Este viernes 4
de abril se cumple un año del asesinato del docente Carlos Fuentealba, en
Neuquén. El ex gobernador Jorge Sobisch, autor intelectual del crimen, goza de
absoluta impunidad. Sólo hay un imputado, el autor material, el policía Poblete
que irá a juicio oral el 4 de junio. Mientras tanto, buena parte de la sociedad
que se estremeció con el crimen de Fuentealba es ahora totalmente indiferente a
la impunidad reinante.
Por Luis Zarranz
Hace un año las
armas y los disparos apuntaron contra la Educación pública. Contra los docentes. Contra
los encargados de enseñar. Y la mataron. Lo mataron. Carlos Fuentealba fue
asesinado por las balas policiales. Por los cobardes de siempre.
Desde entonces, poco
ha cambiado. La impunidad goza de absoluta impunidad. Entonces las palabras
pierden sentido, se desencuentran con los hechos para ser atrapadas por una
gigantesca tela de araña que las envuelve y las asfixia.
No hay mucho por
decir. Verdad de Perogrullo: las balas
matan. Pero resulta que también mata la indiferencia social, la impunidad, el
olvido, el “no pasa nada”, el “todo pasa”, el encubrimiento.
“Somos los
maestros de sus hijos”, gritó aquel día, desesperada, una docente frente a esos
señores vestidos de muerte. Una vez más, no escucharon.
La policía
neuquina reprimió brutalmente con palos, gases lacrimógenos y balas de goma a
un grupo de 300 docentes que cortaban la ruta nacional 22, en la localidad de
Arroyito, Neuquén.
La respuesta del
entonces gobernador Jorge Sobisch a la protesta de los maestros, quienes
reclamaban desde hacía más de un mes un aumento salarial, fueron las balas y el
asesinato de Carlos Alberto Fuentealba. (Además otros veinte manifestantes
padecieron diferentes heridas).
Una vez más,
como Teresa Rodríguez diez años atrás, en la misma ruta.
Una vez más, la Policía asesinando a un
inocente.
Sobisch sostuvo
luego que él impartió la orden para que liberasen la ruta porque afectaba a
muchos turistas que se dirigían a los centros vacacionales aquella Semana
Santa.

El asesino,
luego, huyó. Impune y cobardemente.
Carlos
Fuentealba era maestro de escuela en Cuenca XV. Docente de Química en uno de
los barrios más pobres de la ciudad de Neuquén, tenía dos hijos, de diez y
catorce años, y una compañera que fue -es- todo ovario. Fuentealba era delegado
gremial y venía luchando, junto a sus compañeros, por un justo aumento salarial
en una provincia rica que distribuye poco todo lo que recauda.
Para el
Gobernador era más importante que aquella Semana Santa la ruta que cortaban los
maestros estuviera despejada para no molestar a los turistas que aportar
soluciones a los docentes. Esa fue su idea “maestra”: no, no aumentó los
sueldos: mandó a reprimir. A mansalva. Cueste lo que cueste.
Y costó la vida
de Fuentealba, y lo mataron a él y a buena parte de la Educación. El
mensaje fue claro. Ya sabemos para qué lado apuntan sus armas.
A un año sigue
la impunidad. La asquerosa, vomitiva y asqueante impunidad.
El autor
intelectual del asesinato, Sobisch, luego fue candidato a Presidente y 284.161
personas consideraron que él era la mejor opción. Quedó 6º, en el peor de sus
escenarios posibles.
El autor
material y único imputado en la causa judicial, el oficial Darío Poblete, irá a
juicio el 4 de junio en la
Cámara en lo Criminal Primera de Neuquén. Para la Justicia el único
responsable del asesinato de Fuentealba es Poblete. Nada de nada sobre los que
dieron las órdenes, sobre los demás que dispararon. Nada.

A un año sigue
siendo poco lo que podamos decir. Pero es mucho lo que tenemos por hacer. No
hay tiempo que perder, sobre todo después de haber aprendido la lección: o
somos dignos defensores de la memoria y la lucha de Fuentealba o nos
mereceremos un aplazo.
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