“ABUSOS SEXUALES
EN LA IGLESIA
CATÓLICA ”
“En los últimos cincuenta años, más de 8.000
seminaristas, hermanos, frailes, sacerdotes, obispos, arzobispos, cardenales y
monjas de la Iglesia
Católica en todo el mundo han sido acusados como abusadores
sexuales; por lo general, de personas del mismo sexo, y abrumadoramente en
perjuicio de menores de edad”.
Ése es uno de los datos más impactantes, y se trata de un
libro que desborda de pruebas contundentes, que figuran en “Abusos sexuales en la Iglesia Católica ”,
la exhaustiva investigación del periodista Jorge Llistosella que, en mayo de
2010, publicó Ediciones B.
Allí el autor desgrana minuciosamente el modelo sistémico
que envuelve a la institución religiosa en torno a la pederastia: los abusos,
los encubrimientos y complicidades, las extorsiones y el modus operandi para
proteger y brindar impunidad a los abusadores, entre otras prácticas nones
sanctas que incluso involucran, y con una contundencia incontrastable, a los
dos últimos papas.
A tal punto llega ese nivel de encubrimiento que el 12 de
abril de 2010 el Vaticano publicó online
una guía de procedimientos para cuando se produjeran abusos sexuales cometidos
contra religiosos. En ella otorga a los obispos el rango de jueces de primera
instancia: “Cuando se produce una denuncia de un menor por un clérigo, la
diócesis local es la primera encargada de investigar el hecho. Si la actuación
tiene peso, el obispo local remite el caso con toda la documentación necesaria
a la congregación vaticana y expresa su opinión sobre los procedimientos a
seguir y las medidas que se adoptarán a corto y largo plazo”, expresa el
decálogo papal.
Traducido: garantizar impunidad, que el tiempo pase, que
los delitos prescriban, que se hable de los abusos como pecados y no como
delitos. Y un procedimiento que expresa lo que la jerarquía viene realizando a
rajatabla desde hace, por lo menos, cincuenta años: la protección de los
involucrados, no la de las víctimas sino la de sus victimarios.
“El Vaticano crea una especie de fuero religioso. Yo me
pregunto si una vedette, un albañil o un periodista pueden tener un fuero
propio”, se interroga el autor delante de mí, mientras conversamos sobre su
libro y compartimos un café. “Qué aptitud tiene un obispo para hacer esta
investigación”, añade. Llistosella detalla el procedimiento: “En caso de que
haya elementos probatorios, tienen que mandar todo al Vaticano. Esto está
escrito, no lo digo yo. Allí, pasa a la Congregación para la Doctrina de la Fe , que estuvo presida durante
24 años por Ratzinger, el actual Papa. Lo que dicte la Congregación es
inapelable. Si considera que el caso es muy terrible le puede solicitar al Papa
que reduzca al “pecador” al estado laical. ¿Qué significa? Mandarlo a un
convento, que no tenga visibilidad”.
La principal virtud de la investigación de este
periodista de frondosa experiencia es que construyó un libro en el que lo más
importante no es su palabra sino los documentos, encíclicas, pronunciamientos,
declaraciones, noticias publicadas, despachos de agencia que aporta en él y que
hacen que sea irrefutable.
La obra también aporta información sobre la pederastia
religiosa en distintos países del mundo, con un extenso listado de los
abusadores y los tremendos delitos en los que están involucrados que, aún descriptos
con decoro, son inenarrables a punto tal de atascar la imaginación. Esa profusa
contundencia, junto con la complicidad institucional de cada caso, es la que
comprueba la gravedad de lo que estamos narrando.
Por supuesto, no es toda la Iglesia Católica
la involucrada en este sinfín de delitos y aberraciones aunque sí una parte
sustancial de su estructura. Sin embargo no hay mucho más que añadir si frente
a los casos denunciados fueron protegidos con mucho mayor celo los abusadores
que los fieles abusados. Es precisamente ahí donde la perversidad se revela en
toda su dimensión.
(Publicada en la revista "MU", diciembre de 2010)
(Publicada en la revista "MU", diciembre de 2010)
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