lo sé, pero a mí me tranquiliza lo que hago yo con mis cábalas, no la de los demás: el placer del deber hecho.
No recuerdo, he dicho, la primera vez que comencé con estas mañas, pero sí, que tenía siete años cuando escuchaba los partidos con un auricular enorme y espacial frente al minicomponente que había en mi casa, que gritaba los goles de la misma manera –un grito y un salto para tocar con la mano izquierda el marco superior de la puerta– y que cuando nos atacaban repetía “juira”, “juira”, como un mantra, para evitar el peligro.
Lo cierto es que durante el último Torneo Final, en el que River fue campeón, fui a la cancha en nueve de sus diez partidos de local. Por supuesto –creo que sobra decirlo– que el partido que no pude ir (por laburo) perdió.
Los otros nueve, los que fui, los ganó todos. A todos ellos fui con una boina y dos camperitas deportivas. No me importaba si hacía calor o frío: la vestimenta era la misma.
El último partido era clave: River debía vencer a Quilmes para salir campeón. Estaba tan ansioso que la noche anterior empecé a preparar el atuendo y no podía encontrar la boina: la busqué incansablemente, como no soy capaz de buscar otra cosa.
De casualidad, le pregunté a mi mujer si la había visto. Casi muero cuando me dijo:
–Se la presté hoy a Sole, porque el hijo necesita una boina para actuar.

Sole es una amiga que ve de vez en cuando y, eso, frente al poco tiempo que había, agravaba la situación. No sé cómo evité el infarto. A veces me duele el pecho cuando recuerdo la escena. Sandra no sabía que esa boina era parte de la cábala –era un rito muy mío– y ni siquiera comprende el fanatismo de un hombre racional para el resto de las cosas de la vida.
El caso es que faltaban menos de diez horas para el partido y la boina no estaba donde debía. Sandra aceptó, incómoda, mandarle un mensajito a Sole para pedírsela y yo me ofrecí a buscarla donde ella indicara.
El domingo a la mañana amaneció soleado: era una señal. Fui hasta el Triangulo de Bernal, cerca de su casa y a media hora de la nuestra, recuperé  el amuleto, le presté otra boina a cambio y llevé una docena y media de facturas para compensar la molestia.
Todo el tiempo supe que era un exceso de mi parte, pero ni así pude evitarlo: jamás me hubiese perdonado asumir el riesgo de ir a la cancha sin la boina, sin respetar la cábala.

Ese día, River ganó 5-0 y salió campeón del torneo. Los jugadores hicieron todo lo que había que hacer y los cabuleros, también.

(Publicada en la revista "Al Margen", septiembre-octubre 2014)

martes, 19 de febrero de 2013

Parirse a unx mismx


SUSY SHOCK

Por Luis Zarranz
La noche es un farol que alumbra una porción de esquina. Un farol y un cielo embarazado de tormenta que aún no termina de nacer. Es invierno, el día ya pasó de moda y esta esquina de Buenos Aires tiene poco rating: a esta hora –una cualquiera de la noche– no la eligen los peatones, los taxis, los colectivos.
La veo alejarse en soledad, entre apurada y agotada, perdiéndose en la sombra que dibuja el farol, que la mastica y la saborea paso tras paso. No advierto si dobla en la esquina, si sigue taconeando la misma vereda o si pesca algún transporte furtivo con el que cruza destinos. No lo sé ni tampoco se lo pregunté al verla nuevamente. De todos modos, la noche no le es ajena: es el escenario en su mundo de artista trans.
Comienza a llover.
*
Susy Shock se creó a sí mismx y, poquito a poco, dejó el cuerpo de varón con el que nació para parir aquello que quería ser, aquello que ya era. En ese parto abandonó –no del todo, ya veremos por qué– a Daniel Bazán Lazarte y adoptó una nueva identidad travesti, en permanente construcción.
En un país como Argentina, que sufrió una dictadura genocida que desapareció a 30.000 personas y empleó un método sistemático de apropiación de sus hijos como botín de guerra, Identidad se escribe con mayúscula. Su construcción identitaria no implica sentirse mujer, como se presume (“travesti, igual a hombre que viste como una mujer”), sino trans, lejos de la lógica binaria hombre-mujer.
–Susy primero fue –dice sobre sí mismx– un juego íntimo, propio; el escenario se encargó de sacarlo para los demás y obvio que después fue una apuesta política a lo Wayar. Marlene Wayar, referente travesti, es una de sus amigas y compañeras más entrañables; es directora de El Teje, primer periódico travesti de Latinoamérica. Wayar sostiene precisamente eso: que lo trans es el alumbramiento del cuerpo como campo de visibilización y batalla. Una apuesta poética y política.

