Martín
Becerra y Sebastián Lacunza abordan la relación entre periodistas, dueños de
medios y gobiernos de América Latina, a partir de los cables diplomáticos
revelados por WikiLeaks. En esta entrevista reflexionan sobre esos tópicos y
sobre la concentración mediática.
Por Luis
Zarranz
“Wiki Media Leaks” es un libro que tiene:
mucha información, un excelente análisis de los cables filtrados por WikiLeaks,
(en este caso entre las embajadas de Estados Unidos en Latinoamérica y el
Departamento de Estado), y un completo mapa mediático que expresa la concentración
y la relación de los medios con los gobiernos de la región.
Si no fuera patético sería gracioso leer,
entre otras perlitas, que el progresista
Jorge Lanata acude a la embajada yanqui en Buenos Aires acompañado del abogado
de Ernestina Herrera de Noble, Gabriel Cavallo, su socio en el diario “Crítica”, que fundó y fundió; y cómo los hermanos Saguier, dueños de La Nación, van a
llorar al embajador, suplicándole intervención contra la ley de medios.
El libro revela, además, cómo, en todos los
países de la región, la embajada norteamericana se entromete en los asuntos
internos, incluso a veces con opiniones más moderadas que la de las propias dirigencias
locales. Y sirve para hacer creíble aquel chiste que consiste en preguntarse
por qué no hay golpes de Estado en Estados Unidos y responderse “porque allí no
está la embajada norteamericana”.
Martín Becerra y Sebastián Lacunza, los
autores de Wiki Media Leaks”, conversaron con “Ni un paso atrás” sobre su flamante trabajo.
¿Cómo
surgió la idea de utilizar los cables revelados por WikiLeaks para abordar la
relación entre los medios y los gobiernos latinoamericanos?
Sebastián
Lacunza:
-Surgió porque ambos veníamos siguiendo los cables de WikiLeaks en nuestros
respectivos trabajos. En los cables había muchas revelaciones impactantes.
Comenzamos a ver que muchos medios, especialmente aquéllos que habían accedido
al dossier completo brindado por Julian Assange, eran muy renuentes a publicar
el contenido de los cables referido a ellos mismos. Había allí un material muy
rico en cuanto a lobby, definiciones políticas, alianzas estratégicas, que no
salía a la luz. Al mismo tiempo, nos encontramos con la oportunidad de dar
cuenta de una época resignificativa del papel de los medios y de la trama de la
comunicación, que tiene rupturas y continuidades en América Latina.
- ¿Qué
fue lo que más los sorprendió de la lectura del material?
Martín
Becerra:
-Por un lado, la escasa circulación en los medios de aquellos despachos
revelados por WikiLeaks que revelan el testimonio de empresarios mediáticos,
reconocidos columnistas y editorialistas ante las embajadas. Los medios han
sido muy poco transparentes con sus audiencias respecto de la conducta que
varios de sus más conocidos representantes tuvieron en sus contactos privados
con los diplomáticos estadounidenses. Asimismo, sorprende que líderes políticos
y empresarios utilicen sus encuentros con la Embajada como confesionario,
sincerando disputas con sus pares que rara vez hacen públicas. Además, es de
gran interés aprovechar los cables de WikiLeaks para reflexionar acerca de cómo
circula la formación de opiniones y datos entre la Embajada y las élites
latinoamericanas, en un círculo que es muy endogámico, en el que se consultan
siempre los mismos y reafirman sus propias prenociones.
- En
varios países de la región la tensión entre gobiernos y empresas periodísticas
genera una escena pública de conflictos. Según los cables revelados, ¿de que
manera interviene en ellos la Embajada? ¿Con qué estrategias?
SL: -Depende los
países. A veces, como articulador de uno de los bandos en pugna. Cuando son sus
socios, se utilizan mutuamente. Otras, como un observador, que escucha, recibe
quejas, e interviene puntualmente en lo que conviene a los intereses
norteamericanos. Hay acciones que tienden a erosionar o deslegitimar a
gobiernos, pero también respuestas moderadas frente a demandas de elites
mediáticas que llegan a sorprender a la Embajada por su osadía. En Venezuela
ocurren ambas cosas. Un aspecto sobresaliente en Caracas es la estrategia
trazada junto a ONG para desgastar a Chávez, que está explicitada con toda
claridad, y que es una vía alternativa que la Embajada elige antes que la
acción directa porque había quedado muy expuesta en el golpe de 2002.
