Graciela
González de Jeger fue integrante de la filial Tucumán de la Asociación Madres
de Plaza de Mayo. Desde su provincia natal, además de luchar incansablemente,
elaboró cientos de textos que fueron publicados en el Periódico de las Madres.
El libro “A boca de jarro”, de reciente edición, recopila su artículos, cuentos
y ensayos escritos entre 1988 y el 2000, donde se trasluce su lucidez e
inteligencia.
Por Luis Zarranz
Cuentan quienes conocieron a Graciela González de Jeger, Madre
de Plaza de Mayo, que no sólo se destacaba por su calidez humana y su
compromiso para “vivir combatiendo la injusticia” sino también por su amplia
formación cultural, impronta visible en cada uno de sus artículos en el
Periódico de las Madres, publicados entre 1988 y el 2000, año en que falleció.
“A boca de jarro”, el flamante libro de Ediciones
Madres de Plaza de Mayo que recopila sus escritos, ensayos y cuentos, rescata
esa esencia.
Graciela nació en Tucumán, en diciembre de 1936. Fue
docente rural en Puma Pozo y en Tafí Viejo mientras cursaba la carrera de
abogacía en la Universidad Nacional
de Tucumán. En septiembre de 1960, se casó con el periodista Maurice Jeger, uno
de los 30.000 desaparecidos, con quien tuvo tres hijos. Comenzó su militancia
muy joven en los centros estudiantiles de la Universidad tucumana y
durante el Tucumanazo estuvo detenida en “El Buen Pastor”. Después del golpe
militar fue secuestrada y luego liberada de la Jefatura de la Policía de Tucumán.
Desaparecido Maurice, su militancia cobró más fuerza y su máxima entrega la
hizo junto a la Asociación.
Por más de veinte años se dedicó a resistir la injusticia
desde las charlas, los debates, los encuentros de Madres, el periódico, pero
por sobre todo, desde la Plaza ,
el espacio que ellas forjaron como propio.
“Leandro tiene 23 años. Su hermano Damián, apenas quince.
Pertenecen a una familia humilde: el padre hace ‘changas’, la madre realiza
limpieza por horas. Los muchachos, empleados en una tienda, son los únicos con
ingresos fijos. No cursaron la secundaria, y la módica aspiración de aprender
Mecánica Dental se hizo trizas frente al elevado costo de los materiales de
trabajo”. Así comienza su crónica “Los chicos del Gran Hotel”, publicada en
mayo de 1990, y rescatada en el libro. En ese texto aparecen la descripción
precisa y el análisis reflexivo que permiten visibilizar una realidad distante
a miles de kilómetros.
Como expresa su biografía redactada Sara Mrad, Madre de
Plaza de Mayo filial Tucumán, “sus palabras estaban impregnadas de sensaciones,
embebidas en el análisis de la realidad y modeladas en contenido revolucionario
que utilizaba en sus discursos, expresados con la emotividad que la
caracterizaba y que lograba transmitir sin demasiado esfuerzo a todos los que
la escuchaban”.
En marzo de 1999 elaboró un adjetivo calificativo para
definir una de las tantas esencias de sus compañeras de lucha: “Las Madres a
nuestro modo, somos… ‘nombradoras’. Hemos salido al descampado de las plazas a
gritar nombres en la noche más lóbrega de nuestra historia. Los hemos
encolumnado en nuestras publicaciones, escrito en los billetes, bordado en
nuestros pañuelos. Hemos dado a conocer sus historias en los dos tomos de ‘Nuestros
Hijos’. Después vino el socializarlos y reunirlos en ese ‘30.000’ que es hoy es
la cifra de espanto, pero también de amor”.
En la contratapa Hebe de Bonafini expresa: “Graciela era
capaz de recordar todo; sus escritos son memorables (…). Las Madres estamos
contentas de poder publicar este libro, que representa la memoria, la lucha, la
resistencia. En él está la pluma brillante de Graciela, una mujer del pueblo
que amó su Tucumán con todas sus fuerzas. Gracias, querida compañera, gracias
por todo lo que nos enseñaste”.
(Publicada en la revista "Sueños Compartidos", agosto 2010)
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