Un año: eso fue lo que tardó Orsai en pasar de ser una
incipiente revista de edición trimestral a un fenómeno editorial que genera
entusiasmo, despierta pasiones, multiplica lectores y hasta incluye un bar en
San Telmo.
Por
Luis Zarranz
La prehistoria de
esta historia dice que un día (en todas las historias hay “un día”) el periodista y escritor Hernán Casciari, autor de “Más
respeto que soy tu madre” y el narrador virtual más leído en castellano –a tal
punto que sus textos impulsaron un nuevo género literario: la blogonovela–, decidió
crear un nuevo blog para expresar desde Barcelona, donde está radicado, la
sensación de extrañeza y melancolía que le generaba la distancia con su
Mercedes natal.
Aprovechando la
jerga futbolera llamó a ese blog Orsai, para significar cómo vivía ese
destierro: en posición adelantada, incómoda, inválida.
A partir de sus
textos, el blog fue creciendo a velocidad cibernética. En septiembre de 2010 renunció
públicamente a todos sus compromisos editoriales (con la editorial Random House
Mondadori, el diario La Nación y El País, de España) disconforme con el método rapaz
de estas empresas.
El paso siguiente,
entonces, fue crear, junto a su hermano
Chiri Basilis (el término amigo no
les alcanza), la revista Orsai con un lema anti intermediarios: “Nadie en el
medio”, y una lógica innovadora: decidieron hacer una publicación que “les
gustaría leer”, convocando a interesantísimos narradores e ilustradores, con un
diseño cuidadoso, excelente calidad de papel y sin ningún tipo de aviso
publicitario.
De antemano, sin
saber cuál iba a ser su contenido 10.080 lectores del blog (de todo el mundo) compraron
la revista a ciegas, sabiendo, eso sí, que una vez que estuviera en la calle
podría descargarse gratis por internet. A pesar de eso, decidieron pagar el
equivalente al valor de quince diarios del sábado en cada país.
Para hacer más
interesante la cosa, Casciari y el “Chiri” imprimieron sólo 10.080 ejemplares
de ese primer número: los que habían dicho que estaban dispuestos a pagarla. Ni
un ejemplar más. El sistema de distribución les dijo bye bye a los intermediarios: los propios lectores distribuyeron la
revista comprando packs de 10 ejemplares, lo que propició que se encontraran en
sus casas y en las plazas y se conocieran: la comunidad virtual surgida a
partir del blog se encarnó en lo real, si es que existe la distinción entre
ambos universos.
Además, en ese
primer número, cada ejemplar traía un señalador numerado para participar del
sorteo. ¿El premio? Una grande de muzzarella de la pizzería de “Comequechu”, el
pizzero/amigo que Hernán exportó de Mercedes al lado de su casa en Barcelona.
La letra chica del concurso, por primera vez en la historia, fue a favor del
cliente: incluía los gastos de viaje y hospedaje (cuatro días), de la persona
ganadora y un acompañante para retirar el premio “viva donde viva”. Tanto
delirio transformó el proyecto en un suceso editorial, y en algo más que le dio
sustento: contagiar pasión y entusiasmo.
Del otro lado del
océano, Hernán Casciari, pulsa “Enviar” en su casilla de correo para responder
algunas preguntas: “Orsai está en las antípodas del boom. Sí creo que es un
proyecto al que mira de cerca mucha gente relacionada con la cultura y con la
industria cultural, porque propone algunos cambios que a muchos le encantaría
que ocurriesen, y que otros preferirían que fracasaran”.
-¿Cómo paradigma, ves “trasladable” la experiencia de
Orsai a otros espacios?
-El sistema se
puede trasladar sólo si se cuenta con una comunidad que ha sido alimentada
durante años con contenidos honestos. No es un sistema viable ni para
advenedizos, ni para codiciosos, ni para charlatanes de feria.
Esa comunidad fue
creciendo a partir de sus posts que,
semana a semana, propician un espacio de encuentro e intercambio entre
habitantes de todo el globo. Entre otras creaciones, así, colectivamente, se
gestó Orsai Bar, en San Telmo, que incluye picadas mercedinas, pizzas de “Comequechu”
y funciona cada vez más como un espacio de encuentro.
El bar, el blog, la
editorial (ya publicó “Cuadernos Secretos”, de Horacio Altuna –con un contrato
inédito en la historia de la industria editorial–, y “Charlas con mi hemisferio
derecho”, de Casciari): cualquiera de los proyectos del mundo Orsai carecerían
de sentido si la revista fuera un bluff.
Pero, aleluya, la revista es, a la vez, una publicación exquisita: crónicas,
narrativa, cuentos, historietas y entrevistas que echan por tierra el mito de
que “la gente” ya no lee revisas con artículos extensos.
-A tu criterio, ¿La narrativa vive un momento de
esplendor?
-Yo diría que la
comunicación vive un momento único. Hay más literatura en los mails privados
que en las librerías.
-La revista seguirá saliendo, pero con variantes, ¿cómo
será?
-Orsai en 2012 será
bimestral y tendrá muchísimo más contenidos humorísticos, gráficos y de
historieta. Ya no tendremos autores invitados y diferentes cada número, sino un
staff elegido milimétricamente, que nos acompañara todo el año.
Dos
mundos
A fines del año
pasado, Casciari se hizo eco del caso de la escritora Lucía Etxebarría. La
autora había afirmado: “Dado que se han descargado más copias ilegales de mi
novela que copias han sido compradas, anuncio que no voy a volver a publicar
libros”.
“Existe, cada vez más, un mundo flamante en
el que el número de descargas virtuales y el número de ventas físicas se suma;
sus autores dicen: ‘qué bueno, cuánta gente me lee’. Pero todavía pervive un
mundo viejo en el que ambas cifras se restan; sus autores dicen: ‘qué espanto,
cuánta gente no me compra’”, escribió en el blog de Orsai.
-¿Qué cosas ayudarían a parir ese nuevo mundo?
-Entre estos dos
mundos hay un gravísimo conflicto y solo uno pervivirá. Las fuerzas necesarias
para que perviva el más noble es
desentenderse radicalmente del mundo codicioso, no darles ni conversación. Una
de sus mejores armas —quizá la única— es el conflicto. No hay que entrar allí.
Debemos ser generosos e indiferentes hasta las últimas consecuencias.
-En ese sentido, ¿cómo pueden contribuir los lectores?
-Apostando.
Divirtiéndose. Difundiendo. Asumiendo un compromiso cultural que no pase (esta
vez) por la pedantería de la falsa inteligencia. Lo único que hay que demostrar
es que leer, dibujar, escribir, sacar fotos, pintar, son maravillas que no tienen
precio ni tienen dueño.
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