Yo, pobre mortal,
equidistante de todo
yo, DNI 20.598.061,
yo, primer hijo de la madre que después fui,
yo, vieja alumna
de esta escuela de los suplicios.

Amazona de mi deseo.
Yo, perra en celo de mi sueño rojo.

Yo reivindico mi derecho a ser un monstruo.
Ni varón ni mujer.
Ni XXY ni H2O.
(Fragmento de “Reivindico mi derecho a ser un monstruo”, Susy Shock)
*
Al parirse, tuvo que crear un nombre. –Fue un juego irónico. Susy era la Susy Giménez (Susana Giménez actriz y conductora de televisión), pero de pelo castaño, la de antes de los milicos, la que tiene lo peor y lo mejor nuestro; la que podía haber sido, no la que terminó siendo. El Shock parece obvio viniendo de este personaje, pero tiene también una dimensión muy fuerte y dramática: de adolescente me enteré que los milicos le decían “Susanita” a la picana “porque te hace shock”. Un horror.
*
Antes de ser Susy, había algo que Daniel Bazán Lazarte, el mayor de tres hermanxs –el del medio, jugador de fútbol; la menor, música–, traía desde la cuna y que asombró a sus padres, obreros y laburantes: el amor al arte. Ser padre es sorprenderse. Desde los primeros años, cuando comenzó danzas folclóricas, Daniel/Susy abrió el abanico a una versatilidad expresiva que incluye teatro, poesía, canción: había algo que quería decir.
*
El viernes es húmedo como el desasosiego, como el llanto. Casa Brandon es un espacio artístico gay-lésbico-transexual en un barrio alejado del centro de Buenos Aires: Parque Centenario. Tiene una escalera pasando la antesala. Tiene dos. Tiene tres. Primer piso: la barra; segundo y tercero: mesas ratonas, sillones, copas, picadas, la gente alegre, queriendo ser. Segundo piso, en cascada respecto al tercero: el escenario.
No es un ghetto, en absoluto, pero detrás del púlpito, en una pantalla gigante, hay un dibujo: un torso desnudo, tres tetas, y dos axilas peludas. En el primer seno dice QUE; en el segundo, OTROS SEAN; tercero: LO NORMAL: “QUE OTROS SEAN LO NORMAL”.
“La Shock” –así la nombran varios de lxs que la conocen– lleva 42 años oyendo el mundo. Aun con la identidad que uno se construye, los oídos tienen la edad que tienen. Comienza el show, no desde el escenario sino desde el tercer piso. Susy agita un instrumento de percusión africano –el shekere– que exhala un sonido tántrico como el de una máquina de escribir poseída. “Mandé noticias del mundo de allá a quien supiera/ en un abrazo véngame a esperar/ voy llegando”, canta.
Baja los escalones en tacos aguja, suave como el roce, mientras sigue la melodía. Se desliza entre el público que vino a verla, que vino a escucharla, que vino a gritarle ¡uuuuuuuuuhhh! y a levantar la mano cada vez que una frase suya hace eco. Canta bagualas. Recita poesías. Es una gran showtrans. Diosa: le gritan diosa. La aplauden: una, cien, nosécuantasveces. En el artístico mundo under trans es una celebridad. Tal vez por eso, Susy me dice que es, artísticamente, más que Daniel, aunque Daniel y Susy sean una continuidad: en lo político, en el jugar. Así dice.
Tiene una pulsión a abanicarse. La mano derecha es inquieta y el abanico su cómplice. Lo abre, lo cierra, sacude el aire con frenético swing. Afuera llueve como en las malas películas. Adentro, la lluvia se transforma, se transpira, se transporta, se transita: hace calor pero no sofoca. La noche es un elástico: se estira. Hay más bagualas. Hay más poesías, adentro. Afuera, un taxi, no hay.
