viernes, 5 de agosto de 2011

Humor en serio


Entrevista a Pedro Saborido

Junto a Diego Capusotto componen el dúo más gracioso y más sagaz del humor argentino. Él es quien escribe los guiones que, luego, el actor y humorista da vida delante de la cámara. Con esta fórmula, ambos crearon diversos personajes que ya son mitos, por sus chistes pero sobre todo por su lucidez. Aquí cuenta por qué y cómo surgen.

Por Luis Zarranz
Entrevista: L.Z y Martín Bielski
Fotos: Sebastián Romero
A la sombra, la mañana es mucho más fría de lo que anuncia el Servicio Meteorológico Nacional. El cielo engorda y se hincha como la barriga de un burro, extendiendo el tono grisáceo a medida que las nubes avanzan hacia el oeste.
Son pocos, de los muchos que van y vienen con pasos apresurados, los que llevan paraguas. La enorme mayoría camina sin prestarle mucha atención a los avatares del clima. O, al menos, eso parece.
En la vereda, sobre la mesa de un bar igual de gris, hay tres cafés que se enfrían, un cigarrillo que se extingue y un grabador que no se traga el humo pero sí cada ruido que lo circunda. Eso incluye la campanilla que anuncia el paso del tren por la estación Belgrano R del ex Ferrocarril Mitre – Ramal Tigre, que está a escasos metros; los suficientes como para que, aunque estas líneas no transmitan sonido alguno, resulte imposible omitir el dato: el tren arriba y parte cada 9 minutos, con puntualidad suiza.
Esta mañana, ninguno de sus pasajeros tiene excusas para llegar tarde, sea el lugar que sea al que se estén dirigiendo.
El ruido del tren y la campañilla que anuncia su paso se cuelan, inevitablemente, en la conversación, aunque no logren enturbiar la charla, en una de las mesas de un bar paquete de este barrio pituco (gris, también).
Hace un rato ya que Pedro Saborido, guionista y productor de “Peter Capusotto y sus videos”, está sentado pidiendo perdón, de todas las maneras posibles, por los minutos que demoró en llegar.
El sí tiene excusas.
Y suenan creíbles.
Después de todo es guionista, así que apela a su oficio para convencernos con elegancia.
Presentarlo sólo como libretista y productor de Diego Capusotto, que lo es, sería amputarle buena parte de los pergaminos que cosecha. Es eso, pero es mucho más: la otra parte de la mesa donde se sostiene la lucidez, la risa y el sarcasmo de uno de los programas más fabulosos de la televisión, que mixtura humor y rock. La dupla que forma con su amigo excede, lógicamente, el éxito de ese programa, furor también en el sitio de videos Youtube, donde invitan a reírte (y a reflexionar) con personajes tales como Bombita Rodríguez, Micky Vainilla, Violencia Rivas, Pomelo y Luis Almirante Brown.

-Te has convertido en un guionista de culto
-Católico (Risas)

-¿Lo vivís así y en todo caso qué te genera?
-No, no lo vivo desde ese lado porque me sigo sintiendo más el perro que el veterinario. No me analizó lo que pasa. Sí me doy cuenta que el trabajo se nota más o la gente sabe que lo hago yo. No sé por qué. Debe ser porque funcionamos mucho como dupla y Diego está permanentemente hablando de eso. O porque yo dejo mi cartel en el programa más tiempo. No sé pero está bueno porque sentís como un masaje al ego interesante pero es hasta ahí porque el guionista por algo lo es: no le interesa, hay algo de fobia incluso a mostrarse. A veces me dicen: “Che, pero vos tenés la posibilidad de aparecer en el programa y no aparecés”. Podría aparecer, pero hago lo que tengo que hacer. Es más, ya el chiste consiste en que no aparezca. Las veces que lo hago me tapo la cara con algo, estoy justo detrás de alguien y aparece la cabeza, o mi panza o mis manos. Apareció hasta mi culo pero la cara no, nunca. Y eso también forma parte de un código.

-¿Cómo surgen los personajes? ¿Tienen una lógica de trabajo o prefieren apelar a la espontaneidad?
-No, hay una lógica que es encontrarse y tirar ideas. Y a veces es un día más inspirado y otros menos. Uno siempre termina sin saber qué carajo tirar arriba de la mesa y te quedás veinte minutos como un idiota y de pronto alguien tira una imagen, otro se engancha y empezamos. No hay una reunión en la que no hayamos sacado, por lo menos, una idea, aunque sea un chiste de 30 segundos. Y después los personajes, precisamente, aparecen de esas cosas. Nunca hubo uno que sea de diseño, que digamos “vamos a hacer un tipo que es así y asá”. Pueden salir de una observación de algo que vimos, de una persona que hace determinada cosa, algo que vi en Diego que me parece gracioso, una reflexión o de la superposición de dos cosas. Nos juntamos día por medio, dos, tres, cuatro horas. Últimamente estamos trabajando de noche. Dejamos que aparezcan cosas. Si bien apelamos a la espontaneidad no nos recostamos en ella. Si no se te ocurre algo, se te tiene que ocurrir. Obviamente que lo espontaneo es lo más agradecido porque te surge un chiste pelotudo y lo grabás; pero no pasa todo el tiempo eso. Hay  veces que tenés que decir “¿y ahora qué hace este personaje? Hace esto y esto: no, no me alcanza. Necesito que haga algo más”. Hay algo de prepotencia de laburo.

