Este sábado 30
de enero se cumplen cinco años y un mes de la masacre de Cromañón. Que no haya
ni una sola persona detenida es la muestra más contundente de la impunidad
reinante. Contra ella, los familiares, amigos y sobrevivientes vienen generando
diversos antídotos como lo fue el Tribunal Ético realizado el pasado 28 de
diciembre.
Por Luis Zarranz
“Por Cromañón
nadie tendría que ir preso,
salvo los que
tiraron la bengala”.
Omar Chabán,
Revista Gente (30/08/08)
Hasta donde se sabe, Omar Chabán no tiene dotes de
adivino pero tal como recomendó, no hay nadie preso por la masacre de Cromañón
y los cañones apuntan más a culpabilizar a los que arrojaron bengalas que a los
que posibilitaron que el lugar se convirtiera en una cámara de gas sin salidas
de emergencias, con material inflamable por doquier y con puertas con candados.
Es ese el dato más contundente de la impunidad del caso: no
hay siquiera un solo detenido por una masacre en la que murieron 194 personas. Ese
hecho alcanza, por sí mismo, para ejemplificar el grado de sordidez no sólo ya de
la Justicia
sino de todo un entramado de causalidades que fue, precisamente, el que
posibilitó que aquella noche del 30 de diciembre de 2004 quedara marcada en el
calendario de forma nefasta.
¿No es un hecho sintomático de la impunidad que no haya ningún
detenido por un hecho donde las cadenas de responsabilidades son visibles hasta
para un nene de jardín de infantes?
Los jueces que emitieron su fallo el 19 de agosto pasado
decidieron que quienes fueron encontrados culpables no cumplan su condena de
manera efectiva hasta que el fallo esté firme; es decir, que no tenga
posibilidades de apelación. ¿Cuántas personas en el país son condenadas a 18 y
20 años de prisión –penas que recibieron el manager de la banda, Diego
Algañaraz, el subcomisario Carlos Díaz y el propio Chabán– y tienen la
posibilidad de esperar el cumplimiento efectivo de la condena en sus casas?
Si hay que ponerse contento porque el fallo sintetiza el
espíritu de la corriente “garantista”, que nadie con dos dedos de frente y un
mínimo de sensibilidad social puede desatender, cabe preguntarse si esos jueces
aplicarían el mismo criterio si se tratase de algún hecho delictivo generado por
cualquier hijo de vecino en, digamos, Ingeniero Budge, Turdera o Mataderos.
Lamentablemente la respuesta es obvia. Cuatro de cada
cinco presos alojados en las cárceles de la Provincia de Buenos
Aires no tienen condena firme. Y allí están.
Con ellos no hay garantismo que valga, a punto tal que se
les aplica el criterio inverso: sin haber sido condenados aún –ni siquiera en
primera instancia– se ven privados de su libertad, excediendo incluso el tiempo
límite que marca la ley para tales casos.
La Ética
El lunes 28 de diciembre los familiares, amigos y
sobrevivientes de Cromañón, acompañados por dirigentes políticos y sociales,
intelectuales, abogados y periodistas, realizaron un Tribunal Ético en el
Colegio Público de Abogados que, para la inmensa mayoría de los medios, pasó
tan desapercibido como suelen hacerlo este tipo de actividades cuando son generadas
por organizaciones sociales.
Además de la enorme contundencia ética, política,
documental y testimonial, el juicio fue una bofetada tremenda contra el mote de
“violentos” con que los medios de comunicación calificaron a los padres, para
intentar desprestigiarlos y deslegitimizar el reclamo. El violento movimiento Cromañón, ante la violencia de un fallo que no
resiste el menor análisis serio, eligió constituir un Tribunal Ético, en vez de
apedrear a los jueces o corretear a los implicados. De tanta contundencia
resulta inverosímil.
“La lucha por justicia incluye una sanción social de los
responsables, porque la no sanción aumenta el daño a la sociedad toda, no
solamente a los directamente afectados”, argumenta uno de los fragmentos de la
sentencia del Tribunal, cuya lectura estuvo a cargo de Adriana Calvo, de la Asociación Ex Detenidos
Desaparecidos.
En otro tramo el Jurado –haciendo referencia al alegato
de la Fiscalía
(Martín Caparrós y Laura Ginsberg)– sostuvo: “Es un desafío colectivo salirnos
de esta lógica que plantea que todo debe seguir, en oposición al Nunca Más que
alguna vez gritamos y hoy buscamos recuperar”.
Detrás de tales palabras está la lógica que propina
dimensión al movimiento Cromañón: su irrupción en el espacio público. Es
exactamente por esa razón que adquiere singular relevancia, además de la justicia
del reclamo. Demonizados por los medios masivos de comunicación, estigmatizados
por cierto progresismo que los señaló como “funcionales a la derecha” y
condenados a una indiferencia descalificadora, ellos continuaron adelante
marcando un camino transformador: el dolor convertido en lucha y ésta, en
esperanza.
