martes, 6 de noviembre de 2007

La imposible misión de enrejar la realidad

Las rejas parecen ser un elemento sagrado de los tiempos actuales. Cada vez que crece la sensación de inseguridad, crece su demanda. Plazas, monumentos, ventanas, balcones, casas y hasta bóvedas soportan rejas de todo tamaño y estilo. ¿A quiénes separan de qué? Aunque los espacios públicos ya no son los mismos, las rejas, sobran ejemplos, no son efectivas para encerrar la realidad, ni mucho menos. 

Por Luis Zarranz


“Del otro lado de la reja está la realidad, de 
este lado de la reja también está
la realidad: la única irreal
es la reja… ”
Extracto del poema “La verdad es la única realidad”,
escrito en la Cárcel de Devoto. Paco Urondo (1973)

La frase de “Paco” Urondo impacta, y golpea. Queda en el aire, en la mente, en el corazón, en las entrañas. Ese poema, escrito desde la cárcel de Villa Devoto donde estaba encarcelado como “preso político”, define con magnifica exactitud una cuestión que suele rebuscárselas para complicarnos la vida: la realidad y su capacidad de multiplicarse.
Sin embargo, se detiene en un elemento, la reja, que resulta imposible, inevitable obviar. “La única irreal es la reja”, sostiene el poeta y militante para precisar que la realidad se halla a ambos lados. Y esa característica, precisamente, le otorga la categoría de irreal. Sin ella, sería lo mismo, porque con ella lo es.
El poema de Urondo, no obstante, le imprime una cualidad inevitable a este elemento  cada vez más visible –por desgracia en cada rincón de cualquier ciudad: la capacidad para dividir, separar espacios, nociones.
Por eso, a partir de las rejas, como aparato y como sustantivo, podemos pensar en varias situaciones que hacen a nuestra vida cotidiana. La Real Academia Española, que de real también tiene poco, define a las rejas como un “conjunto de barrotes metálicos o de madera, de varias formas y figuras, y convenientemente enlazados, que se ponen en las ventanas y otras aberturas de los muros para seguridad o adorno, y también en el interior de los templos y otras construcciones para formar el recinto aislado del resto del edificio”.
La Academia no describe que en la actualidad son un elemento sagrado para vastos sectores que colocan una reja en cada rincón para sentirse más "seguros". Así, son cada vez más usadas como seguridad que como adorno. No existe elemento más iconográfico frente a la inseguridad, en estos tiempos, que un par de rejas. Sus ventas aumentan a diario, cada vez que el mejor agente de prensa, los noticieros, dan cuenta de una nueva “ola delictiva”.
De todos los tamaños, colores y formas, las rejas funcionan como la medicina de acción más rápida para combatir el vandalismo y la inseguridad. La fiebre por instalarlas es ya a esta altura una enfermedad donde los únicos beneficiados son las empresas de seguridad y, con suerte, algunos herreros, trabajadores artesanales que se benefician por su demanda.
Escenas típicas. Chicos jugando detrás de las rejas de una plaza. Monumentos convertidos en jaulas de zoológico. Escuelas y estaciones de trenes cercadas con barrotes de acero. Balcones que parecen fortalezas. Estas son algunas de las postales de la vida cotidiana que se repiten cada vez con más frecuencia. ¿Qué está pasando?