*
Sobre la mesa hay una cerveza fría, dos vasos que se calientan y un celular, en vibrador, que ronronea con aterciopelada fragilidad. Los uñas de Susy juegan, como si no jugaran, con él.
En su blog se presenta así: “¿Qué soy? ¿Importa? Soy arte”. En Facebook se presenta así: “Soy género colibrí”. Ante mí, se presenta así: “Tomamos una cerveza, ¿no?”.
Afuera, el sol se acuesta; la luna cumple su función. Adentro, el grabador también cumple su función. Registra: –Ser arte está ligado al hecho natural de andar bien pegadita al eje creativo, a mirar de ese modo las cosas y desde ese modo actuar. Soy el primer objeto de arte a construir.
El aparato también registra: silencios perfectos, que hablan; una voz seca y calma como el tabaco y una búsqueda intensa de la palabra exacta. El escritor Ítalo Calvino usa un concepto, “levedad”, como un principio básico de la composición artística en alusión al peso de las palabras. Como un radar, Susy tantea el espectro de su decir antes de verbalizarlo. Busca el peso específico.
Todavía no, pero en un rato traerá, a su diccionariohabitualdefrases, adjetivos tales como binario, machista, patriarcal. Si las palabras dibujan mundos, ésos son los que aspira a derruir con un afán: hacer de su práctica cotidiana su apuesta política. Desde esa trinchera dispara, como una guerrillera.
–Yo tengo una hija y me parece que hay algo absolutamente práctico en ser madre, padre, todo lo que nos toca ser: poner en actos, en la cotidianidad, ese “Hombre Nuevo” que añoraba el Che Guevara.
*
Si las palabras definen los mundos, Susy me obliga a descartar, en varios pasajes, los términos que las dividen en masculinas y femeninas, y usar una x genérica. El lenguaje no es trans, pero hay términos que mutilan la profundidad y el significante de lo que, no sólo su boca, aspira a nombrar.
La expresión trans es, por definición, inefable: cualquier significado la aprisiona, la asfixia. En sentido estricto incluye a travestis, transexuales y transgéneros aunque en términos más usuales remite a las identidades y construcciones culturales que se diferencian de la lógica binaria (hombre o mujer), signada por el genitalismo: pene igual varón, vagina igual mujer. –En la medida en que nos desidentifiquemos de lo preestablecido, todxs somos trans, independientemente de la sexualidad que practiquemos –dice.
Otro día, de tarde –el sol se extingue, la luna se asoma– Susy me dirá cómo define lo trans: –El tránsito de este mundo pacato a la búsqueda de otras masculinidades y feminidades enormemente ricas y potencialmente entrecruzadas. Descolonizarnos de los modelos reproductores de lo binario.
En los últimos años, el Congreso argentino parece haber pulsado la tecla F5 en la sanción de leyes de diversidad, con la aprobación de dos que eran largamente reclamadas por la comunidad LGBT (lesbianas, gays, bisexuales, transgénero). El 15 de julio de 2010, Argentina pasó a ser el primer país de América Latina en legalizar el matrimonio entre personas de un mismo sexo. El 9 de mayo de 2012, la Ley Nacional de Identidad de Género: “Toda persona podrá solicitar la rectificación registral del sexo y el cambio de nombre de pila e imagen, cuando no coincidan con su identidad de género autopercibida".
