Las rejas parecen ser un
elemento sagrado de los tiempos actuales. Cada vez que crece la sensación de
inseguridad, crece su demanda. Plazas, monumentos, ventanas, balcones, casas y
hasta bóvedas soportan rejas de todo tamaño y estilo. ¿A quiénes separan de
qué? Aunque los espacios públicos ya no son los mismos, las rejas, sobran
ejemplos, no son efectivas para encerrar la realidad, ni mucho menos.
Por Luis Zarranz
“Del otro lado de la reja está la realidad, de
este lado de la reja también está
la realidad: la única irreal
es la reja… ”
Extracto del poema “La verdad es la única realidad”,
escrito en la
Cárcel de Devoto. Paco Urondo (1973)
La frase de
“Paco” Urondo impacta, y golpea. Queda en el aire, en la mente, en el corazón,
en las entrañas. Ese poema, escrito desde la cárcel de Villa Devoto donde
estaba encarcelado como “preso político”, define con magnifica exactitud una
cuestión que suele rebuscárselas para complicarnos la vida: la realidad y su
capacidad de multiplicarse.
Sin embargo,
se detiene en un elemento, la reja, que resulta imposible, inevitable obviar.
“La única irreal es la reja”, sostiene el poeta y militante para precisar que
la realidad se halla a ambos lados. Y esa característica, precisamente,
le otorga la categoría de irreal. Sin ella, sería lo mismo, porque con
ella lo es.
El poema de
Urondo, no obstante, le imprime una cualidad inevitable a este elemento cada vez más visible –por desgracia– en cada
rincón de cualquier ciudad: la capacidad para dividir, separar espacios,
nociones.
Por eso, a
partir de las rejas, como aparato y como sustantivo, podemos pensar en varias
situaciones que hacen a nuestra vida cotidiana. La Real Academia
Española, que de real también tiene poco, define a las rejas como un “conjunto de barrotes metálicos o de madera,
de varias formas y figuras, y convenientemente enlazados, que se ponen en las
ventanas y otras aberturas de los muros para seguridad o adorno, y también en
el interior de los templos y otras construcciones para formar el recinto
aislado del resto del edificio”.
De todos los
tamaños, colores y formas, las rejas funcionan como la medicina de
acción más rápida para combatir el vandalismo y la inseguridad. La fiebre
por instalarlas es ya a esta altura una enfermedad donde los únicos
beneficiados son las empresas de seguridad y, con suerte, algunos herreros,
trabajadores artesanales que se benefician por su demanda.
Escenas
típicas. Chicos jugando detrás de las rejas de una plaza. Monumentos
convertidos en jaulas de zoológico. Escuelas y estaciones de trenes cercadas
con barrotes de acero. Balcones que parecen fortalezas. Estas son algunas de
las postales de la vida cotidiana que se repiten cada vez con más frecuencia.
¿Qué está pasando?
La
estética de calabozo
No hay
manera de que la piel no se erice cuando uno recorre una ciudad y se encuentra
con la imagen repetida de casas con rejas, plazas con rejas, monumentos
enrejados. En la Ciudad
de Buenos Aires, su mayor ícono, el Obelisco, está actualmente enrejado, vaya a
uno a saber para qué. ¿A quién de quién separa? ¿Resulta muy
alocado concluir que si una Ciudad desborda de rejas es porque, efectivamente,
se han perdido grandes espacios de libertad?
Mario tiene
62 años. Los últimos quince años los vivió en la calle porque, cuenta, atravesó
varios conflictos familiares que lo alejaron de su casa. Solía dormir en el
Parque Centenario porque le parecía seguro, tranquilo y “ya estaba
acostumbrado”. El tiempo verbal en pasado se debe a que desde hace algunos meses el
Parque está enrejado, como la mayoría de las plazas porteñas.
Para muchos
vecinos Mario era un problema. No su pobreza, ni mucho menos el hambre
ni el frío que sufría. No. Nada de eso. Lo que los inquietaba era su presencia
allí.
Ahora que el
Parque luce como una cárcel a cielo abierto, Mario no está más. Para
muchos vecinos se terminó el problema, aunque él sigue buscando qué comer y
también dónde dormir. Eso sí, el parque es un lujo: un lujo de 8 a 20, cuando abre las
puertas.
Si por
definición, las plazas son un “espacio público” ¿cómo se puede concebir que
estén enrejadas? Aquellos noctámbulos que en las noches de verano van en busca
de aire fresco, ¿tendrán la llave para poder entrar a un lugar que debería ser
libre? Está muy bien que se las quiera proteger, pero hacer de las plazas un
lugar enrejado da cuenta hasta qué punto el discurso del Poder ha calado en el
ciudadano medio.
En los
últimos años los balcones, las plazas, las escuelas, los árboles, los
monumento: todo está enrejado. En esos casos la reja es real, lo que es
ficticio es la distancia que genera, el nuevo vínculo que se construye, por
ejemplo, con un espacio público cerrado con candado.
En la Ciudad de Buenos Aires, la
comuna puso 8.000
metros de rejas en los últimos años. Hasta los
arquitectos y urbanistas más tradicionales coinciden en que la estética porteña
cambió.
No hace
mucho tiempo atrás era común ver a los chicos jugar con barquitos de papel en
alguna fuente pública o a una pareja de enamorados jurarse amor eterno. Esas
postales típicas ya pertenecen a otro tiempo histórico. Ahora una reja separa a
niños de las fuentes y a enamorados de juramentos románticos. La estética del
calabozo ya es “natural” en los lugares públicos.
Pero la reja no puede encerrar las ganas de jugar del niño, ni el amor de esa
pareja que ve cómo se dificulta su deseo de arrojar una moneda a la fuente que
desborda humedad.
La
voluntad, los sentimientos, se pueden filtrar por entre las rejas...
Adentro
y afuera
Algo está
claro. Las rejas marcan un límite. Para eso existen. Unos afuera. Otros
adentro. Su sola presencia permite establecer parámetros de inclusión,
exclusión, encierro o libertad. Pero asimismo hablan de una fractura social
importante. Cuanto más crece la sensación de inseguridad, más rejas se colocan,
casi como acto reflejo: más cárceles para evitar robos, más plazas y monumentos
enrejados para evitar vandalismo, más vallas en los estadios para evitar
colados, la Plaza
de Mayo dividida en dos para evitar...
Se enchufan
rejas allá y acá, sin detenerse a reflexionar siquiera un segundo sobre lo que
implican, sobre soluciones alternativas y mucho menos sobre las causas que
generan esa inseguridad.
El mensaje está
claro: se encierra lo que se teme. Y se teme lo que se desconoce. Por eso este
modelo encierra las plazas: porque le asusta cada vez más la libertad, el
encuentro.
¿Las rejas mitigan
los delitos? Está claro que no, a la luz de su eficacia. ¿Será que Urondo
estaba en lo cierto y entonces son irreales?
Paco Urondo agregó
en su poema: “La libertad es real aunque no se sabe bien si pertenece al mundo
de los vivos, al mundo de los muertos, al mundo de las fantasías o al mundo de
la vigilia (...)”. “Aunque parezca a veces una mentira, la única mentira no es
siquiera la traición, es simplemente una reja que no pertenece a la realidad”.
La realidad es otra
cosa, que se filtra por las millones de rejas que la intentan cercar.
(Publicada en el portal "Jaque al Rey", en el 2007)
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