La
música flota en el aire. Físicamente está ahí, como usted, pero ambos están perdidos,
en otra parte. Detrás suyo hay al menos diez personas al alcance de su mano: todos
ellos le dan la espalda, imanados en vaya a saber qué cosa que los contiene,
aglutina –a ellos– y los aleja kilométricamente de usted y de su melodía. Sólo
un hombre, de anteojos y estampa triangular, parece –tan sólo eso– reparar en su
presencia. Tiene un lápiz y un anotador abierto, el gesto contrariado y la
mirada un tanto oblicua hacia su derecha: si lo observa es sin intención.
Su
mirada trasluce derrota. Hace doce años, usted perdió la visión y el trabajo.
Desde entonces se gana –cuando gana– la vida con su acordeón en la Rue Mouffetard del Paris
de posguerra. Su vida también está en posguerra. ¿Qué dolor sangra más: no ver
o no ser visto?
En
sus rodillas, en la fuerza para sostener el recipiente de la limosna, sobresale
una breve tensión que su rostro abandonó en la derrota contra la abulia.
Otro
hombre desobediente a la disposición de las cosas repara en la escena y dispara
su gatillo: congela el tiempo. Robert Doisneau se nutre de las calles parisinas
para escapar del mundo artificial de la revista “Vogue”, donde –como usted– trabaja
a desgano. Es su manera de caminar a contramano.
(Ejercicio del "Máster de Crónica Periodística" de la Revista Orsai, a cargo de Josefina Licitra. Consigna: Elegir una foto y describirla)
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