La legislación ubica al país, en términos legales, en una situación de vanguardia frente a sus pares de la región. Sin embargo, aunque puedan casarse, aunque tengan su nombre en el documento de identidad, el 90% de las travestis sigue teniendo un destino laboral excluyente: la prostitución.
*
La hija de Susy se llama Anahí, tiene 21 años y es artista plástica. Cuando nació, Susy era Daniel: su papá. Ser hijo es crecer y confiar.
El vínculo que las une respira arte. Comparten espacios, amigxs, escenografías: en Casa Brandon, Susy canta y recita poesías; Anahí expone sus pinturas. La noche también crece, afuera. Adentro, se alarga. –Somos pares en muchas cosas, no sólo porque ella también sea una artista: por ese mundo nuevo que optamos por construir –dice Susy.
Con el ticket que me dan al pagar la entrada recibo una tarjeta personal con los datos de contacto de Anahí, en función de las pinturas que expone en el lugar. Al otro día recibo, también, un mail con sus respuestas a mi pregunta.
–La transición de Daniel a Susy la viví durante toda mi vida, no es que de pronto decidió calzarse el canecalón y salir a despelotar el mundo, de hecho fue desde que yo era niñita cuando Susy, todavía sin consolidarse como tal, ya se subía a los tacones altos y llevaba esos vestidos tan ceñidos, amparada por el ambiente familiar de una fiesta de disfraces (y digo familiar en el sentido de amistades, en ese momento los parientes no sabían mucho); hasta llegar a los tablones de Giribone. Ahí es donde nace, donde se muestra y empodera, en el 2001. Susy/Daniel es mi mapa, hasta en ese sentido es tan poético, es mi ma-pá. Es mi compañerx, amigx, confidente, va más allá del mero rol paternal, me mostró todas las posibilidades de cómo ser y más, hasta las que todavía no se catalogaron. Cada día soy más consciente de las muchas fallas que hay en este mundo binario y heterosexual, pero nunca olvido lo que sí se está construyendo, gracias a seres hermosxs como Susy o Marlene, que tengo el gran honor de contar en nuestra monstruosa familia.
*
Como dice Anahí, en este tránsito de creación de Susy hay una estación obligada: Giribone. En ese espacio –que toma su nombre de la calle en donde está ubicado, en el barrio de Chacarita, otra vez Buenos Aires– hubo espectáculos, hubo convivencia, hubo creaciones. Susy y Daniel lo habitaron durante siete años, paridos por el espíritu asambleario que generó la gran crisis política, económicosocial y de representatividad del año 2001 en Argentina, donde asumieron cinco presidentes en una semana y surgieron, o se visibilizaron, formas de organización autogestionada.
Entonces, Susy saltó de los escenarios a la calle. La crisis de representatividad se hizo cuerpo y espejo. Fue el final, también, de su militancia de izquierda en estructuras partidarias, verticales, en las que había participado en los ochenta.
–En el socialismo encontré muchas de esas reivindicaciones que me siguen inquietando todavía, pero después de pasar por algunas estructuras entendí que también necesitan reverse, porque hay mucho machismo. Lo patriarcal y lo binario no todxs lo ponen en duda: no creo que sea un problema únicamente del capitalismo, como me lo explicaban. Entonces está muy bien ser revolucionarixs pero lo de puto no está tan bien, y menos si encima te me hacés la trans… Es mucho el trabajo que, entendí, primero tenemos que hacer entre lxs pares para enfrentar al sistema, rever eso que reproducimos en nuestros vínculos.

