Omar
Chabán volvió a declarar ayer en el juicio por la masacre de Cromañón. Minutos
antes, el juez Marcelo Alvero les pidió a los familiares de las víctimas que
bajasen las fotos de los chicos. Una solicitud que, lejos de toda formalidad, es
un fiel reflejo de lo que la
Justicia , y gran parte de la sociedad, no quieren ver.
Por Luis Zarranz
“Les pido a los padres, que bajen las fotos (de sus hijos
muertos)”.
La declaración del juez Marcelo Alvero, encargado de
presidir la jornada de ayer en el juicio por la Masacre de Cromañón, es
por demás elocuente. La frase alcanza, digamos que casi por sí sola, para
dimensionar la lógica judicial.

“Orden en la sala”, debe haber gritado el magistrado al
ver que los familiares se retiraban con sus fotos bien en alto, no dispuestos a
permitir una (nueva) bofetada.
En ese marco, con mucho orden, sí, pero con mucha más
impunidad, Omar Chabán volvió a declarar.
Decir que el hombre es un inescrupuloso puede ser
demasiado cierto, pero jamás una novedad. Desde aquel 30 de diciembre mismo
-mientras pasaba por la caja para quedarse con la recaudación, minutos antes de
fugarse, cuando Cromañón era ya una cámara de gas asesina- llamarlo así es, convengamos, tratarlo con respecto.
No es, ni por asomo, el único culpable, de la masacre
pero que comparta culpas no significa que lo sea en menor medida.
En el juicio que lleva adelante el Tribunal Oral Criminal
24, Chaban, sin las fotos de los chicos mirándolo a los ojos, volvió a brindar
testimonio. Allí acusó a un joven que, curiosamente, esta misma semana aseguró
en la revista Gente (dónde sino), haber tirado pirotecnia en medio del recital
de Callejeros.

Ya como si fuera un atentado a la razón, Chabán
contradijo a la mayoría de los testigos, que aseguraron que aquella noche había
asegurado que había 6.000 personas. “Yo dije que había seis mil personas, pero
estaba mintiendo, no decía la verdad, era un discurso de cuidado y lo dije
exagerando para que el público se sintiera bien, porque eran muy cholulos. Mi
sentido era la toma de conciencia", remarcó.
Dentro de un par de años, ¿también dirá que mintió en el
juicio pero que como nadie puede acusarse a sí mismo, era lógico que lo
hiciera? ¿Cuál será su próximo embauco?
Es una pena que no todas las víctimas de Cromañón hayan
podido interpelarlo, desde esas fotos que sostenían sus familiares. Es una
lástima que la Justicia
ponga tanto énfasis en cuestiones como éstas, y poco y nada (más de lo segundo
que de lo primero) para juzgar a todos los responsables (muchos de los cuales
continúan en la más absoluta impunidad) de la muerte de 194 jóvenes.
Pueden argumentarse cientos y miles de razones y de
motivos sobre por qué no se permite levantar la imagen de las víctimas. Están
en todo su derecho, quienes atraviesan estas líneas, en plantear que, a esta
altura de las cosas, se trata de una cuestión menor.
Quien esto escribe tiene la idea de que, también a esta
altura de las circunstancias, la orden de bajar las fotos de los pibes, tiene
una significancia que excede a su significado.

Les jode su estampa. Los altera. Los perturba. “Una
imagen vale más que mil palabras”, se pregona desde hace tiempo. Y esas caras,
esos rostros adolescentes, rebeldes, espontáneos, tiernos, tienen la
particularidad de que, al verlos, sea casi imposible no dimensionar todo sobre
lo que Cromañón echó humo. ¿Y cuántos son los que, tampoco, miran esa foto?
Ayer Chabán se preguntó: "Pero acá, ¿qué estamos
haciendo, estamos buscando la verdad o estamos haciendo un juego de
simulación?”.
No más preguntas, señores jueces.
(4 de noviembre de 2008)
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