EL
LIBRO DE LOS 10 AÑOS DE MATEMURGA
El grupo de Villa Crespo comparte su experiencia de
sostener durante una década la creación colectiva de un espacio para soñar.
La sala está
repleta y la ansiedad es el mejor termómetro para medir las expectativas: el
público transpira entusiasmo. Faltan unos minutos para que el grupo de teatro
comunitario Matemurga, de Villa Crespo, alumbre un nuevo parto creativo: el
libro que recopila sus primeros diez años de existencia. Edith Scher, la directora,
no oculta nada: no puede. Está emocionada, orgullosa, nerviosa, feliz:
maravillosamente viva. Cuando se sienta y se proyecta un breve video que repasa
la historia del grupo, le alcanzan pañuelos descartables para que el llanto
tenga donde continuar. Las lágrimas son como ella: intensas y contagiosas. Como
los integrantes de Matemurga, que en diez años crearon dos espectáculos de
primerísimo nivel, una película sobre la historia del grupo, CDs con las
canciones y cientos de presentaciones. Los que integran el grupo (más de 80
vecinas y vecinos) , los que alguna vez fueron parte, sus familiares, también
están aquí, orgullosamente presentes.
“El libro es una
extensión de la memoria y de la imaginación”. Jorge Luis Borges se refería a
todos, pero su definición se ajusta a lo que representa 10 años. Matemurga. 2002-2012.
La presentación
comienza: los libros, prolijamente acomodados, se exhiben como lo que son: el
resultado de un proceso colectivo. Tal vez por eso, Ricardo Talento haya
comenzado su discurso rescatando ese aspecto: “A veces hablamos de Identidad,
de Memoria y olvidamos la propia identidad y memoria de los grupos. Una de las
cosas hermosas que tiene el teatro comunitario es la dinámica: se van unos,
entran otros. A veces creés que todo el mundo sabe la historia del grupo y
cuando hablas con los compañeros tal vez no tienen ni idea de cómo comenzó”. En
ese sentido, el libro de los diez años de Matemurga es una herramienta y un
recurso para compartir las experiencias grupales, los aprendizajes, los desafíos,
las alegrías, las frustraciones y el proceso que significaron estos diez años
de recorrido.
Dice Edith: “Este
libro es un gran logro no sólo porque otros se enterarán de quiénes somos, sino
porque nos permite saber de dónde venimos y qué queremos. Leer este libro,
nuestra historia, nos ayuda a tomar conciencia de lo que fuimos capaces de
transformar y en consecuencia de lo que podemos hacer de ahora en más”.
El libro está
dividido por años, con un detalle no menor: no se desentiende del contexto político
y social en el que transcurren los hechos del grupo. Y es un libro paciente: no
se ven pero se aprecian las manos que recogieron y guardaron las fotos, las
ilustraciones, los manuscritos. Tiene otra virtud: es un libro coral, que
incorpora las voces –miradas, anécdotas, recuerdos– de los vecinos que en algún
momento formaron parte de Matemurga con el propósito de construir con otros.
Construir con
otros: una de las marcas del teatro comunitario.
LA HISTORIA QUE SERÁ
Días después de la
presentación, con el libro ya en la calle y cuando las lágrimas ya no saltan a
borbotones, pero la emoción está intacta, Edith brinda más pistas.
–¿Cómo surgió la idea de escribir el libro?
–Cuando
estábamos por cumplir diez años nos dimos cuenta de lo que implicaba haber
apostado durante una década a un proyecto de estas características. Empezamos a
mirar para atrás y a recordar cómo se había transformado nuestra realidad y la relación
con nuestro territorio, Villa Crespo. Empezamos a reflexionar acerca de cómo
había cambiado nuestra percepción del mundo, cómo se había ensanchado nuestro
horizonte. Nos dimos cuenta, también, de que necesitábamos contar nuestra
historia, transmitir a otros cómo había sido ese crecimiento, cómo el arte, que
debería ser un derecho de todos, podía transformar la vida de un barrio, cómo
nos había transformado. Matemurga es una porción de comunidad, que podría ser
mucho más grande si otras personas se enterasen de su existencia, de su
potencial, de que es una opción para cualquiera que quiera integrarse. El libro
podía, además –pensamos en aquel momento y lo creemos hoy– entusiasmar a otros
y alimentar la necesidad que existe en muchos barrios y desarrollar este tipo
de proyectos. Por otra parte, necesitábamos contarnos a nosotros mismos lo que
habíamos hecho, transmitir internamente y a los futuros integrantes quiénes
éramos”.
-¿Cómo fue el proceso de creación
hasta su publicación?
