Jorge Julio
López ya lleva un año desaparecido de su casa. Pero resulta que también está
desaparecido de los medios, de los discursos oficiales y de la sociedad. Pocos
ya se acuerdan de él. ¿Qué se puede hacer desde nuestro lugar? Seguramente
mucho más que la nada misma que recorre a cientos de personas. Que nadie venga
a decir que no hay nada por hacer, que no se puede hacer nada. Se puede hacer
mucho, el tema es que la mayoría de esta sociedad no tiene ganas y, encima, no
se hace cargo.
Por Luis Zarranz
Una de las primeras consignas al
momento de producirse la desaparición de Jorge Julio López fue “Todos somos
Julio López”. El sentido del mensaje era claro. La desaparición de Julio era
una intimidación para toda sociedad y sentirnos como él era decir que no iban a
lograr desaparecerlo por completo.
A un año y medio de ese tiempo,
Julio sigue desaparecido y también muchos lo desaparecieron de sí mismos.
Lo de la Justicia no sorprende: es
la regla. En la causa no hay ni un solo imputado ni líneas firmes de
investigación. Este dato, por si sólo, explica la complicidad estatal en la
desaparición de Julio.
López está desaparecido de su casa,
pero también de los medios, de los discursos oficiales, del Congreso y, esto es
lo que más duele, de la sociedad, Su desaparición es la prueba irrefutable –por
si le hacía falta a un estúpido– de la continuidad de la política genocida
implementada en la última dictadura militar.
Son cómplices
jueces, fiscales, funcionarios. Todos callan. Todos miran para otro lado. ¿Qué
ven? ¿Qué pretenden mirar?
La ausencia de López
se hace insoportable pero vaya a saber cuáles mecanismos, o quizá por ese
silencio que pretende hacernos creer que no existe lo que no se nombra, sigue
siendo sostenible. Sigue siendo, existiendo, y con eso alcanza para ser
espeluznante.
La vida misma,
la cotidianidad de todos los días, lo rutinario, todo eso que tiene la
normalidad más normal de cualquier día, sigue como si nada.
Nadie lo
recuerda cuando hace sus compras, cuando entra al cine, cuando grita un gol
como desaforado, cuando va a la plaza con el nieto, al laburo, a la escuela... nadie.
Todo sigue. Todo
pasa. Todo bien.
Una pregunta se
me instala en el cuerpo y me persigue como buscando una respuesta urgente: ¿Qué
se puede hacer desde nuestro (cómodo) lugar?
Poco, quizá,
pero seguramente mucho más que la nada misma que recorre a cientos de personas
con los que uno dialoga cotidianamente. “¿Ya pasó un año y medio?”, dice la voz
que perturba los oídos.
López sigue
desaparecido, en parte, porque nosotros estamos más preocupados por si se pasa
el feriado, si vuelve Tinelli o si mañana hacemos fútbol con los pibes. Su
desaparición es cosa nuestra, y como cosa nuestra debe interpelarnos a la
acción, a exigir respuestas.
Hay ciertos
hechos que nos definen como sociedad. La desaparición de López es uno de ellos.
Las pruebas están a la vista. Nadie, más allá de los sectores movilizados, se
inquieta por una desaparición que se prolonga un año y medio sin mayores
novedades.
Que nadie venga
a decir que no hay nada por hacer. Que no se puede hacer nada.
Mentira.
Se puede hacer
mucho, el tema es que la mayoría de esta sociedad no tiene ganas, no le
interesa, no le preocupa y no le inquieta que alguien haya desaparecido luego
de testimoniar contra un genocida. Disculpen si les caigo mal, pero también son
cómplices. No caben las metáforas, los recursos estilísticos, las expresiones
refinadas: se están cagando en un tipo que fue chupado, como se cagan en
Fuentealba, en los cartoneros y en los pibes que son molidos a palos en las
comisarías.
“La única lucha
que se pierde es la que se abandona”, dice el póster pegado en la pared justo
arriba del monitor de esta computadora.
(Publicada en el sitio "Jaque al Rey", 4 de abril de 2008)
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