En medio de la legislatura que nace en tu cerebro,
esa que llena de leyes chatas la bata de tu deseo,
que dice que ahora no,
que dice que el sueño agota,
que dice qué limpito el piso,
que dice que mejor semáforo que paloma.

¡Quemo el recinto de tus leyes!
piquetera trans de la aurora.
(“Poemario Trans Pirado")
*
Tuvo una hija. Escribió un libro. Escribió dos: “Relatos en Canecalón” y “Poemario Trans Pirado”. En ambos, poemas arremolinando las hojas. Los ojos leen: versos, dolores, sexo, amor, lágrimas, resistencias, luchas, rimas, coplas.

Boca abajo soy leona,
Viento arriba soy paloma,
Puerta arriba rebalso.
(Fragmento de Mi espalda, “Poemario Trans Pirado”)

La imagen de adolescentes echadxs de sus casas por expresar su identidad travesti es recurrente en el universo trans. La inmensa mayoría es, antes que nada, hijx del dolor. Ser padre, a veces, es creerse dueño del destino de lxs hijxs. Lxs padres de Daniel, lxs de Susy, lx dejaron crecer. Su dolor, dice, no es personal: es y será social. Por eso no reniega de su propia masculinidad.

“Soy Susy y todos los Danieles que tuve, que tengo y que tendré, y cada vez que soy más Susy, me voy más sucia y masculina con mi hembra creada por el lado del camino, ese que me sigo abriendo e inventando…
Susy Shock
Daniel Bazán Lazarte
Daniel Shock Lazarte
Susy Lazarte Shock”
(Prólogo del “Poemario Trans Pirado”)

En su casa no hubo andáte: –Amé ser ese niño que además fue amado y respetado por mis viejxs. Supieron ejercer ese rol materno paternal que suelo poner muy en duda en esta sociedad machista y patriarcal, ya que a nadie lo obligan a venir a este mundo, y menos a que si no sos lo que esperan te paguen con expulsarte a la calle, con la violencia y el desprecio, como sucede la mayoría de las veces. Por eso entiendo a mis compañerxs cuando queman su pasado al quemar sus fotos; no querés acordarte que sufriste y no te quisieron, no querés el recuerdo que te hace mal y desde donde tanto tuviste que remarla para salir y poder construirte en tu mismidad.
Mismidad es una palabra que dan ganas de cortar y pegar. Lo hago, velozmente: mismidad.
Un día después de la última vez que nos vimos, Susy me envía un mail. Antes de pulsar “Enviar”, escribe: “Te doy un dato trans. Mi bisabuelo se llamaba Rosa y mi bisabuela se llamaba Santos, así que ellxs andaban por el mundo de esa manera, Don Rosa y Doña Santos... jejej que además fueron lxs padres de mi abuela Rosa Lazarte, la que me dijo: ‘Buena vida y poca vergüenza’!!!”