La estética de calabozo

No hay manera de que la piel no se erice cuando uno recorre una ciudad y se encuentra con la imagen repetida de casas con rejas, plazas con rejas, monumentos enrejados. En la Ciudad de Buenos Aires, su mayor ícono, el Obelisco, está actualmente enrejado, vaya a uno a saber para qué. ¿A quién de quién separa? ¿Resulta muy alocado concluir que si una Ciudad desborda de rejas es porque, efectivamente, se han perdido grandes espacios de libertad?
Mario tiene 62 años. Los últimos quince años los vivió en la calle porque, cuenta, atravesó varios conflictos familiares que lo alejaron de su casa. Solía dormir en el Parque Centenario porque le parecía seguro, tranquilo y “ya estaba acostumbrado”. El tiempo verbal en pasado se debe a que desde hace algunos meses el Parque está enrejado, como la mayoría de las plazas porteñas.
Para muchos vecinos Mario era un problema. No su pobreza, ni mucho menos el hambre ni el frío que sufría. No. Nada de eso. Lo que los inquietaba era su presencia allí.
Ahora que el Parque luce como una cárcel a cielo abierto, Mario no está más. Para muchos vecinos se terminó el problema, aunque él sigue buscando qué comer y también dónde dormir. Eso sí, el parque es un lujo: un lujo de 8 a 20, cuando abre las puertas.
Si por definición, las plazas son un “espacio público” ¿cómo se puede concebir que estén enrejadas? Aquellos noctámbulos que en las noches de verano van en busca de aire fresco, ¿tendrán la llave para poder entrar a un lugar que debería ser libre? Está muy bien que se las quiera proteger, pero hacer de las plazas un lugar enrejado da cuenta hasta qué punto el discurso del Poder ha calado en el ciudadano medio.
En los últimos años los balcones, las plazas, las escuelas, los árboles, los monumento: todo está enrejado. En esos casos la reja es real, lo que es ficticio es la distancia que genera, el nuevo vínculo que se construye, por ejemplo, con un espacio público cerrado con candado.
En la Ciudad de Buenos Aires, la comuna puso 8.000 metros de rejas en los últimos años. Hasta los arquitectos y urbanistas más tradicionales coinciden en que la estética porteña cambió.
No hace mucho tiempo atrás era común ver a los chicos jugar con barquitos de papel en alguna fuente pública o a una pareja de enamorados jurarse amor eterno. Esas postales típicas ya pertenecen a otro tiempo histórico. Ahora una reja separa a niños de las fuentes y a enamorados de juramentos románticos. La estética del calabozo ya es “natural” en los lugares públicos. Pero la reja no puede encerrar las ganas de jugar del niño, ni el amor de esa pareja que ve cómo se dificulta su deseo de arrojar una moneda a la fuente que desborda humedad.
La voluntad, los sentimientos, se pueden filtrar por entre las rejas...

Adentro y afuera

Algo está claro. Las rejas marcan un límite. Para eso existen. Unos afuera. Otros adentro. Su sola presencia permite establecer parámetros de inclusión, exclusión, encierro o libertad. Pero asimismo hablan de una fractura social importante. Cuanto más crece la sensación de inseguridad, más rejas se colocan, casi como acto reflejo: más cárceles para evitar robos, más plazas y monumentos enrejados para evitar vandalismo, más vallas en los estadios para evitar colados, la Plaza de Mayo dividida en dos para evitar...
Se enchufan rejas allá y acá, sin detenerse a reflexionar siquiera un segundo sobre lo que implican, sobre soluciones alternativas y mucho menos sobre las causas que generan esa inseguridad.
El mensaje está claro: se encierra lo que se teme. Y se teme lo que se desconoce. Por eso este modelo encierra las plazas: porque le asusta cada vez más la libertad, el encuentro.
¿Las rejas mitigan los delitos? Está claro que no, a la luz de su eficacia. ¿Será que Urondo estaba en lo cierto y entonces son irreales?
Paco Urondo agregó en su poema: “La libertad es real aunque no se sabe bien si pertenece al mundo de los vivos, al mundo de los muertos, al mundo de las fantasías o al mundo de la vigilia (...)”. “Aunque parezca a veces una mentira, la única mentira no es siquiera la traición, es simplemente una reja que no pertenece a la realidad”.
La realidad es otra cosa, que se filtra por las millones de rejas que la intentan cercar.

(Publicada en el portal "Jaque al Rey", en el 2007)

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