Saborido está contando el proceso creativo de chistes y personajes, muchos de los cuales ya tienen vida propia, a punto tal que el humor popular los ubica en situaciones, contextos y momentos de lo cotidiano.
En ese ida y vuelta en el que los personajes se alimentan de estereotipos basados de la vida real y vuelven, desde la pantalla, al mismo universo desde donde salieron hay también una mirada que los enternece: “No pasa por una cuestión de estar en contra. Hablamos y criticamos tiernamente aquello que conocemos”, sostiene para referirse a la satirización que hacen del rock.
Agrega: “Mucho de lo que hacemos tiene que ver también con el enojo que nos provoca y la forma de explicarlo es haciendo chistes, casi como si fuera una venganza. Hay personajes que salieron del enojo, como Micky (el artista pop con bigotito y discurso hitleriano), con el racismo berreta”.

-¿El humor es una venganza?
-Tiene algo. Toda la burla tiene algo de revancha, de bajarlo de un pedestal. Una especie de “pará, ubícate”. Micky nació de una cosa que hablábamos siempre con Diego: de la contraposición entre un cantante de formato progre pero que cantaba barbaridades. El humor también tiene que ver, precisamente, con la extrapolación de cosas, algo que está desubicado. El discurso de Micky se alimenta de lo que escuchábamos en la calle, no de Biondini o de un skinhead de Parque Rivadavia. De lo que reproducimos nosotros como clase burguesa, que estamos todo el tiempo observando, que somos etnocéntricos y nos sentimos sentados en el paradigma de lo que es lo verdadero y lo auténtico. ¿Qué pasa con un tipo clase media, clase media baja, de barrio, que de pronto va a la feria de Bolivia y se encuentra con comidas distintas, otras formas de hablar, acentos que no reconoce? Te sentís desubicado. Pero te puede pasar al revés: precisamente como me pasó a mí, ir a un partido de polo. Yo nunca había ido. Me invitaron y fui con los pibes, que se aburrieron un poquito. Marlene (su esposa) me llama y me pregunta cómo la estaba pasando.

-¿Y qué le contestaste?
-Le dije: “Estoy esperando que me suban a un tren y me lleven a un campo de exterminio”, porque me sentía un tipo totalmente ajeno, todos parecían estar haciendo de conchetos, parecían personajes haciendo de. Los veía todos iguales, hablando igual, las minas con las mismas caras, los tipos con la misma actitud. Y me sentía un extraño. Siempre uno puede ser un extraño.

A esta altura, ya pasó un tren y ahora el sonido de la barrera anuncia que otro se aproxima, con sentido a Retiro donde en unos minutos vomitará miles de pasajeros apurados. En el mismo momento en que se detiene en la estación, Saborido pide otra ronda de café y lucha con el viento para prender un cigarrillo más de los muchos (¿cuatro? ¿cinco? ¿seis?) que ya se fumó. Por fin lo logra y lo pita con entusiasmo. El aire se le mete de golpe y luego parece escapársele, en pequeñas cuotas, al hablar.
Se acomoda la gorra negra que lleva puesta. No le preocupa despeinarse, si es que se peinó. Se lo nota relajado, ahuyentando los rumores que lo describen como una persona parca para las entrevistas. Rehúye, también, a que se pondere y destaque su oficio como una actividad esencial: “Nos dedicamos, y los incluyo –dice, refiriéndose al periodismo y la fotografía– a cosas que son fácilmente descartables en la vida de cualquiera. Si acá la señora tiene un problema de apendicitis nosotros no contamos. A la hora de los bifes… a lo sumo contamos cómo sufrió, pero que venga un médico”

-¿Qué límites te planteas para hacer humor?
-No hay límite: se hace un chiste sobre lo que sale. No digo “no tenemos límites”; puedo decir, precisamente, que quizás los límites que tenga no los reconozca porque no hice chistes sobre lo que no se me ocurrió. Por ahí digo “esto es muy zarpado, no lo pongamos”. Tiene que ver con algo más doméstico, que quizá te causa gracia por lo revulsivo que pueda ser algo, pero esos límites son los lugares por los que podemos hacer chistes. A nosotros siempre nos dicen de “Bombita” (El Palito Ortega montonero). Y “Bombita” hay épocas de las que no habla, habla de antes del 76. Y hace como una especie de puente, de momento tácito. Te lo digo porque la pregunta típica es “¿podrían hacer chistes sobre desaparecidos?” No se me ocurrió, qué sé yo. No sé. Acá contesto siempre que leo Barcelona y me parece maravillosa y a veces lo que me encanta es que van por lugares que yo no puedo o no me salen por edad, por formación, por educación, porque son pibes un poco más jóvenes que yo, etcétera”.