ME RECUESTO
En la parte muerta de la vía
a sentir el tun tun de los antiguos carruajes,
esa fechoría del pasado que me arremete
en el incienso de la levedad,
ese ojo calmo, donde navega la profecía
(Me recuesto, “Poemario Trans Pirado”)
*
Antes de aquel último encuentro, nos volvimos a ver. Buenos Aires es un bar siempre abierto. En los parlantes hay tango electrónico y más acá, dos vasos, una cerveza: nosotros.
Hace cuarenta y ocho horas llegó de Brasil, en donde hizo dos funciones dentro del Queering Paradigms IV que se realizó en la Universidad Federal de Río de Janeiro: –Dos funciones hermosas y bien distintas, una en el auditorio y la otra en la noche de cierre, en la fiesta en un boliche gay del barrio de Lapa, que estaba lleno de gente del Festival y de brasilerxs que suelen ir al lugar y no me conocían. Después me fui a Belo Horizonte a actuar con Guilherme Figueiredo, artista genial con el que ya trabajé en Buenos Aires.
Queering Paradigms es un congreso internacional que va por su cuarta edición. Surgió como una reacción académica, política y científica ante una decisión homofóbica (ya revocada) de la Canterbury Christ Church University en Inglaterra, en 2008. Su objetivo es discutir y problematizar los procesos de normatización y la marginación en las sociedades contemporáneas.
Lejos de las academias, en las calles, Susy Shock se define como súper tetera. –En las teteras, que siempre están desprestigiadas, encontré lazos afectivos impresionantes. Por eso siento que en los márgenes nace la humanidad. Parece que hay algo en la supervivencia, en ese lazo de cuidado, en guarda que viene la cana. Yo me formé ahí. Mi genitalidad está formada en esos espacios, en momentos más complicados que éstos.
No tengo idea, hasta que menciona la palabra, de qué son las teteras. Se lo digo. Me dice: –Las teteras son los baños públicos adonde nos fuimos encontrando y descubriendo en ese ‘toco y me voy’, que para mí es una reapropiación del deseo en lo público y una resistencia, no sólo de cara a quienes te perseguían y persiguen por eso, sino a la moralina que en nuestra propia comunidad tenemos con respecto a lo promiscuo, a lo que está ajeno al amor, parece que siempre es el discurso higiénico con el cual nos queremos hacer respetar y desde donde pretendemos que nos acepten.
En esa academia potenció su arte. –Son espacios de cofradía de las catacumbas para encontrarnos, y nos cuidamos. Lo he visto más profundamente ahí que en asambleas o en partidos políticos y me parece una posibilidad cotidiana de otra construcción. Hay que andar así por el mundo. No puede ser que solamente sea una linda poesía, una linda canción, una bella consigna partidaria y después, en la práctica, no nos pase por el cuerpo. Me hace mucho ruido eso. No lo quiero. Quiero el gesto más compacto entre el decir y el hacer.
*
En su casa suenan Mercedes Sosa y Liliana Herrero. Mucho brasilero, mucho rock. “Mucha música rara”. Así dice. Elige a autores y cantantes “periféricos”. Así dice. Valeria Cini, Pat Morita, Soema Montenegro, Sofía Viola, Andrea Bazán, Mariano Barrionuevo, Caro Bonillo, Camila López. Y arriba del podio pone a Juan Gelman. “Con Gelman tendría sexo”. Así dice.
Su pareja no es pareja: es una tríada. La Wikipedia dice que tríada “es un conjunto de tres elementos especialmente vinculados entre sí”. La Shock dice: –No hablamos de unx compartido por dos, no somos swingers, somos tres en un abrazo de tres.
Siempre pensé que ese tipo de vínculo era exclusivo de los canales de cable con documentales gomosos, pero enfrente no hay un televisor. Le pregunto, entonces, cómo se estructuran en la vida cotidiana y siento vergüenza por mi estructurada pregunta. Susy me pone en Shock. Me responde con ironía: –Comemos, vamos al baño, pagamos expensas, etcétera.
Me río por reflejo y mis ojos vuelven a inquirirla. –No sé qué somos, pero sí lo que vamos dejando de ser –dice, con retórica. También dice: –Al no ser sólo dos somos más comunitarixs. En lo íntimo también es circular la cosa, no hay proveedor y proveído, todo abunda y todo rota, eso nos saca de la lógica de que hay uno que manda, que penetra, que es el jefe. Tiene que existir el diálogo y los nuevos acuerdos; mal no nos va: hace ocho años que estamos juntxs. Ellxs (Edu y Mauri) tienen otro perfil, de menos exposición. La que lo hace (porque es mi oficio) soy yo. No les interesa esto de salir en notas. No es un fenómeno, es una búsqueda muy hermosa, muy gozosa. A partir de la necesidad de estar juntxs tuvimos y tenemos que reaprender los modos, ya que en ningún lugar se indica cómo es esto de armar una historia entre tres.
Esa es la noche en la que la veo mezclarse en la sombra, tras el farol, en la calle. El adentro se transporta afuera y son, entonces, la misma cosa: el mundo interior de Susy Shock.

Yo, trans… pirada,
Mojada, nauseabunda, germen de la aurora encantada,
la que no pide más permiso
y está rabiosa de luces mayas,
luces épicas,
luces parias,
Menstruales, Marlenes, Sacayanes, bizarras.
Sin Biblias,
sin tablas,
sin geografías,
sin nada.
Sólo mi derecho vital a ser un monstruo
o como me llame
o como me salga,
como me pueda el deseo y las fuckin ganas.

Mi derecho a explorarme,
a reinventarme.
A hacer de mi mutar mi noble ejercicio.
Veranearme, otoñarme, invernarme:
las hormonas,
las ideas,
las cachas,
y toda el alma.

Amén.
(Fragmento de “Reivindico mi derecho a ser un monstruo”)

(Inédita. Enviada al "III Premio Nuevas Plumas. Crónicas inéditas en español")