domingo, 5 de diciembre de 2010

¿Sin cura?


“ABUSOS SEXUALES EN LA IGLESIA CATÓLICA

“En los últimos cincuenta años, más de 8.000 seminaristas, hermanos, frailes, sacerdotes, obispos, arzobispos, cardenales y monjas de la Iglesia Católica en todo el mundo han sido acusados como abusadores sexuales; por lo general, de personas del mismo sexo, y abrumadoramente en perjuicio de menores de edad”.
Ése es uno de los datos más impactantes, y se trata de un libro que desborda de pruebas contundentes, que figuran en “Abusos sexuales en la Iglesia Católica”, la exhaustiva investigación del periodista Jorge Llistosella que, en mayo de 2010, publicó Ediciones B.
Allí el autor desgrana minuciosamente el modelo sistémico que envuelve a la institución religiosa en torno a la pederastia: los abusos, los encubrimientos y complicidades, las extorsiones y el modus operandi para proteger y brindar impunidad a los abusadores, entre otras prácticas nones sanctas que incluso involucran, y con una contundencia incontrastable, a los dos últimos papas.
A tal punto llega ese nivel de encubrimiento que el 12 de abril de 2010 el Vaticano publicó online una guía de procedimientos para cuando se produjeran abusos sexuales cometidos contra religiosos. En ella otorga a los obispos el rango de jueces de primera instancia: “Cuando se produce una denuncia de un menor por un clérigo, la diócesis local es la primera encargada de investigar el hecho. Si la actuación tiene peso, el obispo local remite el caso con toda la documentación necesaria a la congregación vaticana y expresa su opinión sobre los procedimientos a seguir y las medidas que se adoptarán a corto y largo plazo”, expresa el decálogo papal.
Traducido: garantizar impunidad, que el tiempo pase, que los delitos prescriban, que se hable de los abusos como pecados y no como delitos. Y un procedimiento que expresa lo que la jerarquía viene realizando a rajatabla desde hace, por lo menos, cincuenta años: la protección de los involucrados, no la de las víctimas sino la de sus victimarios.
“El Vaticano crea una especie de fuero religioso. Yo me pregunto si una vedette, un albañil o un periodista pueden tener un fuero propio”, se interroga el autor delante de mí, mientras conversamos sobre su libro y compartimos un café. “Qué aptitud tiene un obispo para hacer esta investigación”, añade. Llistosella detalla el procedimiento: “En caso de que haya elementos probatorios, tienen que mandar todo al Vaticano. Esto está escrito, no lo digo yo. Allí, pasa a la Congregación para la Doctrina de la Fe, que estuvo presida durante 24 años por Ratzinger, el actual Papa. Lo que dicte la Congregación es inapelable. Si considera que el caso es muy terrible le puede solicitar al Papa que reduzca al “pecador” al estado laical. ¿Qué significa? Mandarlo a un convento, que no tenga visibilidad”.
La principal virtud de la investigación de este periodista de frondosa experiencia es que construyó un libro en el que lo más importante no es su palabra sino los documentos, encíclicas, pronunciamientos, declaraciones, noticias publicadas, despachos de agencia que aporta en él y que hacen que sea irrefutable.
La obra también aporta información sobre la pederastia religiosa en distintos países del mundo, con un extenso listado de los abusadores y los tremendos delitos en los que están involucrados que, aún descriptos con decoro, son inenarrables a punto tal de atascar la imaginación. Esa profusa contundencia, junto con la complicidad institucional de cada caso, es la que comprueba la gravedad de lo que estamos narrando.
Por supuesto, no es toda la Iglesia Católica la involucrada en este sinfín de delitos y aberraciones aunque sí una parte sustancial de su estructura. Sin embargo no hay mucho más que añadir si frente a los casos denunciados fueron protegidos con mucho mayor celo los abusadores que los fieles abusados. Es precisamente ahí donde la perversidad se revela en toda su dimensión.

(Publicada en la revista "MU", diciembre de 2010)

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