-Fue
largo. A comienzos de 2011 nos reunimos varios compañeros que estábamos
interesados en el tema a proponer ideas, tamaños, formatos. Finalmente lo escribimos dos personas: Liliana Palavecino y yo. Ella
integra el grupo desde 2002 y comprende en profundidad cuál es la propuesta. Además
tenía mucho material guardado de los primeros años (correos electrónicos,
cartas y otros escritos). Yo, que pienso en Matemurga las 24 horas del día,
tenía no sólo recuerdos a flor de piel (vivencias, actuaciones que nos
marcaron, hitos en la historia), sino también la conceptualización del sentido
de todo esto. He pensado mucho en estos años acerca del teatro comunitario y
del arte como un motor de transformación comunitaria. Generalmente, cuando se
habla de cuestiones sociales, se concibe el arte únicamente como un medio, una
herramienta para transmitir cosas que la gente quiere decir. Creo que el teatro
comunitario tiene la extraordinaria posibilidad de modificar construcciones
culturales, de desnaturalizar creencias opresivas. Algo de eso trató de transmitir nuestro
libro. En cuanto a la decisión formal de cómo debía ser esta publicación, me
parece que apareció cuando escribimos el prólogo y el primer capítulo. Esto es:
un relato central que pasa revista a los hechos que nos marcaron, las preguntas
de crecimiento que cada año nos hicimos, siempre relacionadas con nuestro procesos
artísticos, que son el eje del trabajo y lo que medularmente nos transforma. Acompañan
y dialogan con este relato central un montón de recuadros con anécdotas,
recuerdos, reflexiones de integrantes de Matemurga de ayer y de hoy. Esto le da
al libro un aire, una multiplicidad de voces que, a mi criterio, lo enriquece.
Una vez que la escritura avanzó, comenzó a tener relevancia el trabajo de
diseño, coordinado por otra integrante de Matemurga, Claudia Poncetta, que es
la coordinadora de plástica del grupo. Creo que el material gráfico es
fundamental en este libro. Viejas fotos, volantes de otro tiempo, ilustraciones
(de Jorge Vallerga, ex integrante), bocetos de los diseños de vestuario, etc.,
constituyen un relato paralelo y elocuente. Finalmente, otro compañero, Daniel
Caamaño, hizo la corrección.
-¿Qué proyectos se plantean para este
año?
-El
más importante es lograr estrenar el nuevo espectáculo en el que estamos
trabajando desde hace un año y medio, con algunas interrupciones. Tenemos mucha
ilusión con este nuevo material, que habla de una herida social: la de la
pérdida de los vínculos barriales, la pérdida del sentido de comunidad. Esto se
percibe claramente en nuestro barrio. También están en marcha algunos proyectos
musicales comunitarios. Otro objetivo fundamental es la sustentabilidad. Es
ingenuo pensar que estos proyectos pueden funcionar sin dinero. Llevarlos a
buen puerto implica muchísimo trabajo y dedicación. Nuestro grupo no tiene
ningún tipo de subsidio permanente.
-Como directora del grupo, ¿cuáles son
los mayores desafíos para encauzar la creación colectiva y la puesta en escena
de tantos actores?
-El
mayor desafío es saber leer qué es lo que el grupo quiere decir, sin
deslindarse nunca de la responsabilidad que le cabe a un director de generar
una síntesis poética de ese material, porque de lo contrario éste puede
convertirse en un compendio de buenas ideas y nada más. El director no es un
mero administrador de relatos de los vecinos. Es, en cambio, quien trata de
unir todo eso con su propia lectura del mundo. Además, en el trabajo concreto
del día a día, es importante saber mirar a todos y cada uno para potenciar lo
que cada cual puede dar.
.
-¿Qué dice el teatro comunitario sobre
esta época?
-El
teatro comunitario dice que es posible generar un espacio para soñar, que es
posible imaginar mundos. El hecho de crear, de la nada y con la participación
de muchos integrantes de todas las edades, un espectáculo, es una prueba
tangible de que las cosas se pueden mover. La creación, entendida de este modo,
es capaz de modificar mentalidades y creencias rígidas, ayuda a pensar que no
todo está dado ni es indiscutible e inmóvil. Insisto: si el arte, en lugar de
ser concebido como un accesorio de la vida, fuera entendido como un derecho,
como una práctica de fundamental importancia para la vida social, muchas cosas
cambiarían. Nosotros fuimos corriendo el horizonte de lo posible. Creo que
desnaturalizar lo quieto es siempre es saludable y es políticamente
interesante.
+
Próximamente,
el libro estará a la venta en Mu. Punto de Encuentro
(Publicada en la revista MU, febrero 2014)
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