-Políticamente, ¿cómo te ubicarías?
-De costado (Risas). Soy un tipo de izquierda, pero partidistamente tengo una cultura peronista cultural. Se me tirarán 5.000 encima cuando digo estas cosas. Me chupa un huevo. Yo creo que todos tenemos formación política y pensamiento político, aunque a veces no lo expresamos en esos términos y digan “yo soy apolítico”. Te ponés a hablar y el tipo no es apolítico, tiene determinadas ideas. Lo que es, por ahí, es apartidario o lo partidocrático lo ha aburrido, le han hinchado las pelotas de manera tal que no le da contención. Y venimos de una fórmula clásica de encuadramiento político: sos de izquierda o de derecha, de esto o de lo otro.

-¿Qué significa ser peronista hoy?
-Significa cualquier cosa, lo tengo casi tan enraizado pero a la vez tan frívolo que es como decir que soy de Racing. Me siento un zurdo de mierda no encuadrado en algo que me represente más allá de lo que pueda aportar en determinados lugares con gente que respeto, asociaciones que respeto por trayectoria: las Madres, a determinado dirigente que le viste un camino o algo con lo que te podés identificar.  Una vez, Miguel Rep presentó el libro sobre los 200 años de peronismo, yo había ido al sur e intentaba explicarle a una yanqui lo que era el peronismo, en una época más militantosa mía, y era imposible. Porque tiene tanto y es tan abierto el olimpo de personajes, de historia, que al final el peronismo son más preguntas que respuestas. Sin embargo uno ha visto a su padre, a la gente del barrio, el amor, las cosas que le ha dado el peronismo a la gente, esas dignidades y esas alegrías y esas felicidades: uno se identifica con esa parte.

Charly García estaría incómodo: pasa un tren, pasa un avión. La lluvia también pasa de largo, como los que apuran el paso para cruzar la vía antes que el ferrocarril. Tan amplio como el peronismo, el rock también parece ser un movimiento en cuyo espectro se ubican identidades antagónicas.

-¿Qué es el rock?
-El rock es amplio pero la cultura del rock expresó siempre cierta rebeldía.

-¿Eso está en decadencia o sigue vigente?
-Lo que pasa que en un momento el rock era un lugar para cierta rebeldía y por ahí uno encuadra como “cultura del rock” una visión del mundo despojada de cierta cosa política, más inocente, más bobina, una filosofía que podía anclar en el hippismo, en cierta actitudes anarquistas o libertarias, por decirlo de alguna manera, que podían estar dentro del rock. Lo que pasa es que vos después ves a Bon Jovi y decís “no todo el rock tiene cultura rock” o ves algunas bandas de mierda que hay acá: ¿qué es eso? ¿qué es el rock?. “Vamos al campo, nena”, la vida natural o “quiero un camarín lleno de merca, putas y una limusina en la puerta”. ¿Qué tiene eso de rebelde? Nada, es lo mismo que tiene cualquier garca hijo de puta pero más relajado y con cerveza. Pomelo era el ejemplo de eso, el artista que quiere ser estrella de rock. No le interesa ni la música, ni cantar, todo eso es un problema que está en el medio. El chabón lo que quiere es romper cosas en los hoteles y tener chicas. Y obviamente es un camino para lograrlo. El éxito embellece, viste cómo es. “¿Esto es glamoroso? ¿Esto es sexy?” Tengo un primo mío que vive en Uruguay, el chabón labura en un corralón de materiales y no la pone ni pedo… pero es así y todos vamos eligiendo cosas con las que buscamos como nuestro disfraz y nuestra vanidad se alimenta de eso. Estamos en profesiones, nosotros, que son como un poco más interesantes para los demás. “Ah, ¿sos periodista?”. Sale una conversación pero “ah, ¿sos mecánico dental?”, quedó ahí: dos segundos. Tenés más chapa para los demás pero es tonto eso.

