Las
jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 surgieron como respuesta a la mayor
crisis económica y social de la historia, y potenciaron una serie de
experiencias comunitarias y autogestivas, cuyos efectos, a diez años, dependen
del cristal con que se los mire.
Por Luis Zarranz
Sobre la mesa hay un vaso servido hasta la
mitad. Ése es el dato preciso. Indiscutible. Exacto. Pero puede decirse que
está “medio lleno” o “medio vacío”, y cualquiera de las dos opciones son
válidas.
El vaso es un ejemplo. Y sirve no sólo para
determinar las diferentes maneras con que se pueden analizar estos diez años de
distancia, sino también para ponderar el cristal con el que se mira. Cualquier
análisis, entonces, que no ponga los ojos sobre los ojos con los que se está
mirando el asunto queda entre visco y tuerto. Y por lo tanto es incompleto.
Quizá por eso sea una tarea difícil exponer el
proceso que va desde aquellas jornadas históricas donde la crisis de
representatividad tuvo su pico máximo, hasta estos días donde la legitimidad de
los votos obtenidos por Cristina Fernández de Kirchner también marca un record
desde el regreso de los gobiernos constitucionales en 1983.
EL VASO
Posiblemente esta revista y el colectivo que
la nutre estén embebidos de aquel espíritu de diciembre de 2001. En cierta
forma, Al Margen es hija del 2001 y
de lo que esas expresiones populares generaron. La pregunta es: ¿Hubiera
existido un proyecto como éste sin la lógica que se evidenció el 20/12? La respuesta
es incierta porque es contra-fáctica (no podemos saber qué hubiera pasado si
ese algo no pasó) pero sirve para
abordar el asunto y preguntarse dos cuestiones complementarias: ¿Cuál es esa
lógica? y ¿Qué representa?
Esa lógica está caracterizada por lo
asambleario, la recuperación del espacio público, la participación colectiva,
el florecimiento de ámbitos comunitarios, el protagonismo de diversos actores
sociales. Y representa un paradigma en el que el compromiso deja de ser mala palabra.
(Huelga decir que lo que se quiere decir
cuando se dice “diciembre de 2001” excede, largamente, ese mes y refiere al
sinnúmeros de procesos que se venían desarrollando por lo bajo y que ese día quedaron,
emblemáticamente, visibilizados y potenciados).
MEDIO
LLENO
Comparar la foto actual con la de diez años
atrás es un ejercicio interesante porque expone dos países diferentes. En estos
diez años, por caso, Argentina tuvo el mayor ciclo de crecimiento económico de
su historia.
No es ése el punto central del análisis sino
cómo Néstor Kirchner, a partir del 2003, hizo propios los principales reclamos
que se debatían en las asambleas. Si fue oportunista o legítimo depende del cristal
con el que se mire el vaso. Lo cierto es que buena parte de aquellas consignas fueron
retomadas durante su gestión y la de su esposa (siempre con las variantes lógicas
que genera el Estado cuando toma asuntos de la sociedad civil). Veamos, por
ejemplo, las consignas expuestas en la Asamblea Interbarrial de Parque
Centenario (Ciudad Autónoma de Buenos Aires), en enero de 2002, donde
participaron más de 2.500 vecinos de distintas localidades, y comparémoslas (en cursiva y entre paréntesis) con
algunos de los hechos de los gobiernos de los Kirchner:
Acá vamos: “Juicio a la Corte” (remoción de los miembros de la “mayoría automática”), “Seguro para desocupados” (Asignación Universal por Hijo, “Plan Trabajar”), “No pago de la deuda externa” (en el relato kirchnerista el pago al FMI para que no audite las cuentas públicas fue equivalente), “estatización de las empresas de servicios” (Aguas Argentinas, Correo Argentino, Aerolíneas, AFJP), “juicio y castigo a los genocidas” (más de 260 genocidas presos, derogación de las leyes de impunidad) y “escrache a Clarín” (sobran las ejemplos que ponen “nervioso” al Grupo).
