miércoles, 5 de enero de 2011

Tango sin olor a naftalina

Orquesta Típica Fernández Fierro

La condición para leer esta nota es sacudirte los prejuicios que señalan al tango en color sepia, como propiedad exclusiva de la gente mayor. La Orquesta Típica Fernández Fierro lo único que tiene de típico es la formación tradicional.

Por Luis Zarranz
Cuando el bandoneón se desperezó por primera vez, ancho y torrente como un tren desbocado, quise volver a lo que minutos antes uno de sus instrumentistas me había dicho sobre porqué ver, en vivo, a la Orquesta Típica Fernández Fierro: “Quizá esté bueno ver a esos dementes en su forma de expresar la música”.
Uno de ellos se llama Flavio Reggiani, aunque se hace llamar “El Ministro”, cosa que me suena demasiado institucional para un joven con dreadlocks y borcegos. Me lo presentan como “la pata política de la orquesta”, cuestión que justifica el apodo. A él corresponden los derechos de la frase sobre los dementes, tanto como la responsabilidad de que el bandoneón se estire como una oruga en celo que pretende llamar la atención.
La Fierro, como la llaman sus fans, es una orquesta típica de tango –cuatro bandoneones, tres violines, viola, violonchelo, contrabajo, piano y un cantor– integrada por jóvenes que le proporcionan una estética alejada del lugar común de la escena 2x4 tradicional: no se visten con uniformes ni trajes clásicos sino con jeans y remeras, arriba del escenario son histriónicos, (a veces, abajo también), no pretenden explotar el circuito for export sino que formaron uno alternativo con la creación del Club Atlético Fernández Fierro (CAFF). El condimento que potencia estas cualidades no es menor: funcionan de manera autogestionada, a través de una cooperativa.
Con estos ingredientes renovaron la propuesta musical de la Ciudad de Buenos Aires, generaron un público fiel –jóvenes en su inmensa mayoría– que los siguen como si fueran una banda de rock (acaso lo sean, aunque hagan tango) y realizaron numerosas giras (la última, unas semanas atrás, en Brasil). Son doce sobre el escenario pero quince personas, en total, integran la cooperativa.
Uno de ellos, el primer bandoneonísta, está sentado, en el CAFF, en una especie de altillo donde la orquesta se reúne antes del show. Es miércoles. Es día de presentación. Hay una luz tenue que cae sobre su cabellera. Y hay unas palabras que salen prontas de su boca: “Ahora, quizá, una forma de rebelarse contra el rock es hacer tango. Hablo de la rebeldía como una actitud creativa, no de romper cosas. Vos estás haciendo un arte para decir algo, puede ser desde la satisfacción, desde un montón de lugares y la rebeldía es una, el rock empezó ahí y comenzó a alejarse y se hizo muy comercial. Y nosotros, tal vez por estar afuera de eso, retomamos una cuestión de la idea básica del rock: hacer desde la disconformidad, desde la rebeldía. Quizá por eso, nos dicen ‘la orquesta más rockera’”.
La frase se deshace hasta fundirse con el claro que refleja la luz amarilla que pende, amenazantemente, sobre su cabeza. Y vuelve a aparecerse ahora que la orquesta arranca los primeros aplausos de un antiguo taller mecánico que esta banda transformó en un club apto tanto para sus presentaciones como para la de otros artistas (Palo Pandolfo y Yusa, por sólo nombrar a dos que han sido parte de las páginas de Sueños Compartidos). En ese aspecto, el CAFF es también una fábrica recuperada y aquí eso es, literalmente, buena música para los oídos.
Hay juego de luces y muchas sombras. Hay cuatro bandoneones que escupen ritmo, tres violines que arrojan nostalgia. Y hay un sonido orquestal que te obliga a mover los pies contra la silla, dando pequeños golpecitos para intentar seguir una cadencia desordenadamente ordenada. ¿Seguís el ritmo? Miro la escena con ojos de cóndor y veo: parejas que se funden uno sobre el otro, bandas de amigos que intentan acortar la semana, turistas europeos marca hostel, curiosos con ojos de primera vez y un par de fanáticos de asistencia perfecta. Y veo algo que no siempre aprecio en otros shows: un clima, un algo compartido, y que para mi birome que toma nota es más estrecho en los temas instrumentales y más distante en aquellos momentos en que el cantor se planta en el escenario.

LA PUERTA DE ENTRADA
El Ministro me relata la frase que alguna vez le dijo Rodolfo Mederos, su maestro desde el instante en que llegó de la Patagonia: “El bandoneón es tu pasaporte”. Por dos segundos se queda en silencio, quieto y con las palmas extendidas, hasta que vuelve a su pose natural, en la que su cuerpo parece un péndulo oscilante que expresa el retraimiento de sus palabras. Dice: “Me pegó la frase porque, pendejo y todo, aprendí a tocar un poco y empecé con la orquesta”.
Luego me ofrece una definición interesante para pensar la autogestión: “Es una frontera desde donde pararse”. Más pistas para comprender: “Tenemos una actitud política que nos hace funcionar como grupo y que funcione este lugar”

-¿Cómo se organizan?
-El ejemplo es haber hecho este club. Tocamos cuatro años en la calle, en San Telmo, vendimos discos, y la decisión política fue: en vez de repartirlo para cada uno y que cada uno se compre un sillón, no lo repartimos: así pudimos garpar este lugar.

-¿Qué les permitió ser autogestivos?
-Primero, haber conseguido el CAFF, poder tocar para entre 700 y 1000 personas por mes, durante más de cuatro años. Nos permitió no ceder en muchas cosas. Pudimos evitar tocar en lugares a los que nosotros no iríamos a vernos. No nos agarra indefensos como cuando estábamos literalmente en la calle y venía un policía y nos sacaba. La autogestión te da libertad, o independencia.

LA PUERTA DE SALIDA
La Orquesta prepara la retirada mientras acepta unos bises (la presentación no dura más de una hora). Por suerte, la industria for export no coloca las presentaciones de la Fierro en su agenda de eventos ni en sus mapas de all inclusive. Nadie lo lamenta: lo que queda, entonces, es un show que no apela estrictamente a la lógica comercial globalizada. Lo que hay es barrio y esquina. ¿Y qué otra cosa es el tango?

(Publicada en la revista "Sueños Compartidos", enero 2011) 

Andá a cantarle a Gardel
Una frase sola basta para reflejar la mirada del jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, sobre la música ciudadana: “El tango es la soja de Buenos Aires”,
Ésa fue la expresión con la que pretendió resaltar estrictamente su función mercantil de lo que su gobierno denomina “la marca tango” y que orquestas como la Fierro repudian.
Para Macri, el valor del tango es la cantidad de divisas que genera, acorde con el tipo de pensamiento que representa que sólo se interesa por la cultura cuando ésta es redituable.
Si el tango que Macri resalta es como la soja, la Fernández Fierro es como el amaranto, la planta que resiste los plaguicidas y la soja transgénica, y de la que poco se sabe.

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