-¿El humor surge a partir de estereotipos?
-Uno arma estereotipos para resumir porque es como el punto máximo de determinado momento de una persona. Y los estereotipos en general uno los pone porque son la suma de un montón de cosas sueltas. El problema es que uno crea los estereotipos, o las categorías para poder comunicar determinadas cosas, pero después se las termina creyendo todo el tiempo. En base a eso califica, porque rápidamente decís: “ese es un zurdo”. Y todo respondemos, culturalmente, estéticamente. Los estereotipos tienen que ver con ese lado más berreta o si querés tonto, absurdo, o barato de la identidad; aquello que te da identidad también te termina poniendo en una caricatura. Hay como una especie de pulsión a tener certezas y tener actitudes de ganador, a creernos que somos libres de cualquier influencia de las cosas. Todos nos creemos que la tenemos clarísima, que nuestro lugar es donde están claras las cosas, y “las cosas son así y a mí nadie me va a decir lo que tengo que hacer”. Es una opinión y como no tenés una opinión clara, ¿qué hacés? Y, agarrás la primera que tenés a mano. En realidad lo que tenés es un titular para dar, porque estamos copiando la forma de hablar de los medios, entonces hablamos como titulares: “A mí me parece que Riquelme tiene que abandonar el futbol”. ¿Qué sabés vos de Riquelme? Pero la cuestión es tirar certezas todo el tiempo arriba de la mesa. No hay alguien que te diga que no sabe muy bien qué pensar acerca de algo. Todo el mundo la tiene clarísima porque no tenerla clara es un signo de debilidad, de inferioridad. Todos nos construimos en base a tener clarísimo todo. Lo único a que lleva eso es a una eterna decepción porque la claridad de hoy, es tu imbecilidad de mañana. Cuando miras 20 años atrás, decís qué boludo que era. No era que eras boludo, era que pensabas eso en determinado momento.

Pedro va ensanchando el espectro de cada respuesta. Las preguntas son como disparadores para expresar qué piensa sobre determinado tema, pero también sobre cualquier otro que él relaciona instintivamente. Lejos de preocuparnos porque vaya de una cosa a otra, seguimos ese curso, dispuestos a escuchar lo que tiene para decir.

-¿Qué es para vos el sentido común?
-Todo el tiempo tenemos que resistir al sentido común, que en realidad es ideología. El sentido común es la visión de mundo con la que están más de acuerdo... No sé si es así, no voy a ser tan abierto y tan estúpido por un momento de decirte “ah, vale cualquier cosa”. No, no es que vale cualquier cosa, hay cosas en las que estamos de acuerdo que están mal pero hay otras que son para revisar, o por lo menos para decir no soy capaz de. Yo he sido militante y soy un tipo que no pudo seguir militando y hace lo que hace políticamente: los pequeños torpes acuerdos que puede tener con determinado cambio de las cosas, pero no más que eso. Otros dirán “pero tu función, tu aporte vale”. Qué se yo, dudo, por ahí lo que hago termina siendo más distractivo y evasivo. Es un punto de edificación, lo entiendo, por esto que decíamos de culto, pero quizá no tanto. Está bueno reírse una vez por semana pero poquito, tampoco hagamos de esto algo enorme.

-¿En qué cosas te cagas?
-No sé. No sé, porque me cago, precisamente. No me doy cuenta. A veces en el laburo y en ese rol que ocupo socialmente, laboralmente, da oportunidad de cagarse en un par de cosas. Usar los pantalones así, ir en ojotas a algún lado, vestirte mal, no bañarte, cosas que hago. Me acuerdo que con Omar (Quiroga, con quien comenzó su carrera en los medios) estábamos en Radio Mitre y andábamos en ojotas en la radio, había como una mirada tierna de eso. Si hubiéramos estado en el departamento comercial e íbamos así, seguramente nos hubieran rajado. No sé si me cago. No puedo estar respondiendo a las expectativas. Puedo responder a determinadas expectativas de los demás que pueden tener que ver con dar una mano, ayudar y eso. Ahora, no me puedo comer las expectativas de los demás en cuanto a tener que cumplir cosas que se suponen que son las importantes. “¿Cómo vas a dejar de ir ahí?”, me dicen a veces sobre determinados eventos “¿Sabés a la cantidad de gente que le gustaría ir ahí?” Qué sé yo, a mí no. No me interesa. En esos sentidos me cago.

-¿Te considerás rebelde?
-Y, a mí me gustaría ser un rebelde de verdad.

-¿Qué es ser rebelde de verdad?
No lo sé. Pero evidentemente sería ver cómo modificar todo. En ese sentido soy como un rebelde discursivo que observa y lo refleja a partir de una cosa humorística. El humor tiene un poco de desacralizar. Pero vos no podés hacer mierda todo con el humor. Entonces cuando reviso mis cosas veo que tengo límites ideológicos sobre qué cosas me voy a reír y qué cosas no. Qué cosas me voy a burlar y qué cosas no porque la risa tiene algo de burla y algunas cosas hasta la podes hacer con ternura. 

(Publicada en la revista "Al Margen", Bariloche, Río Negro, agosto - septiembre 2011)

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