- ¿En
qué país aparece más compleja la relación medios-gobierno?
SL: -Creemos que en
Argentina, por varios motivos. No es un país enemigo de EE.UU., del eje
chavista, pero tampoco que dé plena confianza de Washington, como Chile.
Tampoco es una megaeconomía, como Brasil o México, pero es la segunda economía
sudamericana; es decir, no es Perú. Y otro factor que le da singularidad es el
proceso de la ley de medios, que fue seguido muy de cerca por la Embajada y la
obligó a observar matices, a no jugarse rotundamente por ninguna posición,
aunque hubo variaciones entre las gestiones de Earl Anthony Wayne y Vilma
Socorro Martínez, la embajadora actual.
El
libro destaca que la embajada norteamericana en Argentina no operó
políticamente contra la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. ¿Cuáles
consideran que fueron las razones para tal postura?
SL: -Aquí es donde se da
un abordaje más táctico de la Embajada, como un escritorio por el que pasan
desde funcionarios del Gobierno hasta unos veinte nombres clave de la primera
línea del empresariado periodístico y principales editores. Claro está que el
interés de la Embajada era el de las empresas periodísticas o de
entretenimiento norteamericanas, por eso es que a EE.UU. le preocupaba, por
ejemplo, desbloquear el monopolio u oligopolio del cable. Al mismo tiempo, se
percibe en más de un párrafo cierta coincidencia con las críticas al
kirchnerismo que, por ejemplo, hacen los hermanos Saguier, algunos voceros de
Clarín o editores como Morales Solá, Lanata. Cierta coincidencia, no total; de
ahí a que, en efecto, el Departamento de Estado haga el lobby que le reclamaban
hay un trecho.
- En el
libro dan cuenta, con claridad y precisión, del concentrado mapa de medios
latinoamericano. ¿Esta característica favorece la polarización con los
gobiernos reformistas? ¿Por qué?
MB: Los medios
concentrados constituyen uno de los poderes fácticos, en cualquier país del
mundo. Este poder en América Latina se constituyó durante décadas de vínculos
íntimos entre empresas periodísticas y gobiernos de diferente signo político,
en base a un esquema en el que no hubo reglas claras de juego y en el que los
negocios de la comunicación se hicieron a espaldas de la opinión pública. Que
ahora algunos gobiernos presenten la estructura concentrada de los medios como
un problema para la vida política le da a la concentración de la propiedad una
visibilidad que es molesta para quienes basaron su crecimiento, precisamente,
en la falta de reglas claras de juego al respecto. Los medios grandes, los más
concentrados, defienden un status quo
que es reluctante al cambio y a la ampliación del derecho social a la
comunicación.
- Como
hombres de medios, ¿cómo analizan que en muchos países latinoamericanos éstos
sean “la” oposición?
SL: -Creo que estamos ya
en condiciones de evaluar cuál ha sido el resultado del papel de los medios en
calidad de oposición. En algún país, como Perú, el papel de organizaciones
periodísticas muy aguerridas y concentradas ha servido para de alguna manera
fijar límites, ha tenido una función performativa. En Honduras, los medios
coorganizaron un golpe de Estado que fue exitoso para quienes lo perpetraron.
Pero en aquellos países que lograron establecer gobiernos que desafiaron
seguridades históricas que tenían los principales medios, éstos han fracasado
en el impulso de una estrategia política. Ciertas torpezas son denunciadas en
los cables y llegan a desesperar a las embajadas. Los casos son variados. Las
embajadas tienen claro que esa situación, esa polémica constante medios
tradicionales versus gobiernos díscolos era funcional a determinados
liderazgos, y quizás hoy se estén preguntando en cables que no podemos leer
cuál es el mejor camino a seguir para romper una dinámica que hasta ahora
estuvo lejos de generar opciones. Queda la sensación de que, por más que
podamos tener muchas críticas, algunas severas, a las políticas
comunicacionales de, por ejemplo, Chávez y Correa, los respectivos
empresariados periodísticos emprendieron una estrategia fallida de
victimización. Una victimización que ni las embajadas creían, si bien por una
cuestión estratégica trataron de reproducir a través de ciertas ONG, de
informes internacionales y demás. Denunciar a la "dictadura" chavista
luego de haber coorganizado un golpe de Estado en 2002 configura, por sobre
todo, una derrota argumentativa difícil de remontar.
(Publicada en la revista ¡Ni un paso atrás!, mayo 2012)
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