Acá vamos: “Juicio a la Corte” (remoción de los miembros de la “mayoría automática”), “Seguro para desocupados” (Asignación Universal por Hijo, “Plan Trabajar”), “No pago de la deuda externa” (en el relato kirchnerista el pago al FMI para que no audite las cuentas públicas fue equivalente), “estatización de las empresas de servicios” (Aguas Argentinas, Correo Argentino, Aerolíneas, AFJP), “juicio y castigo a los genocidas” (más de 260 genocidas presos, derogación de las leyes de impunidad) y “escrache a Clarín” (sobran las ejemplos que ponen “nervioso” al Grupo).
Los enemigos del pueblo tienden siempre a
aislar las luchas, “desconectarlas de la historia”, como decía Rodolfo Walsh. De
esta forma se ven parcializadas, fragmentadas y no como una continuidad. Al
verla como una película y no como una foto, bien puede establecerse una
continuidad entre la mayor participación de los jóvenes en la política actual, a
partir de lo que fue su protagonismo en el 2001. Fueron ellos los que pusieron
el cuerpo a las protestas, los que se gastaron la suela en marchas y
movilizaciones, los que participaron en escraches, clubes de trueque, espacios
recuperados y autogestivos, y los que más afónicos quedaron para gritar “que se
vayan todos”.
Ahora, en un contexto donde la crisis de
representatividad parece lejana, son también el motorcito que, a fuerza de
entusiasmo, aceitan el funcionamiento de casi todas las organizaciones y
estructuras partidarias. También puede establecerse una continuidad evidente del
espíritu asambleario, en la continuidad de las luchas ambientales,
estudiantiles, culturales (teatros comunitarios, colectivos de cines, medios
alternativos), de pueblos originarios, de los trabajadores (sindicatos de base,
fábricas recuperadas, movimientos de desocupados). La inmensa mayoría de todas
estas prácticas son hijas del 2001, por la potencia que le imprimió aquel
momento histórico.
MEDIO
VACÍO
Mientras el gobierno aplicaba algunas de las
medidas mencionadas, también tuvo energía para la fragmentaron de los
movimientos sociales, principalmente por vía de premios y castigos entre los
grupos más o menos afines. En esa fragmentación contribuyó, pornqué negarlo, la
propia lógica sectaria y expulsiva en la que suele incurrir el “campo popular”.
Los medios de comunicación no podían ser
ajenos: redujeron los conflictos sociales a problemas de tránsito y
criminalizaron, como siempre, a los sectores en lucha, en un discurso que la
clase media compró rápidamente, como si fuera una promoción de supermercado.
Esto hizo estallar el espejismo “piquete y cacerola, la lucha es una sola”, lema
que fue perdiendo terreno a medida que los problemas económicos de los sectores
más pudientes se fueron aminorando: a la vez que recuperaban su habitual poder
de compra, recuperaron su histórico nivel de fascismo.
¿Fracasaron las asambleas? ¿Cómo se mide su “éxito”?
Poco a poco fueron reduciéndose, desde el furor con que se desarrollaron
durante los primeros meses del 2002, hasta extinguirse, prácticamente en su
totalidad. ¿Cuál es el legado que generó la posibilidad de debate entre
vecinos? ¿Qué espacios de encuentro y articulación quedan entre los diferentes
sectores de la sociedad? ¿Por qué, dado el exponencial desarrollo que tuvieron
múltiples y diversos espacios colectivos, no se pudo avanzar más allá?
Tal vez, como dice Rubén Dri en su libro “La
revolución de las asambleas”, “el ‘que se vayan todos' encerraba una
no-propuesta”. Las consecuencias, al bajar la marea de la participación social,
dejaron el mismo efecto que se produce cuando el mar se retira y exhibe lo que
supo tapar: entonces se vio sectarismo, falta de unidad en el campo popular,
organizaciones con viejas prácticas expulsivas, etc.
LA SED
El futuro, ese imaginario que en realidad
siempre es presente, espera (siempre lo está haciendo) con un desafío
inquietante: observar qué seremos capaces de construir. En ese aspecto, la rebelión
del 2001 fue como un parto colectivo de esperanzas, energías, potencialidades,
intereses y conflictos, algunos de los cuales aún merecen mayor recorrido, y
cuyo desarrollo corre por nuestra exclusiva responsabilidad.
En definitiva, no se trata de polemizar si el
vaso debe verse medio vacío o medio lleno, sino preguntarse si sacia tu sed.
(Publicada en la revista "Al Margen", Bariloche, Río Negro. Diciembre 2011)
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