Como si esto ya no fuera demasiado, no han dejado de
movilizarse mes a mes, produciendo 60 comunicados de una lucidez apabullante;
constituyendo una murga, una muestra de fotos itinerante, un ciclo de charlas y
conferencias, un santuario, cientos de encuentros y un movimiento contra la
impunidad que los aglutinó con otras luchas.
Todo esto, y mucho más, en este tiempo en que Cromañón se
convirtió en un adjetivo para calificar, mejor que ningún otro, las miles de
situaciones latentes donde la vida corre riesgo frente a la más absoluta
complicidad institucional. La
República de Cromañón, ese país visible pero invisibilizado
(y no sólo por el humo) sigue latente y silenciado hasta que una nueva masacre
lo saque a la luz.
Argumentos
Son tantos los argumentos para calificar a Cromañón como
una masacre evitable, que el Tribunal Ético no precisó más elementos que los
estuvieron en juego durante el año que duró el juicio bajo las órdenes del
Tribunal Oral Criminal Nº 24.
Éstos son algunos de ellos:
-El control de acceso al local estuvo a cargo de un grupo
de personas contratadas a tal efecto por los integrantes del grupo Callejeros
-Personal de la Comisaría 7ma permitía el funcionamiento del
local a cambio de sumas de dinero (según está denunciado por los propios
trabajadores de Republica de Cromañon)
-Entre el show de “Ojos Locos” (banda telonera) y el de
Callejeros, Omar Chabán tomó un micrófono y se dirigió al público, profiriendo
insultos diversos. Dijo que había más de 6.000 personas (casi el triple de lo
permitido), que el lugar no tenía ventilación y que si se producía un incendio
–como ya había sucedido en otras oportunidades–, no iban a poder salir y se
iban a morir todos, igual que como había sucedido en Paraguay meses antes.
-La media sombra que recubría el techo del local no
estaba permitida.
-La cantidad de asistentes triplicaba el máximo permitido
en la habilitación.
-El local no estaba preparado ni autorizado para la
realización de recitales.
-El local no contaba con salidas de emergencia acordes
con las exigencias normativas.
-La mayoría de las puertas estaban cerradas con trabas,
incluso la denominada salida de emergencia, que tenía un cartel luminoso que
decía “salida” (hacia donde, lógicamente, se dirigieron todos los que vieron
ese cartel) y que recién pudo ser abierta casi una hora después de comenzado el
incendio.
-Sólo funcionaba uno de los tres extractores de aire
instalados en el local.
-Instantes después de iniciado el incendio se cortó la
luz.
-Los materiales con que estaba revestido el techo del
local provocaron una rapidísima propagación del fuego y generaron el humo letal.
-Los matafuegos no estaban en condiciones y el
certificado de prevención contra incendios (Superintendencia de Bomberos de la Policía Federal )
se encontraba vencida.
-De las seis
puertas vaivén de doble hoja que separan el hall de ingreso en el sector de
boleterías, cuatro se hallaban cerradas con pasadores metálicos y fueron
abiertas minutos después que se iniciara el incendio a golpes y empujones.
-En el techo funcionaba, inexplicablemente, una cancha de
fútbol sin habilitar (que taponaba ventilaciones)
Semejante contundencia nos inhibe de nuevos adjetivos
para calificar lo que ocurrió aquel 30 de diciembre de 2004. “Todos estos
hechos, entre otros, marcan una y otra vez que Cromañón fue una catástrofe
anunciada, en primer lugar anunciada a quienes tenían la expresa función de
cuidar de las vidas de los ciudadanos”, sostiene el fallo del Tribunal Ético
que aplicó un ingrediente que brilla por su ausencia en los Tribunales
ordinarios: el sentido común.
A cinco años y un mes de Cromañón la impunidad sigue
impune muy a pesar de la quijotesca pelea que, día a día y mes a mes, llevan
adelante los familiares, amigos y sobrevivientes de la masacre.
Sigue impune no sólo porque no hay ni un solo detenido,
ni porque el ex jefe de Gobierno Anibal Ibarra fue descartado de los imputados
sin siquiera haber sido citado a declarar, ni porque aún no hayan comenzado los
otros procesos contra, por ejemplo, los dueños del boliche.
No.
Hay algo peor. La impunidad puede medirse en las miles de
situaciones Cromañón que están latentes a la vuelta de la esquina: las causas
que posibilitaron la masacre están tan intactas como entonces.
Todo lo que el movimiento Cromañón produce
incansablemente, como el Tribunal Ético, funciona como un antídoto contra esa
vieja enfermedad de nombre impunidad. Funciona, al menos, para los que no
queremos ni podemos aceptarla con naturalidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario